Press "Enter" to skip to content

Armando el rompecabezas

Es mentira que cuando uno abre los ojos al despertar, lo primero que vea sea el techo raso. Lo que acude al campo de visión en el momento exacto de despegar los párpados es el caleidoscopio de piezas que integran al individuo. El reconocerse a uno mismo y al entorno, lo que constituye la identidad. A algunos nos toma algo de tiempo, a otros tan poco que ni siquiera caemos en cuenta del hecho. Pero hay quienes, como es el caso de él en esa mañana en que la labor puede llevarse varios minutos, tal vez demasiados.

Así que al abrir los ojos, apareció ante ellos su primera pieza. De forma irregular como todo pedacito de rompecabezas, estaba la de ¿Quién soy? descansando como una flor más sobre el estampado de la funda de la almohada.

La tomó y entonces supo que era un hombre. La de ¿Cuántos años tengo? se encontraba más allá, casi al borde del colchón. La unió a la pieza anterior y la repuesta fue treinta y cuatro años.

Se frotó los ojos y sentándose ya contra la cabecera, miró a su alrededor, encontrando las demás piezas desperdigadas alrededor de la cama, como una representación de su cosmos particular.

La de ¿Cuál es mi nombre? era la más cercana y al levantarla, supo que se llamaba Armando. De esta manera fue levantando las demás piezas. Así fue como recordó, entre otros detalles, que trabajaba como jefe de obra en la construcción de una fábrica de jabones a las afueras de la ciudad. Cuando la pieza de ¿Cuál es mi color favorito? apareció en la alfombra, cerca de su pantufla izquierda y le hubo revelado que la respuesta era el gris borrasca, se dirigió al armario (una vez conocedor de su ubicación por la pieza correspondiente) y sacó una camisa y unos pantalones de ese color, después de recoger las partes que aconsejaban el uso de dichas prendas.

Había también más porciones del rompecabezas en el cuarto de baño y las piezas de ¿Qué hago con este escozor en la entrepierna? y ¿Cómo me saco esta pesadez de la tripa? le indicaron el camino a la taza. Una vez aliviadas dichas necesidades, otra de las piezas le hizo bañarse bajo la regadera, después de que un par más le dijera cuál era el grifo del agua caliente y cuál el de la fría.

Fue recogiendo más piezas durante los siguientes minutos y con ellas supo cómo quitarse el vello facial y colocarse las gafas y después de ponerse la camisa y el pantalón, la pieza de ¿Qué es esa sensación que me hace temblar? le respondió que se trataba de un poco de frío, así que más fragmentos de su sistema le hicieron ponerse los calcetines y los zapatos negros, aparte de una chaqueta del mismo color.

Al parecer ya estaban en su sitio todas las piezas que se podía llevar de la recámara, así que a medias, el rompecabezas de Armando fue recogiendo las del pasillo para poder llegar al piso de abajo. Mientras bajaba los escalones, la pieza de ¿Qué es ese olor? le indicó que habría tocino para desayunar y eso le hizo sentir bien.

Cuando llegó a la cocina, buscó entre las piezas que llevaba aquellas que le permitieran reconocer a su hermana Nora y a sus dos sobrinos (de diferentes apellidos paternos reales pero de los mismos que él en las actas) que ya estaban reuniéndose alrededor de la mesa. Acomodó la corbata de Paquito y sacudió la cabellera de Agustín antes de besar a la madre de ambos y sentarse ante el plato que ella le puso enfrente.

Habló de naderías con la mujer, siempre buscando las piezas que le permitieran continuar esa conversación regular mientras le echaba las dos cucharadas de azúcar al café o partía el tocino con el cuchillo para carne.

Y así, poco a poco, la pieza de ¿Tengo tiempo para seguir hablando? le contestó que ya era tarde y que aún debía ponerle gasolina al Volvo antes de llegar a la futura jabonera. Así que una vez más, revisó a su alrededor por si había alguna pieza más que recoger y como no encontrara ninguna otra sobre la mesa o junto al perchero, salió de casa.

Dentro del Volvo, había más piezas que indicaban la ruta a seguir y la ubicación de los planos y demás artilugios para el trabajo del día. Así que encendiendo el motor, partió rumbo a la gasolinera que no le alejara mucho del camino  a la construcción.

En tanto, en casa, y después de haber recogido sus piezas a mayor velocidad que su hermano, Nora le echó agua a los trastes del desayuno y preparó el almuerzo para Paquito y le puso a Agustín un gorro para protegerlo del frío.

La madre soltera dejó al primero en la escuela y regresó con el segundo a cambiarle los pañales, ya acostumbrada al hecho de que era una de sus rutinas matinales al regresar a casa. Una vez que el bebé estuvo cambiado y había dejado de llorar, lo llevó escaleras arriba sin olvidarse de colocar la barandilla y después de sentarlo en la andadera, se dirigió a limpiar las habitaciones.

Olió las sábanas de Armando y decidió que tendría que lavarlas en cloro para quitarles “ese olor a cloro“  y de esta forma, se dio a la tarea de desvestir el colchón y sacar las fundas. Al hacerlo, tuvo forzosamente que levantar las almohadas y fue entonces cuando bajo una de ellas, encontró algo que conocía, pero que sabía no era suyo.

Ahí, bajo la almohada a rayas verdes y blancas, estaba la pieza de ¿Vale la pena seguir vivos? que Armando había olvidado recoger esa mañana…

Be First to Comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies