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La carta

Iba caminando por aquella ciudad extraña para ella; aunque llevaba varios meses allí por motivos laborales no lograba estar cómoda por completo. La urbe era hermosa con impresionantes monumentos y zonas de ocio; sus edificios invitaban a observarlos, y los paisanos siempre mostraban una sonrisa. Cuando Helena supo su traslado, la emoción fue embriagadora. Se enfrentaba a una nueva aventura y la idea de avanzar en su puesto de trabajo la henchía de alegría. Pero conforme pasaban los meses, la melancolía se apoderaba de ella. Por algunas llamadas telefónicas, sabía que su familia no pasaba por buenos momentos; su abuelo, el único que le quedaba, estaba muy enfermo. Recordó esa época de su infancia en la que se sentaba en sus rodillas para que le contase vivencias pasadas. “Batallitas”, las llamaba. Siempre habían estado muy unidos. Una sonrisilla se escapa de sus labios. A la memoria le vienen imágenes jugando con sus abuelos en un río cercano a la casa donde vivían. Su abuela le decía, a menudo, que, algún día, cuando fuese mayor, le contaría la importancia de aquel paraje. Ahora, deseaba estar con ellos.

Sin prestar mucha atención a lo que pasaba a su alrededor, se dirigió hacia el parque más cercano. En esos instantes, necesitaba despejar la psique. El trabajo fue extenuante esa mañana. Se sentó en un banco respirando profundamente. Dentro del bolso, una carta esperaba ser leída. Eso hizo:

27 de marzo de 19…

  Querida Helena:

Son tiempos difíciles; pero has de saber que tu abuelo se recupera favorablemente. Con frecuencia, pienso en ti. Hoy, viendo unas antiguas fotos, he recordado esos momentos en los que pasábamos los fines de semana juntos siendo tú aún muy niña. No sé si te acordarás, te encantaba quedarte en casa cuando tus padres iban a pasear. Había noches en las que dormías conmigo. No pasaba ni una sola vez en la que no pidieses un cuento que, con cariño, te  narraba. Solía llevarte un vaso de leche calentita y me sentaba a tu lado. Las campanas de la iglesia repicaban…

Como verás la nostalgia es evidente. Hace muchos años prometí contarte una historia y es por lo que te escribo; espero que te guste y sirva para sentirnos más cercanas antes de tu regreso.

Era una tarde de primavera en la que los trinos de las aves inundaban todo a su paso y el río ofrecía su mejor espectáculo. El agua caía grácil y acompasada por aquellas pendientes sinuosas que guiaban su curso hasta el mar. Un lugar idóneo para encontrar la inspiración silenciosa del arte, la belleza de lo profundo y el reencuentro con el alma. En la orilla, una muchacha se dispone a plasmar las maravillas que ve. Carboncillo en mano, abre el blog de dibujo comenzando los primeros trazos. La luz refleja el dorado de sus cabellos; y su tez, blanca como la nieve, deja ver la candidez de la juventud. Ágilmente, va dando forma al esbozo; el paisaje queda atrapado en el papel.

En la otra orilla, un joven se sienta en espera de su perro que corretea por la rivera. El animal, moja las patas en el agua de vez en cuando mientras la atenta mirada del dueño lo vigila. Éste se echa hacia atrás; entre tanto, espera. El sol parece divertirse jugando con el cobrizo pelo del que aguarda. Por el caudal, la armonía de los patos llama la atención. Unos detrás de otros, nadan. El macho se adelanta con las alas extendidas y la hembra guía a los polluelos que se zambullen traviesos. Es digno de grabar en vídeo. Él coge el móvil y lo fotografía.

En ese instante, se encuentran las miradas de los zagales. El tiempo se detiene. No existe más que la imagen del uno en el otro. La brisa susurra a los oídos los canticos que Eros entona desde otro mundo; flecha en mano, tensa su arco dispuesto a  realizar un impacto certero a los corazones humanos. Mensajeros del futuro acontecimiento fueron las golondrinas las cuales revoloteaban en el cielo e, incluso, bajaron a saciar su sed. La magia se produce poderosa, ardiente llama que surge.

El fogoso can se tumba cansado al lado de su amo quien regresa a la realidad y lo acaricia pensativo. Es hora de retornar al hogar. Así, emprenden su camino no antes de dedicarle un gesto afable a la chica que acaba de embobarle. La señorita, le responde con igual amabilidad sintiendo la despedida. También recoge los bártulos para reanudar la rutina cotidiana.

El día llegaba a su fin. El atardecer ofrecía su última función. El astro rey se despedía del arroyo acunado en esponjosas nubes anaranjadas y rojizas. Su cálida mano iba acariciando la flora y la fauna del entorno. Los animales se retiraban a sus nidos; acurrucándose, echando las alas sobre su prole. Se daban calor entre ellos. Los últimos rayos prestaron su gracia al río. Tal fue el fulgor final que iluminó toda la trasparente riachuelo. Después, el dios ancestral, al cual llamaron Apolo nuestros antepasados, durmió para dejar paso a Selene.

En esa noche, las estrellas fueron custodias de los enamorados, velaron sus sueños, crearon ilusiones y las esperanzas llegaron. Hipnos, dios del sueño, los cuida. Como guardián: el silencio.

Al poco tiempo quiso el destino que los dos jóvenes se encontrasen de nuevo en aquel mismo lugar. Comenzaron los paseos, las charlas y las eternas despedidas. A menudo, ella dibujaba a su amado y él posaba para su amada. Los días estaban repletos de sonrisas, alegres sorpresas y cosquilleos incesantes. Sin que pudieran darse cuenta, ya estaban haciendo planes futuros…

Así, mi preciada Helena, conocí a tu abuelo. Ese paraje se convirtió, para nosotros, en mucho más que un paisaje bonito. Era el inicio de nuestra vida en común… Por eso, íbamos allí contigo: un pequeño ritual que nos recordaba lo hermoso del amor; tu padre y tú, erais la continuación de éste.

Confiando en que te alegre el día tanto como a mí al escribirla,  me despido con un fuerte abrazo.

Tu abuela que te quiere”

Esta carta hizo saltar de alegría a Helena. La había emocionado tanto que olvidó su pesar por unos minutos. Llena de ánimo fue hacia su casa en donde, calendario en mano, dispuso todo para unas prontas vacaciones. Llegado el día, bajó del avión con ansias de volver al hogar. El aeropuerto era enorme, multitud de viajeros iban hacia todos lados. El revuelo era enorme y casi se pierde buscando la salida. Sus padres fueron los primeros a los que vio. Los tres se fundieron en un eterno abrazo. Posteriormente, esperándola, estaban sus abuelos con una sonrisa que jamás pudo olvidar.

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