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Luis Brenia versus Luis Brenia(Autoentrevista)

–En primer
lugar, y a fin de iluminar al grueso de lectores potenciales, deseo formularle
la siguiente cuestión: ¿Cómo concibe usted La Literatura?

Sin duda alguna, y por su magia, como la
más hábil herramienta de programación neurolingüística, en tanto por su calidad
de discurso autosuficiente y capacitado para resultar en cualquier habilitada
mente humana que se atenga al mismo. Piense en La Literatura como la panacea
del Lenguaje Articulado, y considere la propiedad única de El Verbo de hacerse
carne y de habitar en y entre nosotros, pues ahí es donde se ejecuta La Magia
de La Literatura: en la fusión del discurso literario con nuestra portentosa
mente, tan amante ella de paladear intelictivamente la belleza narrativa del
lenguaje, dado que La Palabra es, por sus potenciales, su principal y más
versado vehículo de articulación, constructivismo y expansión.

–¡Ya, ya, señor
Brenia, pero…

¡No hay peros que valgan! ¡En tanto que no
operan con las tan poderosas Divinas Palabras, ninguna Arte, ni parte, puede
medirse con La Literatura! Los Más Grandes Artistas son, no ya los escritores,
sino dentro de tales las raras avis de Los Literatos: Los Magos de La
Palabra.

–¿Y, según
usted, cómo debe ser La Literatura para conseguir eso, para mejor resultar? Más
aún, sí: ¿Cómo se formula su propia literatura? ¿Qué distingue La Literatura de
Luis Brenia?

¡Ambiciosa retahíla de cuestiones! La
Literatura debe ser, en todo grado, complaciente, regocijante, entretenida y
cautivadora, fluida y satisfactoria; así es cómo lo ejemplarizan Las Grandes
Plumas, y, la verdad, en ello también me ando yo, pues, así, Mi Literatura,
harto elaborada, como entiendo debe ser, como el propio oficio te enseña,
comprende ser un variopinto arsenal de maquinaciones lingüísticas que anhelan
resultar como urdidas configuraciones a la par que le concede al lector todas
una áreas de participaciones personales que, al casar con el texto, consiguen
complementarizar, de forma íntima, la fusión nunca inerte. En cuanto a qué
singulariza el conjunto de mi obra, puedo decir que, siempre atendiendo al
explícito corte del texto, cabe destacarse como común denominador, el talentoso
y magistral uso del lenguaje (que he adquirido con mis aplicaciones) y mi
acuñada originalidad que posee un vivificador poder de lo más cautivante y
expansivo; dentro del campo de la ficción, el gran protagonismo que juega lo
estrambótico y la peculiar filosofía narrativa del cómic; en tanto que en mi
vertiente realista, lo desempeñan mi vida, la panificación (tratada e
infiltrada de muy diversas, privilegiadas y originales maneras), el desorden
afectivo bipolar y el propio oficio del ejercicio de la escritura literaria.

–«La legibilidad
cuenta», reza, como sabe, el Séptimo Principio del Zen de Python, ese
leguaje de programación de alto nivel.

Ese principio y el de «ahora es mejor que
nunca» son los únicos que atiendo de dicho canon. Yo no escribo para inertes
máquinas, y, por tanto, entro en muchas otras consideraciones; y, por ejemplo,
los casos especiales sí que pueden romper las reglas; o sea, siempre que dicha
ruptura redunde en la calidad de la legibilidad. También, por ponerle otro
ejemplo, le concedo gran valor a la ambigüedad y a la tentación, tan humana, de
procurar interpretarla, porque me parece algo muy consuetudinario y nuestro,
como especie, que puede jugar interesantes roles en la disección, translación y
asimilación de un texto. A mí, en cuanto a que más me divierto, aprendo y
aprehendo más, siento crecer y realizarme, me encantan los juegos literarios y
ser de veras travieso y hasta gamberro; al fin y al cabo, narrar, aparte de
cuanto se cuenta, comporta ser un ejercicio de gran habilidad y pericia
lingüística; y mi deseo es que el Lector (que fabrico) se lo pase en grande y
tan bien como yo; que disfrute de lo lindo y sienta en su piel las caricias de
las escogidas palabras de mi infalible mejunje; que mi archielaborado discurso
le resulte placentero, regocijante y terapéutico como un bálsamo.

Luis Brenia según Ricardo Estecha

–Usted escribiendo –yo lo sé– milita como un druida, amén de su propio paciente, rector y corrector, que, seguro de sí, administrándose su propia pócima prodigiosa y de diseño, fuese, a su vez, el mutante cobaya que resultará, de las propias metamorfosis de la empresa, el más privilegiado de los posibles testigos o Lectores.

Sí, fundamentalmente lo hago por mí; y me
lo planteo, con todas las consecuencias, como verdaderos conflictos que acepto
en mi realidad como puras cuestiones de supervivencia. Créame, a mí, por mis
muchas peculiaridades, me resulta mucho más fácil encontrar verdaderos amigos y
aliados sabios en el Mundo Onírico que en la realidad.

–¿Pero qué estoy
oyendo? ¿Qué me está usted diciendo? ¿«Mundo Onírico»? ¿Dónde queda eso y qué
demonios pinta usted allí?

¡Bien nos supo precisar Borges que «La
Literatura no es otra cosa que un sueño dirigido». ¿Quién diablos no necesita
soñar? ¡Bañarse cada noche en Las Altas Esferas! ¿Quién no agradece un buen
sueño o destesta, como si fuese de lo más cierta, una pesadilla? ¡El Mundo
Onírico es crucial, y tan salvaje e infinito…

–¿Por eso
invierte cuanto puede en él? ¿No se da cuenta de que, a base de darse tanto al
mismo, se está privando de vivir en La Realidad por hacerlo en demasía en la
imaginaria ficción y sus figuraciones? ¿De que no es más que un rehén de lo
fantasmagórico?

