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Los jardines de la luna

Se me pide que escriba una reseña de Los Jardines de la Luna, el primer volumen de la extensa decalogía de Malaz: el libro de los caídos, escrita por el canadiense Steve Rune Lundin bajo el pseudónimo de Steven Erikson.

Si es usted aficionado a la fantasía épica, esto seguramente le interese, pues nos encontramos ante una obra de proporciones faraónicas que no escatima en personajes (cantidad y calidad), retorcidas tramas y toda suerte de místicas criaturas incluyendo dioses, demonios, cambiaformas, y sí, por supuesto, dragones. 

El trasfondo es en apariencia, poco original. Describe el autor un inmenso mundo bajo el yugo de la ambiciosa Emperatriz Lassen, ascendida al poder mediante el noble arte del magnicidio, que al iniciarse la singladura pretende extinguir los últimos fuegos de la resistencia. La historia de esta primera entrega se centra en Darujhistan, la última de las Ciudades Libres del continente de Genabackis, donde las ambiciones malazanas se topan con inesperados contratiempos.

Los Jardines de la Luna y, por extensión, toda la colección, podrían catalogarse como fantasía épica cruda. Entiéndase con ello que el autor expresa prolijamente las miserias y devenires de un gran número de personajes, algo que hace con excelente narrativa y escasa consideración hacia el lector empático. Con esta descripción quizá se le venga a usted a la mente la célebre colección Canción de Hielo y Fuego, y no se equivoca por mucho, aunque diría que Erikson tiene un punto más perverso.

Los aficionados a complejas intrigas, personajes de laxa moralidad y amplios arcos argumentales que se entrecruzan cientos o miles de páginas después encontrarán en Malaz: el libro de los caídos un oasis en el desierto de la fantasía épica más canónica. Entre este grupo de lectores se incluye el que suscribe, y como tal he disfrutado de esta obra que fue inicialmente concebida como argumento para largometrajes o series televisivas, mas repetidamente rechazada por productores debido a su excesiva complejidad. 

Y es que, como suele ocurrir, su belleza es su maldición. Vayamos por partes. En primer lugar, el autor reconoce disfrutar con la confusión del lector y poco hace por remediarla. Cuando escruté las primeras páginas de Los Jardines de la Luna me sentí expelido en medio de la refriega sin grandes introducciones que me asistieran en la tarea de comprender lo que acontecía. Hube de permanecer atento, a la caza de detalles que me permitieran unir los enormes vacíos dejados intencionadamente en la narración. Por otra parte, algunos personajes me resultaron de escaso interés inmediato, aunque he de reconocer que esto se aplica más a los siguientes libros de la saga que a Los Jardines de la Luna específicamente. Porque esa es otra, los actores son diferentes en cada libro, por lo que pueden transcurrir océanos de tinta hasta que volvamos a encontrarnos con ese protagonista que tanto nos fascinaba. El caso es que por un motivo u otro uno pasa cientos de páginas leyendo sobre alguien cuya historia no parece tener conexión directa con el argumento general o la más mínima relevancia aparente. 

No quiero con todo ello desanimar al lector más casual. Existen sobradas razones para, al menos, conceder el beneficio de la duda a esta obra. La maestría de Erikson a la hora de dotar a sus héroes con excéntricas personalidades es más que notable, y algunos de ellos son realmente memorables. Las razas ancestrales, las sendas de hechicería y los ascendentes se describen rodeados de un halo de misticismo que cautiva inevitablemente a cualquier aficionado a la materia que se precie. Otra cosa es echar cuentas y que compense. El propio autor reconoce y asume que su creación no es fácilmente digerible, e incluso vaticina el momento más probable de abandono: el primer tercio de la novela. Quédate o déjalo. No puede decirse que no sea al menos honesto.

En resumen, Malaz no es para todos los públicos, pero en él hallarán muchos lectores consumados un santo grial que huye de los estereotipos que inundan el género fantástico. No espere usted, eso sí, compasión alguna. Si puede asumirlo, le conmino a sumergirse en el rico universo de Erikson. Realmente lo merece.

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