Es de suponer que conforme pasan los días, las semanas y, probablemente aún más cuando pasen meses, el encierro obligado al que el conocido virus nos somete haga zumbar las cabezas más de lo deseado.
En
Guantánamo, lugar donde los todopoderosos yanquis montaron un campo de
concentración muy particular,”centro de detención para acusados de terrorismo”
decían, con prisioneros presuntamente miembros de Al Quaeda, grupo terrorista
responsable de la matanza del 11-S, hubo muchos de estos “ilustres hospedados”
a los que se les sometió a un aislamiento total de su entorno mediante el
bloqueo de sus sentidos como parte de su castigo. Así, pasaban la mayor parte
del tiempo con los ojos y oídos tapados, las manos esposadas, amordazados y
supongo que de alguna manera más inhibirían el olfato. Esa tortura prolongada, que
te deja sin sensaciones, sin percepciones, que te anula como ser vivo, parece
ser, acaba destrozando sicológicamente al que la sufre, entrando en una locura
indeseable o le lleva a confesar lo que le pongan por delante, sea verdad o
mentira.
En
esta crisis del famoso virus es indudable el protagonismo y valentía que muchos
sectores tienen para que el resto de la población pueda mantener un mínimo de
calidad de vida, calidad que muchos de ellos no tienen en su día a día por su
dedicación y empeño en sus respectivas labores. Todos estos colectivos
mantienen un riesgo constante, mayor o menor, sobre su propia salud a costa de
intentar salvaguardar la de los demás. Y gracias a ellos, no a los políticos,
saldremos adelante con la inestimable colaboración de todo el que le toca
quedarse confinado en casa.
Por
fortuna, y lo digo con todo el orgullo que me produce, a nosotros nos toca de
cerca el tener a varios familiares sanitarios, repartidos por diversas regiones
de España, apretando los cojones, por decirlo mal y pronto, por sacar esta
pandemia. Son un sector más de los que se involucran en esa tarea, todos
iguales de importantes, pero es el que tenemos más cerca.
Cuando
te cuentan las horas que se pasan en el frente de infección, con los medios que
tienen para defenderse, con las situaciones personales de cada caso que les
llega, las atenciones que les prestan la cuadrilla de hijos de puta de la clase
política, sean rojos, verdes, azules o del color que quiera el lector añadir,
las exigencias de presión por parte de dirigentes hospitalarios que jamás pisan
el centro, las penurias económicas a que se ven sometidos y que tienen que
tragar muchas veces con amenazas, los turnos extendidos, doblados, sin apenas
descansos, cuando notas que han llorado de impotencia para tragar de nuevo sus
lágrimas para seguir de nuevo en la brecha, cuando….y así podría continuar, por
el estilo, con transportistas, policías, militares, dependientes y un largo etcétera
que se la sigue jugando por ti, por mí, por todos.
Y
luego, las horas que pueden y tocan, como todos necesitaríamos, regresan a casa
a intentar descansar, despejarse, comer, ducharse, librarse de la tensión de la
situación. Ellos son los primeros que toman todas las medidas para no expandir
más esta primera gran plaga del siglo XXI, para no contagiar a los demás. Son
conscientes de ello y por ello toman las precauciones que eviten más positivos.
Sin que nadie les controle su propia salud, ni les analicen su positividad o no,
ni lo piden muchas veces porque no hay medios para ellos hasta que no
manifiesten signos de enfermedad. Ellos son los que se valoran constantemente
sus sensaciones, su temperatura, malestar, si la tos suelta que todos tenemos
es de fiar o no, sus sentidos del gusto y olfato para declararse o no aptos
para seguir en la brecha. Con su propia responsabilidad mantienen que todo siga
adelante.
Por
todos estos detalles, no entiendo ni admito la nula empatía del cobarde
malnacido que ha escrito con un espray negro sobre el lateral de un coche
blanco, propiedad de una sanitaria, las palabras “RATA CONTAGIOSA”. La primera
de ellas todos sabemos que hace referencia siempre a una especie animal
rastrera, nauseabunda, que se mueve por todos los residuos que encuentra para
alimentarse de ellos, siendo un ser vivo completamente despreciable por la
mayoría de personas. Y si eso fuera poco, añade la segunda palabra, para
rematar la ofensa con un adjetivo que, en los tiempos que corren, hace temblar,
huir, apartar de su lado deseando su desaparición, a todo lo que sea así
calificado. Todo esto hecho con premeditación, nocturnidad y alevosía, lo que
da una idea de quién es el elemento del que parte el insulto.
Al
igual que este bastardo hijo de puta, hay otra variante igual de “heroica” que
consiste en una nota, anónima por supuesto, dejada en el buzón, puerta de su
casa o portal de la persona a la que se quiere amedrentar, invitar a mudarse, o
directamente echar de su vivienda por el simple hecho de realizar su trabajo en
contacto o proximidad al resto de ciudadanos. En estas misivas de perturbados,
pues como poco es como debe de estar el que se plantea escribir estos textos,
se les conmina a no volver por esa comunidad mientras se mantenga la pandemia o
siga ejerciendo en su puesto laboral por el riesgo que suponen de infección
para los demás vecinos. El muy tarado egoísta estigmatiza a la persona por el
simple hecho de servir a los demás mientras él está tan a gusto en su casa,
cerveza en mano, los huevos en la otra, viendo los toros desde la barrera. Eso
sí, pulverizando gel hidroalcohólico a tutiplén como si eso le asegurase que
cuando vaya al supermercado, saque al
perro, tenga que desplazarse a una cita médica o cualquier actividad que haga
de puertas para fuera, mantenga una inmunidad absoluta.
A
todos estos pedazos de estiércol con patas, a los que el confinamiento
prolongado les hace desvariar aún más de lo que normalmente hicieran, los metía
yo una temporada en las condiciones del mencionado Guantánamo, no sin antes
sacudirlos un poco para que expulsen la mierda de sus cabezas no vayan a
contagiar aquello. O lo que es peor, les deseaba salud suficiente para que cada
vez que en el futuro volvieran a encontrarse cara a cara con sus víctimas,
tuviera que aguantar el que les miren a los ojos con orgullo de poder ir con la
cabeza alta por la vida, no como ellos que siempre irán como RATAS CONTAGIOSAS.
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