Los recuerdos no se deberían guardar en la mente, no, tendrían que almacenarse en un álbum, como las fotografías, y colocar éste en el lugar más alto de nuestra biblioteca, lejos de nuestra vista. Pero no soy tan complicado como para huir o mentir, ni quedarme aquí en silencio, pero no soy tan simple como para no advertir que a pesar de con cien palabras podría definir el tiempo que me tocó vivir, me quedaría corto en el contar de quizás no una gran historia, quizás una más de las muchas que toco vivir en aquellos tiempos difíciles en España durante la primera mitad del siglo XX a través de la ética, moral, sueños y miedos de una persona como yo, que a base de experiencias personales y profundas cavilaciones, intentó vivir su vida sin hacer daño a nadie en un tiempo lleno de incertidumbres, en una permanente batalla entre la memoria y el olvido, equivoco paisaje de ilusorios recuerdos que desbordan absurdas esperanzas que nunca me faltaron.
Me llamo Antonio Morales Ramos, puedo decir que soy de pocos amigos, pero de mis enemigos no sé cuántos cosecho, y tengo que decir que en este momento que comienzo a escribir mis memorias, terminando ya los años veinte, en España se vivía mal, aunque es cierto, no obstante, que se vivía con alegría.
La gente reía por la calle, a pesar de que la diferencia de clases era evidentemente notoria. Unos vivían muy bien y otros mal, lo malo es que la mayoría éramos quienes vivíamos mal. En Novés, mi pueblo, yo creo que no se pasaba tanta hambre como en el resto de España, pero se pasaba igualmente mal, porque éramos un país que vivía de espaldas a lo que pasaba fuera, donde apenas teníamos comercio exterior y relaciones con el resto de países que progresaban en todos los ámbitos mientras nosotros nos dedicábamos tan solo a exportar naranjas, pulpa de albaricoque, corcho y poco más. Y todo esto, con altibajos, siguió vendiéndose fuera. Daban pena aquellos tratados de comercio exterior, donde todo venia de fuera, donde todo se producía fuera. Por esto la crisis nos pilló un poco fuera de juego cuando llegó la etapa de vacas flacas, y la caída fue muy estrepitosa. A nosotros la crisis internacional no nos influyó. Casi le diría que no nos enteramos demasiado. Tenga en cuenta que vivimos en muy poco tiempo el cambio de la dictadura de Primo de Rivera a la Monarquía, y de ésta a la República. Eran momentos de mucha incertidumbre política y de mucha tensión. Todo esto nos impedía ver la crisis, simplemente porque éramos un país en eterna crisis, donde cada familia bastante tenía con preocuparse cada día en tener un plato de comida sobre la mesa. Con la República vivimos una etapa de estabilidad en el crecimiento de la economía.
Entonces se empezó a vivir peor. La crisis se notó mucho en 1931 y 1932, pero en 1933 ya parecía que empezábamos a remontar la situación y en 1935 comenzaba el auge. Esto se notaba muy claramente en la construcción. Si este sector iba adelante, la economía también.
Os debo hablar de la persona que me acompaño en momentos tan duros, se llama Esperanza, hace honor a su nombre, es pura alegría, pura energía y no permite el desaliento a su lado, es luchadora , proviene de una familia de 9 hermanos, así que está acostumbrada a tirar de ellos, es la mayor, también está acostumbrada a tener poco y buscar donde no hay, es ingeniosa, y muy trabajadora, se dedica a coser, y su trabajo es muy valorado, y nunca abandona su cara una sonrisa, es muy adelantada al tiempo que vivimos, su forma de entender la moda e ir por delante así lo manifiesta, no se asusta con nada y se ha hecho a sí misma. Estaré siempre agradecido a Dios por haberme traído esta mujer a mi lado, porque yo soy viudo, y ella soltera, en una España convulsa y ya siendo mayores, creo que esta es una segunda oportunidad que debo vivir.
