Mi tercer libro está a punto de salir. Ayer, la maquetadora de la editorial me envió el texto tal y como quedará y volví a sentir mariposas en el estómago. Antes de iniciar la conversación con ella para ultimar ciertos detalles me lanzó un elogio que, como es habitual en mí, siempre me suelen pillar por sorpresa quizá porque nunca los espero aunque, ciertamente, siempre es bienvenido y para ser honesto: ¿a quién le amarga un dulce?
Me dijo que era todo un placer trabajar con textos como el mío y me felicitó. Que ese halago venga de una persona que por sus manos pasan cientos de textos, para mí, tiene doble valor y eso, justamente, fue lo que le dije. Por supuesto, le devolví el halago por el mimo que había puesto en su trabajo y que pude percibir desde el primer momento.
Pero la importancia de este tercer libro es, precisamente esa, que es el tercero de lo que considero una trilogía junto con Diario de un espartano y El latido del alma. Los tres van de la mano.
No sé muy bien el por qué, pero siempre he sentido que cerraba una etapa importante de mi vida cuando estaba inmerso en la escritura de esta última novela.
Empecé a escribir libros justo cuando creía que había superado la crisis económica anterior y que tan cuesta arriba se me hizo y por fin, todo parecía ir a mejor en lo laboral. Porque tengo que decir que escribir como componer música me alimenta el alma pero no el estómago. Para esto último tenemos que recurrir a las migajas que nos deja el sistema a aquellos que nos resistimos a doblegarnos ante él.
Con esta trilogía era consciente también que terminaba una década dura para mí, la más dura hasta ahora pero la más prolifera artísticamente hablando.
Y, curiosamente, cuando parecía que todo estaba medio controlado, encaramos una nueva década más llena de incertidumbre, de inestabilidad y de más miedo que nunca. Aunque el miedo es siempre mi gran compañero y ya nos respetamos. Con los años, por aquello de que uno ya empieza a estar de vuelta de casi todo y pasado de rosca, lo miro de frente y hasta me permito la licencia de vacilarle. Pero soy consciente de que no está la «cosa» para soberbias.
Pero en medio de todo el largo camino de espinas que tenemos por delante (toda una década porque yo vivo de diez en diez) hay una esperanza y es la santísima trinidad de todo hombre o mujer, un estupendo trío de ases porque no hay dos sin tres y que sólo siendo conscientes de su poder podemos salir adelante y no para salvar la vida, sino para morir en paz para seguir viviendo. Hablo del eje principal donde se sostiene todo: familia, amistad y amor.
Y ahí es donde quería llegar porque esos valores son el argumento principal de mi trilogía y el guion de toda una vida. Pero de todos, como diría Jesús, el amor lo engloba todo. Los días que me quedan se llama mi tercera novela y hay de todo eso y algo más, porque siempre hay algo más.
Con este enorme bolero de Gloria Estefan me despido de este artículo cantándole a mis lectores porque aunque escribo para mí, lo hago con todo respeto por ellos y pensando en ellos.
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