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Punto y final

Esta
semana ha sido un tanto frenética en cuanto a escritura se trata. Llevaba
tiempo dándole vueltas, releyendo y corrigiendo el manuscrito de mi nueva
novela que estaba prácticamente acabado y sentía la necesidad de ponerle el
punto y final. Un momento que se resiste a llegar igual por apego a la obra,
por indecisión o por ambas cosas.

He
llegado a la conclusión que, cuando estás escribiendo un libro, lo das por
terminado sólo cuando sientes que ha llegado el momento de acabarlo. Parece muy
místico y trascendental pero nada de eso, siempre hay un instante que te das
cuenta de que hay que parar.

Particularmente,
mi forma de trabajar es la siguiente: escribir, escribir y escribir. Cuando
acabo de contar la historia empiezo a releer, releer y a depurar, corregir,
añadir, quitar, quitar y vuelta a empezar. En medio de este proceso un tanto caótico
por no seguir ningún tipo de esquema ni nada parecido, hay momentos de mucha
euforia por lo bien que crees ir y de mucho agobio por lo mal que te parece
todo; las dudas de si vale o no vale la pena lo escrito, de si es bueno o de si
es malo, de si gustará o no, de si es creíble o es increíblemente bueno o malo
es una constante en el proceso creativo hasta que un día sientes que ha llegado
la hora de colocar el punto y final y parar de martirizarte porque,
emocionalmente, estás agotado. A los ojos de tus compañeros de trabajo, amigos
o familiares no eres más que un bicho raro que parece estar siempre en babia
cuando la realidad es que tú vas a tu rollo, a tu historia y nunca mejor dicho.
A decir verdad tienen razón: ¡estás un poco más pa’llá que pa’cá!

Cuando
por fin decides enviarlo a la editorial llega otro momento no menos crucial y
me atrevería a decir incluso que de infarto: el momento de darle al botón de
enviar. El tiempo se para y por tu cabeza pasan, a la velocidad de la luz, cada
una de las páginas del susodicho manuscrito. Y entonces, al cabo de yo que sé
cuánto tiempo que bien puede durar toda una eternidad, terminas aceptando que
ya está listo para mandar después de auto flagelarte un poco más y entonces, por
fin lo envías. Automáticamente, te sientes liberado, aliviado y realizado pero
un sentimiento de pena te asalta de improvisto después de darle al botón de
enviar porque has dado tanto en casi un año de tu vida que ahora te sientes
vacío.

Pero
todavía hay que sufrir un poco más y entramos en el nivel «crucifixión» porque,
ahora toca esperar el informe de lectura por parte de la editorial, el primer
baño de realidad antes de lanzarte a la piscina de los lectores.

Parece
cómico y lo es, traumático puedo parecerlo también, por supuesto es de locos. Pero
colocar el punto y final no acaba con tus dudas e inseguridades, simplemente,
terminas por aceptarlas.

Porque,
tanto como músico como escritor, siento que siempre estoy muriendo y renaciendo
continuamente y no se trata de ningún pacto con el diablo, simplemente es una
putada porque por más que te levantas más te caes y viceversa, sin olvidarme de
la amante celosa llamada soledad que tanto me aísla de todo y de todos cuando a
su suerte me abandono renunciando a tanto por lo que a ti te puede parecer
poco. Pero, ¿qué quieres que te diga? Esa es mi vida y no conozco otra forma de
vivirla. Que, ¿por qué lo hago? Es simple, porque así me siento vivo.

La
realidad es que te resistes a poner el punto y final porque siempre hay algo
más por hacer, algo más que contar, algo más que mejorar porque, es indudable,
que siempre podemos dar más y ser mejores. Pero, aún así, el punto y final no
significa que ya has acabado, simplemente, has dejado ir.

Y,
¿a dónde va esa parte de ti que has dejado ir en forma de libro? A ti, lector.
Porque una vez publicado, mi libro ya no me pertenece. Está huérfano y sólo
necesita que lo adoptes. ¡Bueno vale!, se me ha visto un poco el plumero, tenía
que meter la cuña publicitaria para ir caldeando el ambiente mientras el pan
está en el horno que después vendrá el punto y final de tus comentarios.

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