Mientras en casa me estoy, rey me soy. Prefiero ser un rehén de mi libertad que
de la esclavitud. El Mundo Onírico es abierto, mientras que la realidad, grosso
modo
, nos queda delimitada. Mire, el spot de Loterías y Apuestas del Estado
reza «si sueñas, lotería»; pero, a decir verdad, mis sueños no pueden ser
colmados por tal; estos requieren ser urdidos y construidos, al tiempo en que realmente
los revivo no ya por La Fortuna, sino por La Palabra, y nada más que por ella,
dado que a ninguna potencia le es dado sustituirla. De manera que, para mí, la
mejor lotería es poder estar sentado en la más primerísima de las filas, que ya
quisiera para sí el mejor director de cine, edificando, palabra por palabra y
rengón a renglón, un sueño nunca del todo revelado; lidiando al ralentí,
entretanto, a bordo de mi procesador de textos, por su rescate de Lo Eterno,
como si fuere todo un pecado abstenerme de ello, a fin de traerlo a este mundo
para que pueda constituirse en acto en cualquier mente que hábilmente a él
pueda y/o quiera confiarse; defendiendo la estética que el propio texto te
revela, andando un camino jamás transitado y sacando del estiercol de mis
solitarias horas (en las que nunca estoy del todo solo, y hasta te sientes puro
medium, pues La Palabra y las tan atentas Musas sientes que te
acompañan) las más bellas flores. Y lo mejor de todo: gracias al buen
aprovechamiento de la incomensurable capacidad de translación de El Verbo (cuya
miel dentro de todo el amplio campo de toda Lingüistica lo es La Literatura),
dichos sueños pueden ser también perfectamente soñados por el prójimo. ¡Tela!

–Seguro que con
cuanto ha escrito tiene usted muchos personajes. ¿Quiénes son realmente para
Luis Brenia?

¿Personajes? ¡Tantos como pájaros anidan
en mi soberana cabeza! Nunca llevé la cuenta de tales. Sin embargo, créame, en
base a las cosostenidas convivencias, los recuerdo como si fueren gente real
conocida. Tienen esa entereza. ¡Si usted supiera cuánta vida nos hemos dado y
quitado…!

–Puedo
imaginármelo, señor Brenia, pero, aunque para usted escribir sea el pan de cada
día, ¿sabe que para muchísimas personas no (y no ya porque no puedan, sino más
bien porque, en verdad, ignoran lo que és y cuanto comporta)? ¿Que abundan las
personas que no escriben ni tienen personajes? ¿Qué le diría a estas personas
que tan solas están?

Vida sin escritura es, para mí, como vida
sin voz, coyuntura harto difícil y espinosa, en cuanto a los espacios vitales
que personal y espiritualmente me cubre escribir; con cuanto ello comprende. Yo
le diría a esas personas que se están privando de la más íntima de las
libertades que natural y divinamente nos ha sido concedida como seres humanos:
la de soñar despiertos nuestros propios sueños; que escribir, cuando aprendes a
hacerlo, es perfilar y aquilatar tu mejor voz, rescatándola del silencio; si se
piensa, a quien no habla no le oye Dios. De siempre he estado convencido
de que cada persona lleva en su interior una novela digna del Premio Nobel que
solo ella, y nada más que ella, puede escribir. Siempre que escribo, siento
ganar tiempo.

–¡Pero usted
está loco, señor Brenia, y de remate!

¡Sí, cuento con esa ventaja!No sé, porque
no lo sé ni nunca lo he sabido ni lo sabré, qué es la cordura; pero me conozco
los dos extremos que comportan ser la demencia y la genialidad. Como sostuvo
Dalí «la única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco».

–¿Para quién
escribe? Por lo que me consta, sus contemporáneos no parecen importarle.

He escrito para mis contemporáneos, con
obras llanas; para mi posteridad, con audaces ejemplos; y ahora lo estoy
haciendo desde el año 3076 para mis antepasados, que, vea, son vuestros
descendientes de mediados de nuestro siglo; o sea, desde un futuro remoto para
lectores de un futuro inminente.

¡Lo que digo
yo: como una cabra! ¿Porque no se creerá Cervantes, o… sí?

¿Y por qué no? El Quijote es, para
mí, el más logrado autorretrato de una maravillosa mente bipolar que yo
conozca.

–¿Y quiénes son
sus autores de referencia?

De referencia, muy pocos: Dante,
Cervantes, Mateo Alemán, Borges, Ayn Rand, Margueritte Yourcenar, William
Gibson y John Steinbeck. También me encantan Luis Landero y Ray Bradbury.

–¿Y de la literatura
que hoy se cuece, qué me dice?

¡Pues que no la conozco en absoluto! Por
lo que no puedo opinar. No sé qué es lo que se está haciendo hoy en día que
merezca de veras la pena, ni tengo nombre alguno de referencia.

–Sabiendo que es
un incurable melómano, haga el favor de destacarnos una obra que le llene de
veras, y cítenos su predilecto libro de cabecera.

La Sinfonía «Los Ángeles» de Arvo Pärt, y Gödel,
Escher, Bach; un eterno y grácil bucle
, de Douglas R. Hofstadter.

–¡Caramba, cómo
se nos ha pasado el tiempo!¡Ha sido todo un placer charlar con usted, señor
Brenia!

Un placer mutuo, a decir verdad.

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