Por motivos de trabajo, no todos los días puedo estar en casa a la hora señalada para los aplausos de homenaje a los héroes de este estado de alarma. En ese grupo, a pesar de ser los más visibles los sanitarios (médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, limpiadoras, personal administrativo y un largo etcétera que se encarga de nuestra sanidad), tienen cabida gremios que a la mayoría se le olvida y que son también básicos en el sostén de nuestra sociedad: se han hecho notar mucho, y con motivos, los transportistas, los empleados de los supermercados, así como los diferentes cuerpos de seguridad (policía local y nacional, militares y guardia civil), pero muy importantes son a su vez agricultores, ganaderos y pescadores sin los cuales nuestra vida no sería igual. Y seguro que me olvido de muchos más.
Las 20
horas se acordó para que, en esa cita diaria de homenaje a todos los
anteriores, pudieran participar también los niños. A mí me gusta salir a la
puerta de mi trabajo donde, durante tres o cuatro minutos, en solitario aunque
acompañado desde los balcones próximos por vecinos conocidos, aporto mi granito
de arena para intentar levantar el ánimo de esas personas, con este
reconocimiento y agradecimiento público, que es de lo poco en lo que se ha
conseguido poner de acuerdo a una parte importante de la población de nuestro
país.
En los
últimos días, me habían comentado mi mujer y mi hija que había ocurrido algo
fuera de lo habitual durante ese rato de “encuentro vecinal a distancia”. Al
final del mismo, al transcurrir un período razonable de tiempo, como es lógico,
cada uno va dejando de aplaudir, se despide cortésmente con un simple gesto de
quienes lleva fijándose unas semanas y lentamente regresa el silencio que nos
invade a la calle donde da nuestro balcón. Pero hace tres días, desde una
ventana con rejas estrechas, por las que suelen asomarse dos brazos menudos a
aplaudir con el resto, comenzó a sonar una pieza de violín que llamó la
atención de los más próximos. Estos fueron solicitando silencio a los que aún
aplaudían, conminándoles a escuchar la música que alguien se había atrevido a
ofrecerles.
Nadie
estaba seguro de que la melodía saliera de esas rejas tan tristes. Parecía como
que la pandemia hiciera presa también al arte, enjaulara la alegría, limitara
la libertad de esas notas para llegar hasta nosotros, al igual que nos tiene
confinados en nuestras casas.
Al
acabar de tocar, en medio de la expectación y curiosidad que había levantado
entre los vecinos, asomó sus manos entre los barrotes para saludar a su público
que rompió aplaudir, esta vez en señal de reconocimiento al regalo que les
había ofrecido. En seguida, tanto por lo corto que se había hecho como por continuar disfrutando del artista,
comenzaron a sonar voces pidiendo “otra, otra”, petición lógica dada la
ausencia de variedad de distracciones en este período de aislamiento.
Al parecer el repertorio de nuestro violinista, y él mismo, está en formación así que para no dejar mal sabor de boca repitió la misma pieza que, para ser francos, nadie me ha sabido concretar cuál fue.
Con
los días festivos de esta semana, ya lo he podido ver en directo. Tras realizar
nuestro homenaje de aplausos diario, a conciencia, con gritos de ánimo a todas
esas personas, sin aflojar en el espíritu, porque no debemos dejar de hacerlo,
todos quedamos pendientes de nuestro violinista, al que ya se le apremia para
que inicie su concierto con la curiosidad de con qué nos sorprenderá. Tampoco
tiene un público exigente, sólo con muchas ganas de salir de alguna forma de la
rutina, siendo muy agradecido con aquello o con quién lo consiga.
Hoy,
para sorpresa de muchos, ha interpretado, versión libre del artista, la famosa
canción, aún más en estos tiempos, “Resistiré” del Dúo Dinámico. No exenta de
pequeños defectos muy disculpables, ha sido todo un éxito, a pesar del volumen
tan bajo que lógicamente nos llega desde la distancia y sin tener la
amplificación correcta desde donde emite. Al final, ha prometido que mañana la
repite y nos pide a todos que nos aprendamos la letra para acompañarlo. Parece
una tontería, que seguro que en otra situación así lo creeríamos la mayoría y
pocos participaríamos en ello, pero actualmente sirve para añadir un aliciente
más al día de mañana. Y eso no es poco.
Seguiremos
con un violín entre rejas, con unos aplausos lejanos, con saludos tímidos de
nuevos conocidos sin apenas contacto, con promesas aplazadas y sueños
acumulados, con deseos que se cumplirán en plazos no confirmados. Pero
seguiremos, que es lo importante.
Al
igual que esta columna se difumina con estas últimas palabras, el sonido de la
última nota del violín se pierde por las calles como el humo que titulo. Nos
deja, tras la ovación de rigor, con la
sonrisa y comentarios inesperados sobre él, pequeño protagonista al que nadie
esperaba dentro de este tiempo amargo que depara sorpresas emotivas como esta.
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