Sé lo que han dicho de mí en las noticias, aunque no las he visto. Sé lo que van a decir, lo sé. Pero también sé que yo no lo hice. ¿Por qué lo haría? ¿De dónde sacaría yo la ira necesaria para apuñalar a mi esposa 37 veces? ¿Por qué lo haría? Mamá, no lo entiendo… ¿Por qué, cualquier persona, le haría eso a alguien como ella? Me aterra pensar en eso, estoy temblando… Mis manos… Oh mi Dios, mi letra… Dios, no puedo pensar bien en lo que escribo, no puedo pensar, mamá.
Estaba cocinando, ¿Sabes? Preparaba nuestra cena de aniversario. Cumplíamos tres años, una fecha importante, según ella creía. Alguien dijo que el amor sólo dura tres años y, cuando lo escuché, pensé en el divorcio, no en llegar a mi casa para encontrar a mi esposa acostada en medio de un charco de su propia sangre, mirando al techo con sus ojos sin vida, boca abierta, fría. Se veía tan pálida, mamá, tan, tan pálida… Y fría; mamá, no tienes idea de lo fría que estaba. Ella, que siempre fue tan cálida. Siempre sonriendo con las mejillas sonrojadas y ese brillo en sus ojos. Alguien le arrebató todo eso.
Ahora ya no sonreirá nunca, mamá. No más carcajadas alegres por las mañanas, mientras me preparaba el desayuno. Nunca más volveré a ver sus azules ojos achinándose cuando sus mejillas se alzaban al sonreír. Ni el brillo que cobraban estos cuando estaba contando algo que le interesaba. Se lo arrebataron, mamá, y ahora ya no hay vuelta atrás.
Entré a la casa y al instante supe que algo estaba mal. Fue una de esas sensaciones, ¿Sabes? Que sientes un nudo inexplicable en el estómago, como si hubieras tragado una bala de cañón. Como si tus intestinos intentaran escapar de tu interior. Caminé con miedo a lo que podía encontrarme. Todo cobró sentido cuando la vi. Mamá, cada vez que cierro los ojos esa imagen vuelve a mí. ¿Cómo voy a dormir? ¿Volveré a dormir alguna vez?
Mamá, por favor, explícame cómo puedo seguir con mi vida después de esto.
Me duele todo el cuerpo y me lleno de ira cuando pienso en ella. En su sonrisa que nunca más veré, en la calidez que jamás tendrá, en el contraste de su pálida piel contra su roja sangre. Hablábamos de tener hijos, de adoptar un perro. El fin de semana íbamos a ir a ver casas en los suburbios. Éramos felices, mamá, éramos tan felices planeando nuestro futuro. Yo era feliz con ella, era tan, tan feliz. Y todo era perfecto. Ella era perfecta, tan viva, tan alegre, tan hermosa… La podía ver por horas durante las noches, cuando ella se quedaba dormida después de hacerlo, con la respiración lenta y constante, con su piel desnuda iluminada por la poca luz de las farolas de iluminación pública de la calle. Solía contar sus pestañas, aunque nunca llegué a más de cincuenta sin perderme. Me gustaba verla dormir, parecía tan pacífica, como si no perteneciera a este mundo. Mamá, las lágrimas no me dejaron contar sus pestañas una última vez. Las lágrimas y la sangre…
Había tanta sangre por todos lados… Ella hubiera enloquecido. Nunca le gustó el desorden en su cocina. Recuerdo que una vez intenté sorprenderla con un pastel de cumpleaños casero y ella terminó enloqueciendo por el desorden que causé. Al final no comimos el pastel. Y ahora nadie limpiará su sangre. Todo estaba tan rojo de repente. Su vestido azul, ese con el que fuimos un fin de semana a visitar a su familia, estaba hecho girones, manchado de su espesa sangre; ahora ya no era azul, sino morado.
Ella odiaba el morado, mamá.
No puedo dejar de llorar, no puedo dejar de temblar, ni siquiera puedo pensar bien. Mamá, siento que estoy a nada de enloquecer. Quiero correr y gritar; quiero destruirlo todo. Porque es injusto, mamá, no sabes lo injusto que es saber que todas las demás personas están vivas y ella no. ¿Por qué ella no está viva? ¿Por qué ella me abandonó?
