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Amor fantasma

«Todos los poetas son buenos, incluso los malos»

Pablo Neruda

Marcos Mandelbaum nació con el romanticismo tatuado en la piel, y con el don de la poesía estampado a martillazos en el alma. 

Es cierto que sus aforismos carecían de profundidad e incluso de creatividad, y que rara vez se apartaban de los clichés adjuntos a los bombones que obsequian quienes procuran efímeras conquistas en las noches de invierno. 

En pocas palabras, su rastro poético podía ser descubierto sin grandes dificultades en la góndola de cualquier kiosco.

Pero, sin embargo, algo habitaba en su prosa, o quizás en sus silencios, que provocaba ineluctablemente cierta agitación. En general, las reacciones eran más próximas al desconcierto que a la conmoción; lo cual se debiera probablemente a lo intrincado de su escritura, o a lo confuso de sus conceptos.

Pero esta particularidad, a menudo manifiesta, no le resultaba motivo de inquietud, ni de autocrítica. Por el contrario, el poeta confiaba en que, ante la dificultad en lograr la aceptación de una dama mediante la ofrenda de efluvios retóricos, era positivo cuanto menos confundirla. 

Mas allá de esta convicción peregrina, el autor consideraba que la poesía era hija de la escritura cálamo currente, y que por lo tanto cualquier mínima corrección atentaría contra la frescura de sus palabras, que ciertamente eran, -en la mayoría de los casos-, frescas.

El hecho es que con el correr de los años, Mandelbaum supo adquirir cierta celebridad en sus círculos sociales a raíz de sus desvaríos literarios, en grado tal que su apodo habitual era, sin ninguna clase de eufemismo, «el poeta», calificativo que aceptaba no sin cierta dosis de arrogancia. Es lícito suponer que tal prerrogativa fuera consecuencia de que la destreza lírica se hallara completamente ausente entre sus amistades, o quizás atribuyeran su presunta maestría al hecho de que nadie comprendía ni una palabra en sus escritos. Suele ocurrir, que con base en la incomprensión absoluta de una manifestación artística, el recurso mas elegante sea elogiarla aún sin criterio, minimizando así el riesgo de desafinar con una detracción injustificada.

Lo cierto es que Mandelbaum se valía de cada oportunidad que se le presentaba para lucir su afán poético, no afectaba si se trataba de un bautismo, un casamiento, un funeral o la peña de socios del Club Social y Deportivo Villa Gaucho, a la cual concurría frecuentemente.

Al promediar el fin de la cena Mandelbaum posaba su pie sobre la silla, su codo sobre la rodilla y su mirada en el cielorraso, y con gesto reconcentrado exhalaba toda clase de odas, poemas, sainetes y madrigales, en ambigua mescolanza y sin respiro. 

Daba por finalizada su representación cuando se retiraba el último de los comensales, debido a la ausencia de público, o quizás en consideracion al explícito deseo de irse a dormir del dueño de casa.

Cierto día se presentó ante Mandelbaum un conocido del supermercado, solicitando su colaboración. El sujeto en cuestión se hallaba perdidamente enamorado de la hija de una vecina, y en virtud de su extrema timidez, consideraba la posibilidad de expresarle a la mujer pretendida sus intenciones amorosas a traves de una epístola. Visto que el aspirante adolecía de toda especie de inspiración, recayó en Mandelbaum la romántica tarea. El poeta aceptó el pedido de inmediato, para lo cual solicitó una fotografía de la futura destinataria. Le resultaba indispensable contar con la imagen de la mujer amada, pues consideraba que allí lograría su encuentro con las musas.

El poeta consagró largas noches a la observación minuciosa de la imagen, garabateando sobre el papel los versos que el numen le dictaba. La misiva ansiosamente enviada obtuvo como respuesta un inmediato y rotundo rechazo por parte de su receptora, lo cual motivó una segunda carta. Y una tercera. Mandelbaum sostenía que el amor era hijo de la insistencia, y que la perseverancia lograría la correspondencia sentimental. Por lo pronto lograba sólo la correspondencia postal, y no sólo de aquel primer enamorado; pues se habia propagado la noticia acerca de los servicios del poeta, que además eran ad-honorem.

De modo que Mandelbaum le escribía los lunes a Berta, los martes a Patricia, los miércoles a Carola, los jueves a Rosario, los viernes a Bernarda, los sábados a Claudia y a Elena, y los domingos a Normita.

No se registró ni un solo caso en que la destinataria respondiera afirmativamente a las propuestas de su respectivo pretendiente, se desconoce si en razón de un desinterés llano, o como consecuencia de la más absoluta incomprensión de las declaraciones recibidas, pero lo cierto es que la persistencia sostenía el recurrente envío de más y más cartas, y sostenía también la afiebrada producción literaria de Mandelbaum.

Finalmente, como consecuencia del reiterado engaño al corazon inspirando sentimientos proyectados en imágenes de mujeres desconocidas, ocurrió lo peor: Mandelbaum se enamoró profundamente. 

De todas ellas.

Esto supuso un inusitado conflicto sentimental para el poeta, pero lejos de amedrentarse decidió apostar todas las fichas del destino en una sola jugada: Gracias al buen oficio de un conocido que desempeñaba funciones en la oficina de correos, obtuvo los domicilios de todas las damas pretendidas.

Redactó una carta relatando los hechos, revelando su condicion de escritor fantasma, y declarando su amor sin fronteras.

Incluso, por vez primera se decidió a cuestionar su estilo rebuscado privilegiando esta vez su intención de ser correctamente interpretado. 

Como suele ocurrir en los actos revolucionarios, se desplazó desde un extremo hacia el opuesto. Finalizada su declaración, pletórica de metonimias, hipérboles, epítetos y la acostumbrada porción de rimas torpes y carentes de significado; en un arrebato supraliminal y con cierto ímpetu infantil tras el punto final y previo a su firma escribió, con letras grandes y en mayúsculas, su frase mas reveladora: «FUI YO».

Y envió su confesión. 

A todas.

Naturalmente, esta fue la última expresión de la poética de Marcos Mandelbaum. 

Se dice que vive en un refugio de montaña en la región de Uspallata, muy lejos del amor. 

Y de sus consecuencias.

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