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De mi desorden afectivo bipolar

Nací y crecí, soy
y, de ser, en lo sucesivo seré bipolar; no me importa reconocerlo públicamente,
y, aunque me medico expresamente desde hace más de dos décadas, sé que, aún
tratado, en mi siempre exaltado vivir, jamás me será dada a conocer la cordura,
tomada como «un estado psíquico de la persona que tiene la mente sana y no
padece ningún trastorno o enfermedad mental», que tal estado de salud mental
para mí nunca excederá, desde mi absoluta inexperiencia, de ser una figuración
levantada desde mi imaginación, un análogo supuesto teórico e inapropiado, una
hipotética noción.

Pero si, en cambio,
entendemos la cordura como «capacidad de pensar y obrar con buen juicio,
prudencia, reflexión, sensatez y responsabilidad» entonces, mis obras, helas
ahí, son mis más perfectos testigos –millardos y más millardos de masas de pan
candeal trabajadas y miles y miles de páginas vencidas y distribuidas entre
novelas y cuentos–, me vindico como toda una autoridad de primerísimo orden, un
Gran Maestro, en los dos oficios y/o artes que en esta efímera vida he
profesado: la panificación artesanal y el ejercicio de la escritura literaria.

Es por todo eso,
porque soy una especie de Quijote de nuestros días, por lo que he concluido
titular mi espacio en Lenguas
de Fuego
«Cabal
estulticia».

Para
quienes ignoren de qué va todo esto del desorden afectivo bipolar diré que
consiste en una parasensible condición mental –y aclararé que la psiquiatría
nos acusa de
sentir demasiado– por la cual ciertas cosas (generalmente emocionales) nos
afectan tanto que bien nos disparan hacia estados de manía y máxima euforia, si
son bienvenidas, o hacia las más profundas simas de la depresión, si son
chungas. Gracias a todo ello estamos muy versados en contemplar la vida desde
muy distintas ópticas y solemos ser, en parte por ello, muy muy inteligentes.
 

En alguna parte he
leído que los bipolares tenemos por gestora de nuestros miedos y emociones a
una amígdala de mayor tamaño, de manera que dichas potencias nos llegan
sobreamplificadas al resto de nuestro muy sano y muy creativo y capaz cerebro
desordenado, que no trastornado ni desorganizado; de manera que, dependiendo de
las disciplinas o roles que se consideren, yo soy una persona que acusa ciertos
déficits y, también, ciertos superávits mentales; y me estoy medicando con un
estabilizante del ánimo y un par de antipsicóticos.

Una mente la mía
muy desordenada pero muy organizada, laboriosa e hipercreativa –esa singular
forma de inteligencia vertical–, muy rica en sí en serendipia, y de lo más
culta, que sabe encontrar en los lenguajes nítidos sus mejores soportes y
plataformas. Así, se da el caso, en los distintos campos del arte han florecido
como figuras de primerísimo orden famosísimos bipolares de renombre universal.

Mas obsérvese que
he hablado de «lenguajes nítidos» y no, como a los bipolares se nos ofrece la
vida misma –con todas sus acepciones, aleatoriedades, guiños, facetas y
envergaduras–, embrollados; porque entonces, sí, nos vemos tan noqueados y
superados por lo que se nos ofrece toda una estridente algarabía, que no
alcanzamos a dar pie con bola.

Luis Brenia según Carlos Morcillo Santero

En su libro titulado Fluir (o Flow) el psicólogo estadounidense Mihaly Csikszentmihalyi nos plantea un diagrama de coordenadas en cuyo eje vertical sitúa nuestros desafíos y en el horizontal nuestras habilidades, y nos dice que si pretendemos un desafío que exceda nuestras habilidades entramos en un estado de ansiedad y noqueamiento; mientras que si nuestro desafío está muy por debajo de nuestras habilidades nos aburrimos. En cambio, si optamos por retos que sean acordes a nuestras capacidades entramos en lo que él llama «estado de flujo», en el que nos damos a placer y el tiempo parece desaparecer en derredor.

Los artistas, y más los bipolares, entramos en estado de flujo
cuando nos embarcamos de lleno en la construcción de una obra, que no es sino
la expresión misma de un lenguaje nítido con el cual se comulga.

El estado de flujo es de las cosas más deseadas por los bipolares,
por cuanto nos permite realizarnos, dando lo más mejor de nosotros sin ningún
tipo de cortapisas; lo cual a sí mismo se nos revela en las obras resultadas y
sus calidades.

La psiquiatría barata (y he tenido cierta experiencia propia al
respecto) suele confundir nuestro estado de flujo con la manía, en tanto tiende
a confundir algunas de sus similitudes; mas, si la manía es en sí un yerro, el
estado de flujo es todo un acierto pleno, ya que a su través, y solo a su
través, somos capaces de dar lo más mejor de nosotros mismos, que es mucho.

(Y aquí no puedo evitar el sugerirle al lector que se interese por
conocer la amplia lista de famosos bipolares a quienes la humanidad tanto
debe.)

