Desde el Templo Sagrado de la Sabiduría, se acordó que los dragones volverían a la Tierra para proteger el conocimiento oculto de los hombres y mujeres, el cual se mantendría sin revelar en sus corazones, hasta que la Humanidad estuviera preparada para despertar.
A semejanza del Templo Sagrado de la Sabiduría, se creó un nuevo Templo para los dragones. Éste servía de morada, y a su vez, albergaba en su interior, en lo más profundo de la tierra, un caldero alquímico, contenedor de la chispa sagrada del Conocimiento. Cuando los hombres y mujeres sintieran en sus corazones la llamada, la chispa se encendería, y comenzaría a emerger todo aquel conocimiento oculto, que al resonar con la Verdad del corazón, beneficiaría a todos los seres e impulsaría su evolución.
Los dragones eran los guardianes protectores del Conocimiento, y el caldero alquímico, su tesoro. Su presencia era imponente y majestuosa. Emitían impronunciables sonidos agudos que se perdían en el firmamento, y sus lenguas de fuego despedían destellos de luz, calor y olor a lumbre. Sobrevolaban su santuario en una infatigable danza de fuego, que teñía de púrpura el cielo, e irradiaban tal fuerza alrededor, que la atmósfera se impregnaba de un inusual misticismo, de modo que todo aquél que se acercaba, quedaba sumido en un confuso estado de ensoñación.
Los dragones supieron que había llegado el momento, cuando presintieron a la Tierra temblar y percibieron el calor de la chispa sagrada, que estaba a punto de brotar. Rápidamente, se dispusieron en círculo, y desde las alturas del Templo, iniciaron su ritual. El cielo se cubrió de nubes densas y oscuras. El viento cesó. Y nada más se oyó, salvo el murmullo de la Tierra.
Al unísono, los corazones de los hombres y mujeres –poseedores de grandes y variados saberes, que íntimamente conservaban hasta entonces- comenzaron a agitarse, y en sus mentes, comenzaron a aflorar ideas, pensamientos y recuerdos, impulsados con la firme determinación de ver la luz. Y sintieron la necesidad, el convencimiento y el inexplicable anhelo de hablar, de crear y de expresar al mundo lo que guardaban dentro. En ese momento, la chispa sagrada del Conocimiento se encendió.
En las recónditas profundidades del Templo, el caldero alquímico vibraba al ritmo de la tierra, mientras hacía su magia de transformación. De la chispa sagrada, comenzó a surgir una columna vaporosa, etérica, que se elevaba hacia la superficie, y través de la cual ascendían cientos de pequeñas luces. Los dragones, totalmente compenetrados, sintonizaron mente, corazón y propósito, y seguidamente lanzaron fuertes llamaradas al centro del Templo, provocando la apertura del suelo y la salida al exterior de la columna etérica, que continuó elevándose hacia el cielo. Las nubes se disiparon, y la columna, con todas sus lucecitas, pareció perderse en la infinitud del universo, como siguiendo el eco de la voz de los dragones.
Los guardianes protectores del Conocimiento alzaron el vuelo y se dispusieron alrededor de la columna, que seguía emergiendo de la chispa sagrada. Cuando el caldero alquímico dejó de vibrar por la acción de la Tierra, la chispa se apagó, y las últimas lucecitas que brotaron se elevaron, apenas dejando un efímero rastro de la columna tras de sí. Cuando la última luz ascendió por encima de los dragones, éstos lanzaron una única y última llamarada hacia la columna vaporosa, ejerciendo un efecto de “cierre de compuertas”, tras lo cual, no se volvió a vislumbrar.
El poder de los dragones, que va más allá del tiempo y del espacio, hizo que la columna –corriente de energía por la que discurría el conocimiento no revelado de hombres y mujeres, de corazones puros y nobles intenciones-, se filtrara a través de los caminos de luz del planeta –las llamadas “sendas del dragón”- y cruzara diversos portales dimensionales, hasta aparecer en un nuevo plano. Este plano estaba conformado por una inmensurable red energética similar a una tela de araña, cuyo entramado facilitaba la unión y el fluir de la comunicación entre los diferentes puntos. La corriente de energía viajó por esta red, hasta encontrar un lugar apropiado, de vibración parecida, y sintonizarse en uno de estos puntos de unión. Entonces, comenzó a tomar forma. El conocimiento latente en el interior de estos hombres y mujeres, que contribuirían a expandir la conciencia por medio de la expresión de sus propias experiencias y aprendizajes en la vida, se transformó en una revista virtual. Y las pequeñas luces, nacidas de la chispa sagrada del Conocimiento, se convirtieron en grandes historias, cuentos, poemas, opiniones, críticas, noticias… Un espacio de cultura donde el arte, la literatura, el cine, la historia y la música ocuparon un lugar preferente, y desde donde se animó a otros corazones puros y libres a compartir su verdad y su visión, para poder transformar, entre todos, el Conocimiento en Sabiduría.
Con el tiempo, se fueron uniendo más y más personas, y el conocimiento se fue ampliando y extendiendo a través de la inmensa red energética. La revista fue creciendo, y acabó por convertirse en visita obligada para todo aquél que se considera un Buscador. Y cual dragones, guardianes protectores de un maravilloso tesoro, fueron los mismos escritores –los hombres y mujeres que atendieron la llamada de su corazón- quienes velaron por el Conocimiento, mientras difundían sus verdades con Lenguas de Fuego.
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