¿Puedes explicarme, mamá, por qué todos me abandonan?
Ella me prometió una vida juntos. Me prometió un perro, una casa, hijos… Me prometió que me amaría para siempre y ahora, justo igual que tú, me abandona. No lo entiendo, no entiendo por qué lo hizo ahora que estábamos tan bien. ¿Por qué me dejaría solo? ¿Por qué haría lo mismo que tú?
Ella era diferente a ti en todos los sentidos. Ella me amaba.
Tú nunca me amaste, por eso me dejaste.
Pero ella no era tú.
No era perfecto, pero tampoco estaba roto. Ella se había equivocado, pero ya la había perdonado. Cuando se metió con su compañero de trabajo en verdad me enojé; tú no lo sabes, pero algunas veces me cuesta un poco controlar mi ira. Pero todo estaba bien entre nosotros. Ella había dejado su trabajo, ella ya no lo había vuelto a ver, ya no hablaban. Hasta me dio su celular para que estuviera seguro de que no tenían más contacto. Ella no salía de casa sin mí. Ella no tenía enemigo alguno que le quisiera hacer daño. ¿Quién le querría hacer daño a ella? Era un ángel. Era amable y siempre ayudaba a otros. Me perdonó cuando exploté; me contuvo, me prometió que jamás se iría. Entonces, ¿Por qué me abandonó de esta manera?
Cuando la encontré tirada en el piso de la cocina, en medio de un charco de sangre y con el cuchillo clavado en el abdomen, no pude evitarlo. Era tan hermosa que nadie podría contenerse. Me tiré a su lado y la rodeé con mis brazos, pero estaba tan fría que era inútil. Ya no me hacía sentir seguro. Ya nunca más me sentiría seguro. La miré a los ojos para que me calmara, como tantas veces había hecho antes, pero esos orbes azules ya no transmitían nada. Ella se había ido y lo que estaba en el piso de mi cocina no era otra cosa que una imitación de lo que alguna vez había sido mi esposa.
Eso no podía ser ella. Ella nunca fue tan fría. Ella nunca miraría a la nada. ¡Maldita sea! Ella me abandonó y dejó esa sombra tras ella para que yo me enojara. Ella se fue. Todos se han ido. Todos. Ella se fue. Ella se fue. Ella se fue. Ella se fue. Ella se fue. Ella se fue. Ella se fue. Ella se fue.
Mamá, todos se han ido. Yo la vi irse cuando le di amor y ella respondió con gritos. Mamá, ella no era mi esposa, era alguien más que se hacía pasar por ella. Yo no la maté, mamá, no lo hice. No podría hacerle eso a la persona que amaba.
Pero ella ya no era la persona que amaba, ya no más. No desde que dejó que otro hombre se metiera en ella. No desde que empezó a salir por su cuenta. Porque ella nunca había llorado a escondidas antes de eso. Me dijo que me había perdonado, y yo le creí porque ella nunca me había mentido antes. Pero yo no sabía que ella se había ido. Que, lo que la remplazó, no era ella y nunca lo sería. Eso, como suelo decirle, era una mala imitación de ella.
Eso no era amable, eso no sonreía como ella, ni reía como ella, ni me amaba como ella me amaba.
Yo no la maté, mamá, hablábamos de tener hijos. ¿Por qué mataría a la futura madre de mis hijos? Jamás le pondría un dedo encima a alguien como ella. No la maté, yo no fui quien la mató, no la maté. Jamás la mataría. Yo no lo hice.
Ella no era ella. Era eso. Y eso me odiaba como tú lo hacías. Ellos sólo están mintiendo, contando una historia que no es verdad en la televisión para que todos ignoren la verdad. Pero la verdad es que yo no lo hice, yo la amaba. No la maté. No la maté porque la amaba. Pero nadie me va a creer. Claro que no, porque su cálida sangre estaba sobre mí ropa, como el último abrazo que la verdadera ella me podría dar jamás. Porque eso se parece mucho a ella, pero no era ella.
A ella no la maté. Así como no lo hice contigo.
Ya estaba así cuando llegué.
Felicitaciones, muy buen texto. Merecido reconocimiento.
Eres la mejor!!
¡Muchas felicidades! Me encantó lo que escribió, es realmente atrapante.
Gracias por compartirlo.