Algún día (pronto) les hablaré de la panificación o «arte del buen
hacer», en tanto que, a pesar de ser un oficio milenario, es harto desconocida
en nuestros días para los profanos y el común y que es considerada como
el oficio más bonito del mundo (cosa
que yo me permito discutir si me paro a compararlo con el ejercicio de la
creación literaria), y que ha sido mi Gran Escuela en esta vida.

La he recordado al considerar que la calidad final de las
elaboraciones –los propios panes– solo puede ser producto de la calidad de los
ingredientes y un mimoso y atendido proceso de elaboración, y éste del estado
de flujo del panadero enamorado de su profesión. No hay ninguna otra manera
cabal, para hacer buen pan hay que amarlo.

La literatura (para mí la más suprema de las artes, por cuanto
opera con palabras) permite y exige  al
Autor crear a su través un lenguaje nítido, el cual  sume al artista en un estado de trance/flujo
en su persecución, de manera que en tal opera una especie de teopneustia (o
verdad que se revela a través del espíritu o inspiración divina) que le hace comulgar
con su discurso y encontrarlo; de manera que cuando se concluye la escritura de
un buen libro se abre paso en el Autor una especie de sensación de paz consigo
y también, como si se quedase desnudo o hueco, de orfandad.

Sin embargo, volviendo a mi condicion de bipolar, referiré que en
mi mundano día a día soy una persona bastante estigmatizada y solitaria, y que
todo ello contribuye a mi devoción por la lectura y el ejecicio de la escritura
literaria; y quiero aclarar que no es que yo me encierre en tales
esferas/refugios sino que en tales encuentro una libertad, una lucidez y una
licencia para ser plenamente que muy pocas cosas me conceden, entre las cuales
quiero destacar la ópera y la música culta.

Se me estigmatiza desde el neardentalismo, desde la ignoracia
supina y los encleques tópicos al uso, más cuando se me trata pronto dejo
entrever mi humana estatura. Yo soy un hombre que se ha trabajado con una
humilde pala de haya y un par de hornos de leña más de dos millones de kilos de
harina, que viene a ser lo que consume nuestro país en un solo día. Yo soy un
hombre que tiene en su haber más de siete mil páginas escritas. Yo soy un hombre
que, por elección propia, se ha cultivado mucho y bien. Yo me leído a las
mejores plumas del planeta (aunque me quede todo un universo por descubrir) y
también me conozco a los mejores y más entregados compositores. Otros prefieren
el ruido vacuo y, como supo decir Cervantes,
el ocio blando de los sentidos; yo,
lo tengo muy claro, me decanto por los lenguajes nítidos, aquellos que redundan
en mis proyecciones.

Una vez mi actual psiquiatra (a quien considero el mejor médico
del mundo) me dijo que los bipolares solíamos ambicionar proyectos babilónicos,
y que no pocas veces se daba el caso de que sabíamos alcanzar a coronarlos.

Yo, por ejemplo, me empleé durante cinco meses con una media de
cuatro horas diarias de introducción de datos y más datos, en construirme lo
que hoy es toda una enciclopedia de la música culta basada en You Tube y
ordenada alfabéticamente tanto por compositores, directores de orquestas,
cantantes e instrumentistas. Yo quería tener dicho álbum, y tenía claro que
para ello debía trabajármelo; como he aprendido a ser de veras laborioso en mi
tahona, no me arredré y, a paso de tortuga, la fui erigiendo, referencia por
referencia. Ya hace tiempo que la tengo y disfruto, y todos los días conozco
cosas nuevas, cual era mi propósito. De manera que es toda una gran fuente de
alegrías para mí.

Dentro de nuestra vida cotidiana abundan lo que coloquialmente se
denominan
charascos o
embrollos que uno se hace o monta, bien por la mucha importancia que uno
atribuye a signos o anédotas o por lo que, difrazado de perspicacia, no es sino
suspicacia inusual. Chascos que uno se lleva al cotejar que las cosas no eran
como uno tanto se creía. Al principio se toman como reveses de mal gusto de la
vida; luego uno aprende a reírse con ellos y no pasa nada grave; si se deben
pedir disculpas o interceder una pequeña explicación se hace y santas pascuas.

Si me dijeren que ha salido una vacuna que cura el desorden
afectivo bipolar… yo no me la pondría ni borracho. No cambio mi condición
mental por ninguna otra, y si en unos términos o episodios pso las de Caín y
Sísifo, en otros me es dado tocar el dedo del Creador; de manera que, lo comido
por lo servido, estoy muy a gusto con mi mente. ¿Ustedes no?

Descubrí mi desorden mental a mis treinta y cinco años, lo que supuso
todo un ecuador en mi vida; ahora que, por los muchos respetos que le tengo
(las estadísticas dicen que una cuarta parte de los bipolares se suicidan), me
lo trato física, psíquica, filosófica y, lo que es más, literariamente, me
siento en la gloria; o sea, que… ¡guay del Paraguay!

Espero que mi artículo les haya deleitado y enseñado mucho, pues
me ha encantado redactarlo.

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