¿Sabéis eso que dicen de que la intención es lo que cuenta? Bueno, es posible que la intención sea buena, pero el resultado no tiene por qué serlo. La cocina ha sido siempre uno de mis cientos de Talones de Aquiles. Soy como las protagonistas de nuestra historia de hoy. Si no sabes qué regalar a mamá por su cumpleaños, quizás te sirva de ayuda la receta de Ainhoa y Emma. No os perdáis su deliciosa tarta de cumpleaños.
«Los días de lluvia son días muy especiales. Ainhoa y Emma vivían en una ciudad en la que el cielo era gris y el viento soplaba con fuerza, haciendo que las nubes viajaran de un lugar a otro.
A las dos niñas les gustaba asomarse a la ventana y mirar las nubes a través del cristal. Era muy divertido imaginarse un barco, un pez o un castillo que volaba hacia lugares fantásticos.
Ese fin de semana era doblemente especial. Era el cumpleaños de Laura, la mamá de Emma y Ainhoa. Habían decidido dar una sorpresa y pensaron en hacer ellas mismas una deliciosa tarta.
Las dos hermanas siempre se llevaban bien, pero había momentos en que la diferencia de opiniones se hacía notar en la tranquilidad de la casa.
—Mejor una tarta de chocolate, Emma. A mamá le gusta mucho—decía Ainhoa, tratando de convencer a su hermana de que la tarta de chocolate era la mejor opción.
Emma, por el contrario, no estaba muy convencida de la propuesta de Ainhoa. La tarta de «chuches» podría ser una elección interesante, sobre todo para los paladares más exigentes. Estaba dispuesta a ofrecerse como catadora oficial de tartas. Después de discutir un buen rato sin llegar a un acuerdo, decidieron improvisar, como los grandes chefs. Harían una tarta diferente, una tarta que jamás nadie hubiese hecho. Sin perder un segundo más, se pudieron manos a la obra.
Encontraron muchos ingredientes en la cocina: unos dulces, como el chocolate, el azúcar, la nata y los caramelos, y otros no tanto, como el salchichón o la naranja. Pusieron en un recipiente bizcochos, chocolate, miel, fresas, zumo de limón, algunos guisantes que habían sobrado de la cena y lo cubrieron todo con mostaza y kétchup. Sólo faltaba el toque final: unos caramelos para la tos que encontraron en el abrigo de su padre, unos ositos de gominola con sabor a fresa, unos adornos más por allí, otros más por allá… ¡listo! La mejor tarta del mundo estaba terminada.
Orgullosas del resultado y de haber colaborado en equipo, faltaba lo más importante: probar la tarta. Emma fue la primera en hacer los honores.
—Mmmm… Debe estar de rechupete—y decidida cogió una cuchara con la intención de probarla, pero su hermana la frenó a tiempo. —¡Emma, espera!—gritó—No creo que sea buena idea dar a mamá un regalo que ya ha sido probado. Tiene que ser ella la primera en comer un trozo. Tendrían que esconderla.
La fiesta de cumpleaños era una pequeña reunión familiar. Tíos, primos, abuelos y amigos empezaron a llegar. Laura abrió los regalos con gusto, agradeciendo a todos los invitados el detalle y la visita. Pero faltaba el más importante de los regalos. Las dos niñas esperaban impacientes el momento de sacar su deliciosa tarta, que estaba escondida en el armario de las toallas limpias. La tarta llegó sana y salva al salón.
—Mamá, la hemos hecho para ti—dijeron a la vez. Laura, entusiasmada con la sorpresa de sus hijas, se puso un gran pedazo en el plato. Llenó la cuchara y se la metió en la boca esperando saborear una tarta deliciosa. Su cara se puso roja como un tomate. Tosió, bebió agua, continuó tosiendo y bebiendo agua hasta que notó algo de alivio.
—¿Te ha gustado, mamá? Cómete otro trozo—las niñas estaban deseosas de que su madre dijera que le había gustado.
Al final, el haber improvisado como los grandes cocineros no obtuvo el resultado esperado.
Después de ese día, las dos hermanas se apuntaron a clases de cocina para hacer las mejores tartas del mundo».
Hasta la próxima.
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