Creemos que la felicidad nos va a venir directamente caída del cielo. Nuestro único esfuerzo consiste en esperar ese ansiado momento manteniendo la fe en que esto suceda lo más pronto posible. Esperar, esperar y esperar.
Nos
aferramos a la fe y el «sistema» en el que vivimos cubre, una vez más, nuestras
«necesidades» más básicas y pone a nuestra disposición diferentes medios para
conseguir nuestro propósito de ser felices.
Y
nos afiliamos a religiones, partidos políticos
e incluso a equipos de fútbol. Y comienza el partido por el que el mundo
se paraliza y nos «confina» en nuestros hogares como si fuera un «virus» que
nos contagia de «felicidad». Nada más lejos de la realidad.
Y
«elegimos» ser de letras o de ciencias, de izquierdas o derechas, el blanco o
el negro, ser conscientes o inconscientes, rebeldes o sumisos, conformistas e
inconformistas, creyentes o ateos, de facebook o instagram, de Mac o PC, de
Netflix o Hbo y la madre que nos parió …
De
todo ello depende nuestra «felicidad» a pesar de que siempre tenemos que estar
eligiendo cuando muchos se conforman pensando que esa «pluralidad» es una
prueba que evidencia que la vamos a alcanzar. Un entramado perfectamente
orquestado para mantenernos entretenidos, dependientes y dormidos.
Incluso
nos dan la «posibilidad» de aferrarnos a una «verdad oficial» en la que nos
sentimos seguros y que sólo sirve para callar bocas. Porque todo es posible
siempre y cuando encaje dentro de los márgenes de lo «oficial». Nuestra «zona
de confort» depende de ella para ser «políticamente correcto». Básicamente, la
«verdad oficial» significa: «esto es lo que hay y punto». «No pienses, ya
pienso yo por ti».
Salirse
de la «verdad oficial» lo llaman conspirar, y conspirar es de locos y la locura
te aleja de la «realidad», esa «realidad» que hay que conservar como un tesoro
a toda costa. ¡Bendita locura si estar loco me puede salvar!
Para
hacerlo lo más visual y didáctico posible: la «verdad oficial» es un inmenso
«redil» donde los «pastores» guardan el «rebaño».
La
mayoría tiende a creer la «verdad oficial» e incluso la defienden como si no
hubiera un mañana, como si su «felicidad» dependiera de ello aunque lo cierto,
es que esa «felicidad» tiene nombre, apellidos, siglas, emblema o color. ¿Tan
difícil es aceptar lo dependiente que somos? Pues claro que lo es. No es fácil
aceptar que eres un borrego. Pero yo lo acepto por aquello de la bendita locura
que mencionaba.
Mientras
más discutamos y pongamos en tela de juicio la «verdad oficial», más ayudamos a
conservar el sistema impuesto y organizado por los «pastores» que tanto se
«preocupan» por «salvaguardar» y «vigilar» a su preciado «rebaño».
Normalmente,
los «borregos» siempre acabamos en una contienda dialéctica que no va más allá
de un infructuoso diálogo entre besugos para ver quién la tiene más larga o el
mollete más hermoso. Es imposible ser objetivo cuando se tiene por verdad, la
oficial.
Pudiera
parecer que estamos más unidos que nunca e incluso nos creemos más libres
porque existe la «libertad de expresión», aunque la realidad es que tus
pensamientos e ideas están determinados por los medios que pone a nuestra
disposición nuestro venerado «sistema de cosas» como estamos viendo si es que
eres capaz de darte cuenta.
Para
alcanzar la felicidad igual tenemos que renunciar a lo que nos «venden» y quizá
también, a alguna que otra cerveza que en mi caso suelo tomar para olvidarme
que soy uno más del «rebaño».
Tú
también te estás dando cuenta, ¿verdad? Estoy abusando de las comillas. Pues
esas comillas es nuestra realidad. Esas comillas hacen alusión al «redil» donde
nos tienen encerrados. Fuera de las comillas está lo que no te dejan ver y lo
más importante aún, la verdad no oficial.
Estar
entrecomillado no hace que resaltes más ni te hace más especial, por el
contrario, te hace más borrego, más esclavo de lo «oficial», uno más, y jode
ser uno más cuando te hacen sentir tan especial por defender su verdad, la oficial.
Ya lo dice el refrán: piensa mal y acertarás. Tu felicidad está en juego y depende exclusivamente de ti. Míralo de esta forma: las sectas religiosas te enseñan a no cuestionar a sus líderes, a no salirte del rebaño que ellos pastorean, te mantienen alerta porque algo bueno va a pasar si mantienes la fe y ellos te guiarán. De pronto, un buen día te das cuenta que no puedes vivir sin sus normas, pero eres incapaz de aceptar que has renunciado a todo por nada y prefieres seguir esperando por aquello de que la esperanza y la fe es lo último que se pierde. Da miedo, ¿verdad? ¡Bienvenido a matrix!
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