El asunto comenzó ayer, quinto día del confinamiento, al interesarme –yo que, vean, no soy más que un humilde y poético Maestro Panadero y Literato, amén de un curioso internáuta y un implicado habitante más de este tan hermosísimo como castigado planeta– por saber si los virus son sensibles a las radiacciones y los rayos cósmicos. ¡Y la respuesta es afirmativa!
Después
de algunas aleatorias pesquisas científicas sobre el coronavirus del demonio,
me dio por teclear en Google «cosmic rays and viruses» y ahí, tras ver la larga
lista de entradas, se me abrió de par en par la puerta a la virología, pues
pude acceder a un artículo sobre el Zika y otro acerca del N1H1, de manera que
decidí hacerme a mi manera una cátedra al respecto, a fin de averigüar hasta
dónde podía llegar.
El
primero titulado Weakened magnetic field, cosmic rays and Zika virus
outbreak, a cargo de Jiangwen Qu y N. Chandra Wickramasinghe, me hizo ver
que «la intensidad del campo magnético y un aumento repentino de los rayos
cósmicos registrados en México en 2015 fueron asociados con el resurgimiento
del brote del virus Zika en las Américas», que «el campo magnético debilitado y
la actividad mejorada de los rayos cósmicos pudieron influir en este brote en
humanos», que «se sabe que la tierra está protegida de partículas solares y
rayos cósmicos por un campo magnético», y que «en junio de 2014, después de
solo seis meses de recopilar datos relevantes la Agencia Espacial Europea, el
satélite Swarm confirmó la tendencia general de debilitamiento de la intensidad
del campo geomagnético, con la mayoría de caídas dramáticas presenciadas en el
hemisferio oeste. Sin embargo, en otras áreas como el sur del Océano Índico, el
campo magnético se había fortalecido desde enero», también que «estudios
anteriores han sugerido que el mosquito transmisor es sensible al campo
magnético, y que el debilitamiento del campo magnético puede aumentar su tasa
reproductiva y densidad. El Zika se transmite principalmente a humanos por
picaduras de mosquitos infectados, especialmente de la especie Aedes aegypti»,
y que «el campo magnético de la Tierra probablemente causó un rápido aumento de
mosquitos, promoviendo así la rápida propagación del virus. Un cambio brusco
del campo magnético en esta región permite rayos cósmicos y otras partículas
cargadas para llegar más abajo a la atmósfera. El fuerte aumento de rayos
cósmicos a nivel del suelo era en realidad registrado en México en 2015, y la
disminución de la intensidad del campo magnético podría posiblemente haber
llevado a un evento de mutación/recombinación en el Zika circulante.».
El
segundo artículo sobre el virus N1H1, del Journal of Climatology & Weather Forecasting, y firmado por S. Mukherjee de la
School of Environmental Sciences, Jawaharlal Nehru University, New Delhi,
India, amplió mi base de conocimientos, dándome a conocer que «la influencia
del sol y los rayos cósmicos extragalácticos en el medio ambiente de la tierra
está bajo consideración activa dentro de la comunidad de científicos. Se está
intentando establecer una correlación entre desencadenante de pandemias de H1N1
con un electrón bajo continuo del flujo del sol y los rayos cósmicos localmente
altos durante inesperados mínimos solares de 2009», y que «los rayos cósmicos
afectan muchos aspectos de nuestra vida, y algunas veces estas pequeñas
partículas pueden crear problemas, pues los rayos cósmicos son potenciales
hábiles para cambiar un cromosoma en una célula reproductiva», que «la
intensidad de los rayos cósmicos se ha registrado más alta sin manchas solares
y que en 1971, la revista Nature publicó la investigación de R. E.
Hope-Simpson, que mostró que los ciclos de manchas solares se correlacionan con
pandemias de gripe asociadas con cambios antigénicos en el virus; el virus
mutado a una variedad diferente con cada ciclo de manchas solares sucesivas,
mostrando que la radiación del sol puede interrumpir la replicación de un
virus. Los rayos cósmicos tienen el potencial de mutar las células vivas que
entran su contacto. Las mutaciones genéticas no siempre son dañinas, pero a
veces pueden cambiar la susceptibilidad de las células humanas propensas al
H1N1».
Bien,
tras este par de introductorios prolegómenos, me dispongo a cubrir este
artículo, en la fe de que a otras personas y entidades incomensurablente más
adelantadas que yo en los campos del saber, la virología, la medicina y la
tecnología les pueda servir, pues así se dice que un grano no hace granero,
pero ayuda a su compañero y que una chispa encenderá la hoguera;
también que cuatro ojos ven más que dos.
Sin
embargo, antes precisaré que por pura serendipia di con la palabra panspermia,
que es una teoría que defiende que la vida de nuestro planeta es de origen
extraterrestre, y yo, que dispongo de una mente muy abierta y dada a la
imageniería, me pregunté si el virus responsable del Covid-19 –el SARS CoV-2–
no sería en verdad un arma alienígena dirigida contra nuestra especie, ya que
había visto deambular hipótesis que en ningún grado me llenaban el ojo (como,
por ejemplo que el origen estaba en los murciélagos, el pangolín o las
serpientes; o que había sido fabricado por los EE. UU. o China); y sobre estos
bulos elucubré si no serían una especie de suspicaces precipitantes llamados a
confundir nuestras lenguas y evitar que todo el planeta, unido por la causa
común, no pudiere alzar ese segmento de la Torre de Babel necesario para saber
vencer al maldito virus, ya que mi temor es que, antes de caminar juntas, todas
las potencias en pos de combatir todos a una al virus se líen a palos entrando
en disputas innecesarias y mal avenidas.
Asimismo
(y ya verán seguidamente por qué) conjeturé que quizás la forma de erradicar al
virus no consistiese en lo que se conoce como vacuna, es decir, un fármaco
físico, sino en otras artes más avanzadas, porque estimé que si en verdad
existían “rayos cósmicos adversos” también debían darse los favorables,
aquellos que tendrían el potencial suficiente como para ahuyentar y reducir al
virus en cuestión.
¿Y
cómo atraerlos o citarlos? –me pregunté.
¡A
través de la gemología y la gemoterapia! Y es que yo dispongo de un cristal
mágico muy raro, que me llegó desde Los
Ángeles, llamado Richterita –un amphibol– que es capaz de captar longitudes de
onda muy determinadas, y que está indicada para activar el quinto chakra, o
chakra de la garganta, que (esto es solo una metáfora) parece ser la vía de
entrada de nuestro intruso.
Asimismo,
el lapislázuli me da al caso mis esperanzas y también los rubíes; amén de
cuanto nos pueda dispensar al caso el USGS o United Stated Geological Survey,
que sabe al respecto infinitamente más que yo.
Como
comprenderán yo, por ejemplo, no tengo ni zorra acerca de cómo funciona una
máquina que, por ejemplo, levante Tomografías por Emisión de Positrones, pero
sí que lo sabe quienes las construyen, por eso quiero hacer un llamamiento a
toda la humanidad para que deje de lado sus históricas diferencias y se alíen
como en Fuenteovejuna, y en máxima sinergia, a fin de pararles los pies en seco
al coronavirus, tal y como él nos ha abordado y está afectando.
En
mi portentosa imaginación concibo, por ejemplo, un haz de luz que se filtre a
través de un conjunto de indicados cristales y/o piedras preciosas que al
impactar en el corazón o los pulmones de los afectado por el Covid-19 los sane
ipso-facto. ¡Ojalá que este artículo literario sirva a quienes saben llegar más
lejos que yo; por lo que ruego a quienes me lean lo difundan entre
laboratorios, virólogos, estudiosos y demás autoridades sanitarias por si acaso
yo no estuviese nada desencaminado y mi forma de terapia se pudiese llevar a
buen puerto!
Finalmente
dejo este enlace que atiende a su manera a lo que yo he concebido:
http://terradesomnis.blogspot.com/2015/03/
¡Viva
la esperanza! ¡Salud!
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