Hay una canción de rocanrol, no podía ser otro estilo, que se llama igual que la cabecera de este artículo y de la cual he copiado el título. La cantaba Rosendo, allá por 1985, y le daba título a su primer disco en solitario después de su exitosa etapa en Leño. Al parecer, a nuestro viejo roquero lo tuvieron cogido, como se suele decir, de las pelotas para que no editara nada fuera de la discográfica que ató al grupo y que tan mal terminó con ellos. Una vez acabado el período de contrato que tenían firmado, la liberación del maestro dio como resultado ese magnífico disco tan esperado y celebrado por todos los que lo seguíamos, seguimos y seguiremos siguiendo. Para mi gusto, el mejor disco que le he oído, derrochando rock, melodía, solos increíbles y una voz que jamás olvidaremos. En pocas palabras, explotó todo el genio e ingenio contenido durante todo ese tiempo de “secuestro” musical. Muy recomendable su escucha.
Algo similar, pero en otros campos además del musical, es lo que nos va a pasar a más de uno conforme la evolución de la pandemia vaya permitiendo ampliar nuestras actividades lúdicas. La mayoría de estas serán compartidas con las personas que llevamos todo este tiempo sin ver, sin tocar, sin abrazar y, en el mejor de los casos, sabiendo de ellos a través de mensajes, llamadas telefónicas o videoconferencias que alivian la distancia. Pero todos esos escapes sociales, contenidos durante todo este tiempo, van a tener una liberación traducida en variadas “explosiones” festivas, cada una con sus matices propios.
En la fase 0, es decir, la semana anterior a ésta, al menos aquí en Granada, acompañando a mi mujer al supermercado, nos dimos cuenta que llevábamos dos meses sin salir juntos a la calle, a pasear, a compartir aunque sea esos 700 u 800 metros que nos separan de esa tienda. Era raro, pero cierto, y es que estamos descubriendo de nuevo situaciones que antes pudieron llegar a ser rutinas y comenzamos, en este período de restricciones, a darles el valor que tienen. Nos sorprendía lo absurda sonrisilla que nos aparecía a ambos disfrutando de la ruta con el carrito de la compra.
Cuando nos separamos, porque aún los dos no podemos entrar juntos al súper, me puse a la tarea de “dar una vuelta” con el coche que también llevaba ese tiempo sin salir a la calle. Otra actividad atípica en este estado de alarma. Durante los 26 minutos contados que estuve callejeando con él me sentía extraño, hasta acojonado por si encontraba algún policía que viera algo en esa salida que pudiera ser sancionable económicamente y acabara la “vuelta” de malas formas. Respiré tranquilo una vez regresé al garaje con la recuperación de la batería hecha y sin ningún percance denunciable a mis espaldas.
Un par de días después, tras consultar ggogle maps, llamar a la policía local y cerciorarme de mil maneras de que era legal, osé hacer mi primera excursión campestre al Llano de la Perdiz, un parque del extrarradio de Granada al que en cualquier época del año es aconsejable ir por lo agradable de la ruta, con la naturaleza a tu alrededor. Vi ardillas, conejos, una familia perdiz, olí a pino, romero, pisé tierra, roca, piedras sueltas y contemplé la ciudad, Sierra Nevada y otras formaciones montañosas próximas, desde lo alto de la zona. Hasta me resultó emotivo, conforme avanzaba el reloj más allá de las 8 de la mañana, ver bastante gente subir en bicicleta, corriendo o simplemente paseando. No soy muy amigo de concentraciones cuando campeo pero me alegró ver otras caras gozando igual que yo de las posibilidades del entorno.
Ahora, ya en Fase 1, seguimos avanzando y recuperando “buenas costumbres”. Una de las mejores, si no de las más placenteras, es la reunión social en los bares y restaurantes. No conozco apenas a nadie que no le guste ese alterne, siendo una actividad “esencial”, como se las llama ahora, para retomar nuestra vida anterior. Limitada y con condiciones, sí, pero el arranque supone un empujón emocional al ánimo de la mayoría, y no digamos a nuestros restauradores. Será una dura lucha por conseguir alguna de las pocas mesas que pondrán a nuestra disposición, lo cual en otras condiciones sería una traba para siquiera intentarlo, pero seguro que reconforta ver un signo más de normalidad, apreciar caras sonrientes, compartiendo conversaciones y brindando de nuevo próximos.
Para más adelante quedan nuevos eventos que retomar: conciertos, viajes, celebraciones y fiestas más numerosas, excursiones para dormir bajo las estrellas, volver a deportes en grupo, espectáculos masificados y muchos, demasiados, abrazos, saludos de manos y besos que aún recordamos lejanos, pero que son tan nuestros.
Y cuanto más lo pienso más me convenzo que aquel disco define muy bien como me siento. El maestro Rosendo descorchó la botella de su arte confinado renaciendo como nunca para demostrar su categoría durante muchos años más y yo espero abrir, conforme nos vayan permitiendo, la caja de mis deseos y anhelos de igual manera que hizo el de Carabanchel, loco por incordiar.
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