Uno de mis lemas en mi día a día es que “la sonrisa es vida”, calidad de vida. Todo lo que supone que te arranquen una sonrisa es beneficioso para nuestro cuerpo y mente se mire por donde se mire. La relajación que deja de efecto residual, tras la contracción muscular más o menos prolongada y/o estridente, no tiene precio. Incluso, en esos momentos de plena efervescencia de la misma, la caricia que supone al alma del que la muestra tiene ciertos matices embriagadores que endulza los problemas y anestesia los dolores.
Cuando
un bebé no está cómodo, llorando, dormido o serio de más a criterio de los que
le conocen, y de pronto exhibe una pequeña sonrisa, y no digamos si es una
carcajada sonora, sabemos todos el “latigazo alegre” que provoca en todo el que
está a su alrededor. Hasta extraños a él, que pasen a su lado por la calle, los
vemos volverse niños ante el gesto del pequeño. Tales son las emociones que
transmite a los adultos que se solidarizan con ese instante de felicidad que tiene,
aunando todos los mejores deseos para esa vida que se inicia. Hacen las
criaturas una llamada, sin saberlo, a la unión entre mayores que olvidan todo durante
unos segundos por saborear ese gesto junto a él.
También
es inolvidable la sonrisa de una madre o de un padre. En cualquier situación,
sea cual sea la edad que tengamos, si tienes la suerte de disfrutarla, sabes
que tienes donde agarrarte. Probablemente sobran las palabras, sólo verla
dibujada en sus caras y todo mejora. No es que se solucionen las cosas, pero
sin duda, como poco, se inicia el buen camino o se acierta a intuirlo al menos.
Por mayores que seamos, por mayores que ellos sean, es insustituible y una de
las imágenes que más echamos de menos en su falta.
De la
sonrisa de un amor, ¿qué se puede contar? ¿Cuánto darían muchos por una sonrisa
de amor? Es la que más agitación provoca en nuestros cinco sentidos y por la
que más locuras se pueden llegar a hacer. Las personas llegamos hasta el
extremo de matar por una y a muchos nos ha hipnotizado, sorprendiendo el nivel
de “desconexión” al que nos puede llevar. No son pocos los que ves caminando,
absortos en su nube, con la sonrisa contagiada en sus labios. Y que no falten.
Y que sigan deleitándose con esa sonrisa compartida entre dos.
Muy
valorada por mí es la sonrisa de un amigo, de esa persona, que sin ser familia
ni tener con ella una relación amorosa, estuvo, está y estará ahí para reír
contigo, llorar junto a ti, abrazarte, escucharte, mirar a tus ojos para
conseguir que cambies si hace falta, o consolides lo que eres. Esa persona que,
sin la inocencia del bebé, el cariño de tus padres o el amor de tu pareja, sabe
de ti para dibujarte una sonrisa. Van muy unidos la amistad y la alegría, casi
que es el icono representativo la segunda de la primera, pero tiene mucho valor,
en tiempos difíciles, cuando un amigo de verdad, de los que pocos tenemos y
muchos carecen, te saca de esa tristeza para traerte a la vida.
Me
viene a la cabeza, mitad anécdota mitad “pecado” según quién lo valore, esas
sonrisas que, al menos a mí, me asoman o consigo obtener de otros con
frecuencia en una situación tan dolorosa como son los velatorios. A veces, en
esas circunstancias en donde no sabes cómo actuar, ya te toque de cerca o ya
sea a algún conocido más o menos próximo, a veces, repito, y cada vez más
frecuentemente, agradezco y me agradecen, según compruebo una y otra vez, en
medio de tanta lágrima, de tanto dolor, de tantos recuerdos que ya se quedarán
en eso, un abrazo, un apretón sentido o una mirada acompañados de una sonrisa
que diga todo sin más palabras ni frases hechas. Esa sonrisa, de otra manera
que las anteriores, transmite a su vez una fuerza que, aunque parezca mentira
por la situación, sirve para continuar en esta vida que no para por pérdidas
puntuales, por muy queridas que éstas sean.
Podríamos
hablar ya a muy inferiores escalas, aunque también aconsejables su práctica
habitual, de las sonrisas protocolarias en saludos vecinales, puntos de cara al
público (como bares, organismos oficiales, tiendas y muchos etcéteras más) o en
presentaciones amistosas, las cuales, siendo necesarias que se hagan por
educación y cortesía, transmiten poca fuerza, al menos la primera vez que son
puestas en escena.
Sonriamos,
practiquemos la sonrisa, provoquémoslas en quienes nos rodean, busquemos el que
nos las provoquen. Si hubieran menos armas y más sonrisas, si hubieran menos
insultos y más alegría, si la pelea la ganara el que menos gritara y más empujara
a la calma, si las pistolas se cargaran de abrazos y miradas, si tantas cosas
pasaran…la fuerza de la sonrisa sería más valorada. Valorémosla cuando la
tengamos, y no la dejemos olvidar, pues de ella depende, en gran medida,
nuestro grado de felicidad.
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