Seguro que has oído la frase que dice que en la vida hay que plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Que levanten la mano aquellos que hayan cumplido con la misión. Tengo que decir que yo no soy una de esas personas, lo siento. Aunque si nos podemos a pensarlo, el proceso de creación de un libro puede compararse con las otras dos. Ya sé que a un libro no hay que cambiarle los pañales, ni te pide dinero para salir con los amigos el fin de semana (tiempo al tiempo), pero requiere todo el mimo, todo el cuidado y toda la atención del mundo.
Bien, ya eres consciente de esa idea que te ronda por la cabeza. Está allí, sólo tienes que pasarla a un papel para que no se olvide y se pierda en alguno de los agujeros negros que viajan por tu memoria.
Vale, ya está. ¿Y ahora qué?
La idea es el principio de un largo camino, la gestación de la criatura. Estás emocionado, estás seguro de que será una gran historia así que, comienzas a escribir, y a escribir, y a escribir, y a seguir escribiendo. Cuando hiciste el primer borrador lo viste más claro, pero escribir doscientas, trescientas, cuatrocientas páginas no es cualquier cosa. Pero te armas de valor, peleas con uñas y dientes, capeas temporales, días de frío, días de calor, viento y mareas. Y un día, después de meses y meses de noches en vela, horas dedicadas a dar vida a tu pequeño, ¡zas!, allí está la palabra más deseada y al mismo tiempo la más temida: fin.
Estás orgulloso del resultado.
¿Habrá sido niño o niña?, te preguntas. Un embarazo que puede llegar a ser muy, pero que muy largo. Miras el manuscrito entre tus manos, un suspiro de satisfacción se escapa de tu boca, se te caen las lágrimas de la emoción. Tu criatura ya tiene un nombre y es un miembro más de la familia. Después de tanto tiempo juntos, compartiendo experiencias, su partida te da penita, pero es necesario que salga del nido y eche a volar. Faltan ultimar algunos detalles más, poca cosa, corrección, maquetación, portada, registro y decidir cuál será su destino: ¿lo públicas?, ¿lo presentas a un concurso literario?, ¿o lo dejas guardado en un cajón porque, de pronto, te asaltan unas dudas horribles?
Pero no has llegado hasta aquí para que ahora se quede cómodamente guardado, ¿verdad? O tal vez sí, hay hijos que se quedan en casa de los padres hasta los cuarenta, así que…Decides publicarlo. Difícil decisión. ¿Editorial? ¿Autopublicación? (Sobre este tema ya hablaremos largo y tendido). Decides la segunda opción. Ya está. «Es precioso”, te dices a ti mismo cuando lo tienes contigo, esta vez vestido con su portada y elegantemente maquetado. Sólo tienes ojos para él, no puedes dejar de mirarlo. Ahora querrás que todo el mundo conozca a tu retoño, ¿cierto? A por ello, pues. Se merece una presentación en sociedad digna de un rey. Siempre puedes encargar el trabajo a otra persona, pero estás tan implicado en el proceso, que te lanzas de cabeza a hacerlo todo tú.
Venga.
Revisas tus redes sociales, contactos, comercios, cualquier puerta que te sirva para que tu libro sea leído. Te pones manos a la obra, dedicando más y más horas, tú, que sólo querías escribir un libro. Pero no todo es dolor y sufrimiento, porque si no, no habría tantos libros, ni escritores. Llega un día en el que miras por millonésima vez y, de pronto, allí está… O no, igual es un espejismo, una mala pasada del subconsciente.. Sí, sí, sí que es. Enhorabuena, tu primera venta. ¡Qué nervios! Estás eufórico. Ya no te importa todo el camino que has andado. ¿Y si escribes otro libro? La idea cada vez suena con más fuerza en tu cabeza. ¿Por qué no, si tienes la historia perfecta? Deja que piense, sí, esa me gusta: una historia donde las palabras cobran vida.
Hasta la próxima.
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