¿Sabes cuando te ríes tanto tanto, que se te saltan las lágrimas, y te duele el abdomen, y aun así, no puedes parar de reír y de llorar al mismo tiempo? A mí me solía pasar mucho de pequeña. Desde siempre viví las emociones con mucha intensidad. Recuerdo que, con 7 u 8 años, algunos compañeros de clase me decían “sonrisas y lágrimas”, cuando de pronto explosionaba en semejante contradicción. Pero me lo decían, entre risas contagiosas y arranques de inexplicable alegría, pues el efecto de la risa nos invadía a todos.
Más adelante, pasando ya la época de la risa tonta (comúnmente conocida como “la edad del pavo”) comencé a reír algo menos, y a llorar un poco más. Crecer me dio para poner cada cosa en su lugar, y destinar las sonrisas a los momentos de alegría, y las lágrimas, a todo lo demás. La adolescencia, esa etapa de confusión, en la que sabes más que antes, pero no entiendes nada, en la que todo lo juzgas sin haber aprendido lo suficiente, te lleva a transcurrir por un túnel, donde algunos, simplemente, no ven la salida y se quedan atascados de por vida. Para unos, es el momento clave de la adaptación. Para otros, es el gran punto de inflexión, pues marca el inicio de su transformación interior. Es cuando decides ser tú mismo, y por supuesto, cuando quieres descubrir quién eres tú. Cuando decides que tu camino consiste en averiguar de qué va el mundo, en lugar de querer adaptarte ciegamente a él. En esa etapa oscura (por la gran venda que nos cubre los ojos), ir desprovisto de la risa puede llevarte a sufrir mucho y a verlo todo más negro aún. Te conduce a una vorágine de emociones negativas y de pensamientos que te impiden salir de donde estás. Porque, si la risa es contagiosa, y se expande, el sufrimiento, es adictivo y te consume por dentro. Te duele, pero quieres más, porque te has acostumbrado a él y no sabes vivir de otra manera. Sin embargo, la risa, no sólo te saca de esa espiral, sino del tiempo y el espacio. Por un momento, puede hacerte olvidar qué hora es, dónde te encuentras, qué tenías que hacer después, o cuál es el problema que te atormenta. La risa te conecta con la alegría, es como una chispa de vida, te da aliento, fuerza y consuelo. Anula lo malo, saca a relucir lo bueno, y convierte la palabra “problema” en “oportunidad”.
Durante mi época oscura, le di demasiada cabida al sufrimiento y encontré demasiado refugio en las lágrimas, de modo que olvidé que reírme, era uno de mis fuertes. Pero habiendo elegido el camino de la transformación, pronto aprendí que la risa es transformadora de por sí. Tristemente, también me di cuenta de que había reprimido muchas risas en mi vida, y que de haberlas liberado, me hubieran impulsado y acercado antes a mi objetivo, que era encontrar mi camino y ser feliz. Sencillamente, no me lo permití, porque estaba demasiado enfrascada en mi dolor. Pero a medida que fui saliendo de mi túnel, fui recuperando las ganas de reír y la voluntad para abandonar el sufrimiento. Aunque todo requiere un esfuerzo, conseguí remplazar las lágrimas por las sonrisas, y no sólo resultaron ser un magnífico refugio, sino que me ayudaron a avanzar de forma extraordinaria: pasé de ver la vida en blanco o negro, a apreciarla con toda su gama de colores, y en el proceso comprendí que cada uno pinta su vida del color que así siente. Pero siempre se puede mejorar, por medio de la risa. Porque cuanto más te ríes, más positivo te vuelves, y cuanto más positivo eres, menos te afectan los problemas y más capaz te sientes para conseguir tus metas. De hecho, la vibración de la alegría es tan poderosa, que nos activa, nos motiva y nos enfoca en la dirección del éxito –aunque en ocasiones, llegue a ser abrumadora-.
Las risas me fueron dejando pistas acerca del camino a seguir. Porque allá donde había risas, había alegría, y donde hay alegría el corazón encuentra paz. Cuando se va instalando el sentimiento de alegría en tu vida, el corazón ya no quiere sufrir más, y deja de expresarse a través de lágrimas, para hacerlo mediante la risa. Entonces descubres una apabullante verdad: que el sufrimiento es sólo una opción, y que sólo tú decidiste mantenerlo activo durante todo ese tiempo. Cuando la venda se cae de los ojos, es que has llegado a la luz que hay al final del túnel. La época oscura termina cuando te decantas por el camino que lleva a la felicidad, que únicamente vibra con la alegría, y que excluye el sufrimiento. No hay manera de equivocarse. Lo difícil, es aceptar que tienes la opción (y la responsabilidad) de seguir manteniendo y promoviendo esa alegría, aun en los momentos en los que la vida no dé motivos para reír.
Por eso es tan importante dedicar tiempo a hacer cosas con las que uno disfruta profundamente. Eso que te hace reír y disfrutar tanto, y que dibuja una sonrisa en tu interior, es una indicación del camino a seguir. Es la manera de fomentar la alegría, de hacerla crecer en ti y de esparcirla alrededor.
Cuando acepté que la época oscura había acabado, y que sólo de mí dependía seguir en ella o avanzar, me permití reír un poco más y dejar de ser la eterna pesimista. Reír más de forma espontánea, con más frecuencia, e incluso en algunos momentos donde reírse se podría considerar “políticamente incorrecto”. Hoy doy rienda suelta a mi naturaleza irónica –casi sarcástica- cada vez que puedo, y no con ánimo de ofender, sino con el de desmontar el sufrimiento y romper con la tendencia humana de recrearse en el dolor y de atraer su propia infelicidad. Como hice yo.
Desde que salí del túnel, la risa nunca ha salido de mi vida. Me acompaña como una amiga, una aliada, y muchas, muchas veces, se vuelven a juntar las sonrisas y lágrimas que de niña me caracterizaban.
Por eso, si la vida se ensombrece, ríe, porque la risa todo lo cambia. Imagino que es por eso por lo que dicen “al mal tiempo, buena cara”.
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