Esperanza me sigue en todas mis inversiones por mejorar nuestra economía, lucha en la misma medida que yo para salir adelante, confía en mí, y nunca me pone trabas para intentarlo una y otra vez.
Hemos pasado por muchas privaciones, hemos tenido una pensión, un bar, ella a la vez cosía .Yo cogía cualquier trabajo que me ofreciesen, solo quería hacer feliz a Esperanza y darla todo el bienestar que pudiera, pero la vida no fue fácil, y así empieza mi historia, nuestra historia…
Comienzó a llevar un libro de cuentas, con el queda reflejado nuestras penurias y parte de nuestra vida, había que arañar hasta el último céntimo, y poco a poco lo conseguíamos.
Pero me estoy adelantando, ya que estábamos al final de los años veinte, cuando en medio de la gran crisis, mi mujer, Esperanza, y yo, regentábamos una pequeña bodega que abastecía de vino y aguardientes a los vecinos de Noves, pero con la que apenas sacábamos para comer, ya que cada día era más lo que se fiaba que lo que se cobraba, por lo que en abril de 1930, con los ahorros de 1614,05 pesetas me puse a trabajar con un coche alquilado llevando viajeros entre Noves y Toledo durante tres meses, siendo los gastos y las entradas iguales, sin beneficios, por lo que tuve que desistir, así que en el mes de agosto del mismo año puse el bar al que puse de nombre mi apellido: Morales
Malos tiempos, ya he dicho que eran malos tiempos. En fin, el bar era uno de esos locales en los que tan sólo se acercaban por el mismo aquéllos que salían tarde de trabajar, casi todos en las tareas del campo o de la cercana fábrica de lana, apenas tres tipos en la barra y cuatro sentados en una mesa, en su gran mayoría gente de caras agotadas y taciturnas que acudían al calor del alcohol para el relajo final del día entre olor a tabaco que se fundía con el aroma a madera de la tarima, la barra y las banquetas. Personas que tomaban vino para curar las heridas internas, esas heridas que tardan años en cicatrizar, si es que lo hacen. Personas que al segundo vino parecía que ya te conocían de toda la vida y pasaban a contarte multitud de problemas en su vida cotidiana, porque se supone que escuchar las conversaciones ajenas es parte del trabajo de los camareros, y también su cruz, en algunos casos. Yo no les cortaba, porque si escuchaba sus historias cabía la posibilidad de que decidieran irse a otro sitio en busca de alguien que les escuchara, y ante ello prefería que aquellas escasas pesetas que tenían se las dejaran en mi casa antes que en cualquier otra, ya que a la necesidad que teníamos se sumaba la llegada de nuestro hijo, algo que me llenaba de alegría a pesar de nuestra precaria situación
Cada día, sin variar, miraba las personas que entraban e imaginaba una historia para cada una, les creaba un pasado, una familia, amantes, novios, encuentros secretos, que luego ellos tiraban por tierra al relatarme tan solo penurias y agobios que mataban cualquiera de sus sueños. Con ello me di cuenta que a muchas personas les era dificultoso y casi siempre imposible hacer realidad lo que soñaban y, lo que era peor, a muchos otros, les era imposible soñar. Así se sucedían los días, tal vez porque de aquella forma, mientras trataba de ocupar mi mente inventando historias ajenas, olvidaba un poco la mía.
El tiempo no puede borrar la agonía que se desencadena dentro de mi ser, cuando la vida se tiñe de negro y el cielo, pardo como en las noches, se torna gris lleno de tristeza y desesperación al olvido, ¿qué tanto se puede pedir de la vida?, ella nos invita a tomar, aunque nos resistamos a ello, tragos amargos de desesperanza absoluta, y recorremos caminos congelados, y el frío corta la piel desangrando nuestro ser, el dolor se apodera del alma y al mirar al vacío, recuerdas lo que fuiste… recuerdas, la felicidad o quizá nunca la tuvimos, sólo queremos descansar con nuestra amarga melancolía, pues la esperanza se ha ido, y con ella, nosotros por detrás.
