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Cuadros de una exposición

¡La gente, el personal, hay que ver cómo se expone, ay, nos exponemos! ¡Se ve cada cuadro…! ¡Y con lo contagioso que dicen que es el coronavirus…! ¡Cualquiera se expone!

Legalmente me estafaron en la farmacia unas mascarillas quirúrgicas –el gran negocio del momento–, que yo, más que como efectivas barreras de protección sanitaria, en este tan desolado lugar, entendía como ejemplares pasaportes para con la vecindad y los focos que me pudieren significar mis obligadas salidas al ultramarino, la farmacia, la panadería y/o el estanco, que son los únicos establecimientos del pueblo que permanecen abiertos.

Pero yo, además de tener Internet, veía la televisión y, a su través, en las imágenes que salían de la vida y las gentes en las grandes ciudades, cuadros de una u otra exposición más o menos involuntaria (como cuando en una comparecencia el Director de Emergencias Sanitarias se tocó el ojo, o aquellos dos transeúntes se toparon sin querer en una esquina o los dos primeros ministros europeos se estrecharon reflejamente sus manos) u obligada (véanse, por ejemplo, las paupérrimas condiciones de desprotección de los sanitarios o los concurridos vagones del metro o sus ándenes); también, adrede (como los botellones de los jóvenes, las fiestas privadas o las ilegales peleas de gallos).

También en mi pueblo, a pesar de que salía lo mínimo de lo mínimo de casa, fui testigo de algunos (pocos) cuadros de una exposición. Este anciano que se te acercaba demasiado porque el hombre no oía bien, aquella maruja impetuosa en la tienda porque había dejado a los críos solos en casa, aquellos adolescentes que parecían no ver el peligro…

Ricardo Ramírez Cuenca, a raíz del inicio de la desescalada, subió a Facebook un post que decía: «Las autoridades competentes podrán decir lo que quieran, pero yo, personalmente, y visto lo visto, me quedo de momento en esta Fase Anterior». Ricardo se refería con su «y visto lo visto» a los distintos cuadros de exposición que le fueron dados observar en su prójimo y, supongo, que también en sí; porque todos tenemos momentos involuntarios que, dado el secretismo bajo el que actúa el tan sigiloso bicho, pueden serlo.

Por eso es también por lo que da tanto miedo el virus, porque es demasiado sencillo alzar un cuadro de una exposición al contagio, tanto suspicaz como perspicaz, y centrífugo como centrípeto, porque es curioso que los citados cuadros se pueden ver de cuatro maneras: de fuera a adentro y de adentro a afuera; de afuera a afuera y de adentro a dentro, cuando uno, por lo que sea, se expone o es expuesto al cuadro en cuestión, sale o se interna.

¿Y qué le sucede a un viandante cabal cuando ve un cuadro de una exposición ajena o propia? ¿Qué siente?

¡Vértigo, rechazo y repelús! ¡Pánico incluso! ¡Es tan grande el miedo…!

Uno se dice, si el bicho está en la manilla aquel fulano se acaba de contagiar no más que por las buenas, porque despues de empuñarla sin guantes, le he visto tocarse las narices; por ejemplo. ¡Quita que me lave las manos, no sea que…! O… ¿Y si acaso soy un portador asintomático y nadie lo sabemos? ¿Entonces qué? El virus, merodea; y perfectamente te puede tocar la china. ¿Y si la mascarilla es defectuosa o el gel falso? ¿Y si… ¿Y si… ¿Y si… ¡Son distintos cuadros de una exposición con los que ahora convivimos pero antes no! ¡Cuadros de una exposición que nos recuerdan y advierten de todo eso tan tenebroso que se ha dado en llamar «la nueva normalidad»!

Cuando yo me enfrento a un cuadro de una exposición, lo primero que pasa es que me entra una especie de picor psicológico por todo el cuerpo. ¿Acabaré de contraer la Covid-19? Luego, a fin de tranquilizarme, ya es acogerme al beneficio de la duda, aunque pienso que (¡Dios no lo quiera!) si me infectase, es decir, que me las viese dando positivo en un test, no sé muy bien cómo lo iba a collevar, porque sé que por mi mente pasarían una serie de cuadros clínicos de más o menos gravedad, desde los de una simple gripe hasta la mismísima muerte, de tan letal como puede ser el SARS-CoV-2 cuando se pone y se ceba.

Dado cuánto se ignora acerca del comportamiento del coronavirus y la reciente reincidencia que se está cobrando en otras latitudes, el tan oscuro presente se nos vuelve toda una galería de cuadros de una exposición, y un de lo más enrarecido pulso que la vida nos infringe es el de tener que sostener nuestra convivencia con tales.

Yo, de momento, acabo de rescatar este poema.

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