Nada más inoportuno, sería decir, que este tema no importa o no interesa. Síntoma que delataría, hasta qué punto, el ruido y la furia (mejor que el estrés), colonizan la vida. En el año que acaba de expirar, se publicó, en Francia, un interesante libro que tenia por título, Historia del Silencio, del Renacimiento a nuestros días; de Alain Corbin. Editorial Siruela. El Secretario de redacción, de la revista de Occidente, decía a propósito:” que el silencio es, hoy un lujo. Un ensayo luminoso, sugerente, militante, espléndidamente escrito, para alertar a una sociedad desnortada, que no siempre se avanza hacia adelante, también hacia atrás y de qué manera”.
Hace algunos
años, Pablo D’Ors con su biografía del
silencio, causó un enorme impacto editorial y digamos espiritual. El libro supo
conectar
con necesidades insoslayables del ser humano. Cabe resaltar por si alguien no lo sabía, que
D’Ors, a más de ser un excelente escritor,
es sacerdote y religioso claretiano.
Decía el filósofo Wittgenstein, que el
lenguaje es un juego social entre seres humanos, y sujeto a reglas de silencio;
nunca está de más repetir aquella famosa frase “de lo que no se puede hablar, mejor
callarse”; esta otra, tampoco es manca:” Los límites de mi leguaje, significa
los límites de mi mundo”. Y para
terminar con las citas, permítanme una de Nietzsche. “el camino de todas las
cosas grandes pasa por el silencio”
Más modestamente,
un servidor, editó un librito en 2019, titulado: El silencio, Editorial Esepe; que recoge la transcripción de una charla, del también claretiano, sacerdote
y neuropsiquiatra, Rafael Gómez Manzano; quedaba
algún ejemplar en Babel o de Cruz
de Elvira. Quien, además de afirmar, que
la estructura psicológica del hombre es contemplativa, y por tanto
no podemos prescindir del silencio, sino a costa de nosotros mismos.
Por cierto,
volviendo a las citas; recuerdo en una consulta de un médico, que uno le decía a otro, que sería
un familiar y no paraba de hablar: con lo bonico que es el silencio.
Hablar del
silencio, en este caso escribir, es
quizás el máximo exponente de una palabra que se ha puesto de moda; el oxímoron. Que define a un concepto por su contrario; ejemplo, el de
Quevedo, cuando dice: “y en mis cenizas mesmas ardo helado”. Y es que, la esencia misma del ser humano, es
la alternancia entre el silencio y la palabra.
Le vendría
bien, pienso, a nuestra clase política y a los demás, pasar algún tiempo en lo
que antes se llamaba, silenciarios. Porque si la palabra surge del silencio,
seguramente se dirían menos atrocidades.
No se violentaría la gramática, tal vez. Aunque fuera sólo por eso.
Para el que quiera sacar nota el silencio le serviría para saber quién es. O para escuchar ese
código cifrado que sólo se oye en esa frecuencia.
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