Puedo recordar cosas agradables, mucha alegría entre la gente, mucho entusiasmo cuando se instauro la República, más que por haber venido la República, por la tranquilidad con que se consiguió.
Vi la alegría con que el pueblo recibía la República y francamente yo también me alegré, pasó algún tiempo, vi que había venido con una naturalidad enorme, no había habido revoluciones, no había habido sangre y esto es una de las cosas que a los hombres, no ya maduros pero por lo menos de veintitantos años, como yo tenía, pues nos alegró. Transcurrió el tiempo, y a la vista de las cosas y acontecimientos, yo pensé que esto iba a ser un albedrío, una alegría mal fundada porque observé que los hombres pedían cosas inverosímiles, creían que iban a vivir sin trabajar, empezaron, en la alegría de esos hombres, que a mi juicio creo que es por incultura, que parte de ellos tenían, a volcar tranvías, a quemar iglesias, a asaltar conventos, esto me disgustó mucho, francamente observé que la República no iba bien, transcurrió el tiempo y se vio claramente que esto no mejoraba, observé que los obreros pedían cosas, que a lo mejor tenían razón, habían estado oprimidos muchos años, con monarquía y con dictadura, pero no creo yo que fueran motivos ni para quemar conventos, ni para asaltar iglesias; yo creo que aquello fue una cosa que no tenía razón de ser, querían conseguir una cosa a la fuerza y esa yo vi que no era la manera ni la solución, las huelgas aumentaban y esto no podía conducir más que a lo que condujo, a un desorden en las calles, a un desorden en los militares que no defendía las órdenes directas del gobierno. Entre todos estábamos soliviantados, la izquierda quería protestar, la derecha quería incordiar para que la izquierda protestara más y esto fue un conglomerado de ideas que no sabíamos a donde nos iba a llevar en aquellos tiempos.
Malos tiempos, si, eran malos tiempos para todos, y así lo reflejaba el libro de contabilidad donde cada día anotaba los gastos e ingresos, siendo mayores estos que aquellos, por lo que en el último día de diciembre de 1931, tras hablarlo largo y tendido con Esperanza, decidimos dejar el negocio antes de que termináramos más arruinados de lo que ya lo estábamos y no tuviéramos ni para comer, porque aunque muchos políticos decían por aquellos días frases como “no solo de pan vive la población”, sin un trozo diario de pan sobre la mesa, poca ilusión puede sentirse con un estómago vacío. Políticos, a estos sí les vendría bien un buen vaso de humildad y realidad para ayudarles a tragar esa mezquindad y esa soberbia que se les ha quedado atascada en la garganta. Pero, por lo visto, la miseria se trata como si fuera una maldición: la conjuramos y se va. El enemigo es el pobre, el borracho, el enfermo, el mutilado, el débil, los pobres no somos los descendientes de los reyes, ni de los vencedores. Somos los descendientes de los que superaron las pestes, las hambrunas, las guerras, las sucesivas explotaciones por parte del amo de turno, una actitud que lejos de mostrar fortaleza sólo sirve para esconder el miedo. El miedo a que mañana sea yo el que esté tirado en la calle, sin nada más que mi desnuda humanidad para enfrentarme al mundo. A pesar de sentirme desesperado, a pesar de no saber muchas veces que hacer y sentir que mi vida es un desastre y me hace sentir derrotado, que el destino me dio las espaldas a pesar de que al mirar a mi alrededor veo a personas igual o peor que yo, aunque eso no sirva de nada, tengo que seguir mirando al frente.
