Tenemos la falsa creencia de que si escondemos la cabeza en la arena no nos pasará nada, es la postura de los niños pequeños cuando se creen, en su bendita inocencia, que si esconden la cabeza nunca los encontraremos.
Al igual hacemos nosotros, huimos hacia adelante creyendo que con eso nos liberamos de todos los conflictos internos que podamos tener.
Siempre hablo desde mi postura personal y la mucha o poca experiencia que la vida me ha regalado a través de todas las vivencias que me ofrece, unas las vivo con alegría, otras con bastante menos, pero algo he aprendido: lo mejor es plantarle cara cuanto antes a cualquier conflicto que puedas tener.
Lo que he comprobado es que a más tiempo de huida hacia adelante el problema adquiere dimensiones más extrañas, hay momentos en los que no puedes enfrentarte a él, bien por falta de medios económicos, psicológicos, o, simplemente, porque no sabes cómo.
Lo que yo suelo hacer es hablar con el origen del problema, explicarle que no huyo, simplemente necesito más tiempo para manejar la situación.
Cuando no he hecho eso me he encontrado en un determinado momento que mi no acción me ha bloqueado la solución, y eso sí que es complicado.
A la no resolución del problema se une la culpabilidad de la falta de actuación.
Con ellos sólo consigo hundirme un poco más en mi propia incertidumbre.
Estos días de obligado encierro me han ayudado a poner al día no solo mis prioridades, sino también romper con un pasado que me tenía atada de pies y manos.
He sido consciente de que cuando algo se acaba en tu vida no tiene sentido después de un tiempo guardar cosas que te aten a esa situación.
Los falsos recuerdos, la idealización de personas o momentos vividos, no te dejan evolucionar y es una cadena muy fina, pero muy fuerte, una cadena que te mantiene en el pasado, te deja huir, pero no te deja liberarte de él.
Lo vivido vivido está, lo escrito escrito queda, debo dejar marchar lo que no me hace feliz, lo que no me proporciona crecimiento personal, saber -o mejor dicho aprender- a quererme, no es fácil cuando algo que deberían haberte enseñado desde pequeña no lo han hecho, nunca has sido importante para quien lo debías haber sido, echando la mirada atrás todos los que considero responsables de mi forma de ser pensaron primero en ellos.
Creo que unas palabras de mi madre en su momento me lo dejaron muy claro.
En una de tantas broncas que teníamos hasta que decidí irme de mi casa me escupió literalmente a la cara:
Primero yo, luego yo, después yo…
Ahí debería haberme dado cuenta que si eso me lo decía la persona que debería haber hecho de mi una persona fuerte y orgullosa de sí misma, obviamente nadie que no llevara mi sangre lo haría, pero no me di cuenta que solo yo soy la que sé lo que valgo y para lo que sirvo, si soy fuerte o débil, si soy egoísta o no, si prefiero que me quieran o querer…
He llegado a la conclusión que prefiero querer a que me quieran porque lamentablemente nunca me creo las palabras, solo creo en los hechos, y es una pena, porque es cierto que tengo muy buena gente a mi alrededor que continuamente en momentos puntuales me dicen quién soy o lo que valgo.
Pero… mi corazón está encerrado en un cajón de cristal a prueba de roturas, y simplemente escucho, bajo la cabeza y cambio de conversación. En estos días de encierro recurro a leer la vida de mi abuela, en palabras suyas:
“Siguen los mismos gastos, y mi esposo con la misma paga que en el mes anterior (432 pesetas y 50 céntimos), solo que empeoraba de su enfermedad y tuvo que ingresar en el hospital militar de Vista Alegre, en Carabanchel Bajo, el día 24 de diciembre de 1941, donde le visitábamos su mujercita y su hija, para que nuestra Florita tuviera recuerdos de sus papás. Queda terminada esa costumbre, porque su papaíto falleció el 2 de abril del año 1942 después de haber tenido una larga enfermedad a consecuencia de la guerra que estalló el 18 de julio de 1936, cuando fue encarcelado por la dominación roja en octubre de ese año, entrando en la cárcel provisional de Ventas, con 88 kilos. En dicha cárcel enfermó, y gracias a la naturaleza que mi queridísimo esposo tenía, resistió a fuerza de mucho sufrimiento hasta la fecha de abril antes indicada, en que a la anemia tan grande de que cojeó, le terminó una tuberculosis. Se llevó en el hospital cerca de tres meses sin tratamiento alguno, pero el médico debió ver en la radiografía que no tenía cura, y el aburrido quiso venirse a casa. Y nada, la enfermedad seguía su curso, y viéndose muy grave, mandado por papaíto y con toda urgencia, quiso que lo devolvieran a dicho hospital porque él creía que tenía cura; el día 31 de marzo a las nueve de la noche lo sacaron de casa y el dicho día 2 de abril me telefonearon del hospital con la noticia de que había fallecido.
Florentina, hija mía, esto lo escribe tu mamá el día 21 de mayo de 1942 para que lo recuerdes y lo leas cuando seas una mujercita, pues como no olvidarás, tuve que reanudar mis trabajos de modista porque la pensión que me quedó fue muy pequeña y no teníamos para vivir. Quiera Dios que tú tengas suerte y puedas vivir desahogadamente, que así te desea tu mamaíta que te acaricia cada vez que leas este libro. “
Me doy cuenta que soy un fiel reflejo de mis abuelos, de Antonio Morales he sacado su amor por la lectura y escritura, su forma de sentir y pensar cómo debe ser una pareja, como se debe luchar al lado de quien escojas como compañero de vida pase lo que pase.
De mi abuela Esperanza su dulzura y fortaleza, su sensibilidad y lucha y el respeto por todo ser humano que esté a mí alrededor, sin importarme nada más.
Su historia la encontraréis en
Be First to Comment