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Aneuronal

Cuánta ignorancia y cuánto sabio
suelto.

¿Se puede ser dueño de la verdad y de
las palabras? Sí, se puede en el desván de la vanidad, del egoísmo por bandera
y en la trinchera de las ideologías. Bienvenidos a la red social.

Un minuto de gloria para los que se
ocultan de la realidad tras un muro de palabras sin sentido que, como loros,
repiten al unísono aquellos que están, cuanto menos, distraídos.

Cuánta moral arrojada al inframundo
del intelecto y cuánta sabiduría derramada al abismo de lo que parece un sueño
del que no despierta ni queriendo.

«Cuánta razón tienen» los que saltan
a la palestra de los desahuciados desprovistos de autocrítica, capaces de
censurar al mismo Dios si no leen o no escuchan lo que quieren leer u oír.

Qué pena tener que aguantar que te
juzguen por lo que no eres simplemente porque un borrego o borrega ni siquiera
se ha molestado en saber quién eres, simplemente, porque no quieren escuchar
una verdad distinta de la suya.

Un titular, una opinión ya basta para
ajusticiarte por salirte del guion que tienen grabado a fuego en la mollera sin
más filtro que el de la propia ideología que representan.

Qué pena tener que soportar cómo el mundo está siendo controlado por los que avivan la llama del pasado y pena por aquellos que, como corderos, van directos a revolcarse en la mierda con tal de tener un minuto de gloria cuando ni siquiera son dueños de lo que largan por su boca.

Cada vez son más los «sabios y
sabias», cada vez son más los «machistas y feministas», cada vez son más «los
indignados e indignadas», cada vez son más los «dueños y dueñas de la verdad
absoluta», cada vez es más difícil escribir con la mierda del lenguaje inclusivo,
otro invento más de los que se sienten inferiores.

Cada vez hay más números uno, más dioses, más lobos con piel de cordero y, sobre todo, es impresionante la estampida de cerebros aneuronales que se dan a la fuga a diario para acabar en cualquier muro de cualquier red social.

Qué pena me da sentir que tras el
hombre o la mujer, hay un muro de Facebook donde las palabras no logran llegar
al corazón porque la razón es un bien tan preciado como escaso.

Pero hay algo de bueno en Facebook o
en cualquier red social: si te desconectas de ella, te apartas de la realidad
que vivimos y de la que irremediablemente te tienes que alejar al menos por un
tiempo, para descansar de tanto aneuronal suelto.

Oremos:

Dios, mi Señor, mi Padre, mi Creador, mi Salvador: ¿seguro que no somos un virus de esos que se te escapó del laboratorio y del que aún no tienes la vacuna?,  porque si quieres una prueba de fe ya te digo yo que es más fácil creer en el más allá que creer que algo puede cambiar en el más acá. Amén.

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