En el transcurrir de la existencia de un ser humano, nada está prefijado al cien por cien. Ni siquiera se podría asegurar lo que va a pasar al día siguiente, ya que absolutamente todo puede ocurrir, aunque a veces no se encuentra un horizonte a dónde mirar, como si una oscuridad no dejara ver el futuro, porque caminar hacia delante parece el caminar de un ciego y la luz tarda en aparecer en muchísimos casos. Pero estuviera o no ciego, no podía quedarme quieto ante aquel incierto futuro, porque vivir implica precisamente una lucha diaria, y por ello en nuestra existencia siempre quedan páginas en blanco por escribir, y yo deseaba seguir escribiéndolas al lado de Esperanza, porque puedo decir que tengo la suerte de haber conocido a una gran mujer, y gracias a ella puedo volver a soñar, tener nuevas expectativas en un mundo oscuro y sin salida. Esperanza estaba ya sobre la mitad en su embarazo, y seguramente sobre el mes de mayo nacería nuestro hijo.
Había vuelto a fracasar, a pesar de que seguía pensando que el fracaso solo existe si somos capaces de dejar de esforzarnos y no volver a empezar, ¿qué sería de mí si no pensara que cada día puede traer alguna nueva alegría en medio de tanta desdicha?
Ante un panorama tan pesimista e inmersos en tiempos tan difíciles, quedarse inmovilizado era lo peor que podía hacerse si queríamos mejorar nuestra calidad de vida, por ello, al mes siguiente, nos fuimos a vivir a la calle La Iglesia, junto a la carretera de Toledo, donde haciendo un esfuerzo más alquilamos una casa por seiscientas pesetas al año, y en la que pusimos rápidamente, tras vender el mobiliario del bar y comprar unas camas y varios colchones, una casa de huéspedes.
Los primeros huéspedes que tuvimos fueron D. Guillermo, un veterinario, y D. Manuel y D. Lorenzo, ambos médicos, que pagaban cada uno diariamente por la habitación cinco pesetas, por lo que los ingresos rondaban las cuatrocientas cincuenta al mes. Ese mismo mes, mi cuñado David, volvió a rondarme con el tema de que cogiéramos un coche para trabajar juntos llevando viajeros mediante precio acordado, algo que mi mujer no veía con buenos ojos y quizás tendría que haberle hecho caso, pero la necesidad de sacar mi familia adelante laceraba mi mente, así que tras tramitar la compra de un coche a plazos, a principios de febrero nos pusimos a trabajar con el coche, un Chevrolet de 1924, de bastante buen aspecto pero un motor algo quejicoso que nunca llegó a funcionar bien del todo, pero que al menos cumplía su cometido.
David, el hermano de mi mujer, era un mozo de buena apariencia, alto, de cabellos rubios, ojos marrones y una musculatura muy desarrollada. Su cara tenía una expresión seria, fría, de hombre calmo y sereno, de apariencia presentaba carácter amable y buenos modales,
David tenía un segundo trabajo, se dedicaba a la fragua, con ese trabajo sacaba para ayudar a su familia, la manera de ver cómo llevar el trabajo del coche no era la misma para los dos, así que me separe de él por causa de no entendernos y me puse a trabajar yo solo con el coche.
Malos tiempos, si, malos tiempos. Con las habitaciones alquiladas y del coche sacaba muy poco, y los huéspedes empezaron a faltar por causa de su trabajo bastantes días, notándose notablemente esos ingresos en nuestras exiguas arcas. La Segunda República se había proclamado el catorce de abril, durante el cual la coalición republicano-socialista presidida por Manuel Azaña intentó llevar a cabo diversas reformas que pretendían modernizar el país, pero que se quedaron en eso, en pretensiones y poco más, porque entonces empezó la cosa a ir mal, tanto es así que los patrones no gastaban en viajar y del coche solo hice ciento setenta y seis en todo el mes de mayo, lo comido por lo servido y con pérdidas, ya que de letra de coche pagaba 150 pesetas, y sumándole a eso la gasolina consumida es fácil ver que trabajaba por nada, tan solo para seguir perdiendo. Para muchos, tener un negocio propio es la ambición de su vida. Pero en los tiempos que corrían, era muy difícil decidirse sin que hubiera grandes posibilidades de no acertar con el negocio en cuestión, resintiéndose de la mala situación económica cualquiera de ellos. Si, el tiempo corría en contra de las ganas de trabajar y salir delante de un país desmoralizado por el empobrecimiento social
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