Cuando la Pandemia se esparció por todo el mundo, hubo un sector de la población que fue encerrado por semanas, los niños.
Muchos no entendían lo que pasaba, algunos pequeños pasaron sus cumpleaños en aislamiento; sin su familia, sin sus amigos, con la ilusión de fiestas que habían planeado por meses que fueron suspendidas.
Se crearon tutoriales, escritos ilustrados para explicarles la emergencia, pero todos eran muy técnicos, con explicaciones que no estaban en el lenguaje de los más pequeños, ni en su imaginación, que no dejaban una huella en el corazón de quienes representaban el futuro de la humanidad.
Así surge el cuento corto “Los niños del COVID”
Autor: Emelyn Domínguez J.
Ilustrado por: María Luna Mesén
Los niños del COVID
Existió una vez un planeta que agonizaba, ya no tenía suficiente oxígeno, su aire estaba contaminado, sus ríos y mares llenos de basura, sus animales estaban muriendo, sus pulmones que eran los árboles fueron arrancados de raíz para construir grandes ciudades.
Sus habitantes intentaban en un último esfuerzo, mejorar sus hábitos, reciclando, cuidando el agua, eliminando bolsas de plástico y desechables de sus vidas, pero era tarde, seguía enfermando de gravedad.
Un día el planeta ya no pudo aguantar más,-¡Cof Cof! – una estruendosa tos hizo salir de sus entrañas un virus que se esparció por el aire en gotitas de saliva, extrañamente los animales podían soportarlo, ellos los transportaban sin sufrir consecuencias; pero pronto paso a los humanos y rápidamente se extendió de persona en persona, lo llamaron coronavirus.
La gran mayoría de la población comenzó a enfermar los más fuertes soportaban las fiebres, falta de aire, dolores de cuerpo; los débiles tenían que ser atendidos en los hospitales. Los humanos tuvieron que resguardarse; mientras los superhéroes se pusieron batas blancas para salir a la batalla.
Coronavirus buscaba a los niños y los ancianos que eran los más valientes para poder infectarlos, si alguien enfermo les daba la mano o un beso sería suficiente para enfermarlos y vencer; entonces los papas para protegerlos los escondieron.
Se cerraron las escuelas, los parques y las plazas. No se podían celebrar los cumpleaños. En las casas se jugaba y se hacían tareas.
Todos tenían que quedarse escondidos y lavarse las manos varias veces al día para matar al virus, el agua y jabón eran la mejor arma.
Muchos no podían permanecer en casa así que enfermaron y enfermaron a sus familias sufriendo las consecuencias, tal como le pasaba al planeta los pulmones de los humanos no resistían el mal del coronavirus.
Las personas tuvieron que detener su ritmo de vida, dejaron sus trabajos, de salir a las calles, se ponían mascaras azules para no ser reconocidos por el malvado Coronavirus; entonces cuando pararon fábricas, comercios, transportes el planeta comenzó a sentirse mejor.
Los árboles florecieron, el cielo volvió a ser azul, el aire estaba limpio; los animales eran libres aparecían en las calles, sin tráfico, sin ruido, sin personas, ahora los humanos podían ver a los animales desde su ventana; los ríos y mares de nuevo eran transparentes y llenos de vida marina. ¡Estaba sanando!
Hubo personas que dieron su vida peleando contra el coronavirus; su sacrificio sirvió para que los humanos se dieran cuenta de la importancia de cuidar su planeta, de cambiar sus hábitos para que su planeta no volviera a enfermar, el planeta estaba feliz, porque al menos por ahora estaba ¡vivo!
Poco a poco el malvado virus comenzó a debilitarse con la fuerza de la sana distancia y la buena higiene de los humanos, trabajando juntos lo vencieron y los niños regresaron sin miedo a sus escuelas y a jugar a los parques con sus amigos.
Los niños nunca olvidarían que fueron valientes héroes el día en que simplemente “se quedaron en casa”.
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