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Breve carta a mi posteridad

Querida posteridad:

No sé si a usted le resultará extraño que yo, un adelantado Autor Independiente de los anales del siglo XXI, me dirija a usted en los términos que siguen, mas es tanto lo que presiento que comulgo con usted (y lo poco con mi contemporaneidad) que, en una especie de confidencial ejercicio confesional, quiero trasladarle mis más íntimas inquietudes en lo referido a mi profesión de La Literatura, habida cuenta la flagrante esterilidad que mi tan desquiciado tiempo me viene deparando, a pesar de cuantas iniciativas he cursado en vano y de las que, por no extenderme, me ahorraré darle significativa cuenta.

Mi degenerado tiempo, con el advenimiento masivo de las tecnologías de la información, ha incurrido en tal algarabía que hasta al menos pintado se le concede licencia plena para publicar en este lodazal de mediocridades y bazofias, de tal modo que, en semejante maremagnum de aberraciones, todo tiene perfecta cabida; de manera que la literatura de calidad ha sido sepultada, que ni por un orquestado complot, por la tan abundante morralla que señorea a los comunes.

La figura del escritor auténtico (como yo me precio de ser) –esa que tan poco gusta a los poderosos y los vulgares– ha sido desplazada por la de los tan abundantes profanos que, sin serlo, juegan a encarnarlo porque les resulta muy chic, distinguido y hasta me atrevería a señalar que pintoresco. Es decir, que tal ralea de cabezashuecas, tan amantes de las poses, la fama y el prestigio ha logrado (o casi) no ya ningunearnos pero sí estigmatizarnos, habida cuenta su éxito en las listas de súper ventas alzadas por la boba plebe, los vendidos mass media y las tan prostituidas editoriales, más decorosas con los tangibles beneficios económicos que la digna valía.

En mi Deformación Profesional diría que un auténtico escritor sería un pan candeal de los que yo hacía y sé hacer, en tanto que su malbaratado e insultante sucedáneo correspondería ser un malhadado pan precocido de los que tanto abundan hoy en día y que no tienen dónde caerse muertos.

Recuerdo y secundo ahora la maldición que Jorge Luis Borges lanzase contra Gutenberg en el sentido de que con el invento de la imprenta (a diferencia de como ocurría con anterioridad, cuando la edición de los libros estaba en manos de los amanuenses) los exámenes que precedían a la edición de un ejemplar perdieron rigor, habida cuenta la facilidad que suponía su impresión y encuadernación, de manera que proliferaron y proliferaron las ediciones de bodrios que no tenían por dónde cogerse.

Este mismo fenómeno, llevado al más delirante de los paroxismos, tendría lugar con el advenimiento de Internet y el libro electrónico: para bien y mal, ya nada se interponía entre la pluma y la edición, y querer era llanamente poder, y, así, cualquier advenedizo primate o pobre Juan podía sostener que porque había publicado ya era un escritor.

Naturalmente que contemplo excepciones (yo mismo, que he optado por la autoedición, me considero una), y no digo que los Autores Independientes seamos menos que los vendidos e/o intercedidos, aunque estos presuman de paraguas, padrinos o de haber sorteado el filtro de unos terceros, sus debidos aparatos y, sobre todo, sus comerciales expectativas.

Amen de todo ello, también parece darse una conspiración mundial y/o de los tiempos que corren para relegar a la literatura de calidad a la pasmosa categoría de lo infumable, y así se han generado toda una serie de industriosas alternativas y pasatiempos mucho más asequibles y también mucho más pobres. Veánse los huecos videojuegos, la cinematografía de masas, las plásticas artes silenciosas o los espectáculos de diversas índoles entre los que no se me ocurre incluir ni al teatro ni a la danza ni, por supuesto, a la música.

A pesar de ser yo ya un escritor con mayúsculas o, como suele decirse, como la copa de un pino, por haberlo construido grafema a grafema, nunca fijé entre mis prioridades ser reconocido como tal (al menos en mi tiempo), dado que siempre tuve claro que para mí lo importante no era ya triunfar como tal sino serlo limpia y llanamente, en tanto yo nunca busqué en la tinta negocio sino meditación y alegrías, socorro y expansión intrapersonal; de hecho, mis dedicaciones se han centrado en lo que se han centrado (en exprimir mi cerebro a través de la redacción) y han desoído cuanto he considerado meramente accesorio y/o contingental.

Si usted tiene la deferencia de ojear mi nutrido catálogo en Amazon o mi blog podrá observar las diferentes índoles de mis tan singulares como diversas propuestas, éstas que por falta de promoción o merchandising no han podido llegar al conocimiento de mi contemporaneidad, mas ya le digo que, aunque reconozco que me complacería mucho ser leído, en cierto modo me importa un bledo, en tanto yo (siempre lo tuve claro) tengo más puestos los ojos en usted que en mis días.

Y, ahora, le ruego encarecidamente que me disculpe si tengo que dejarla pero me está reclamando con urgencia no sé qué mandado, pues ya sabe usted cómo son de tiranas las musas y cómo de obedientes los verdaderos escritores.

Espero que usted se encuentre bien a la recepción de ésta y se anime a leerme sin pereza alguna, a fin de deleitarse y juzgar mejor lo que mi vago presente se está perdiendo al darme tanto de lado.

Reciba un fuerte abrazo de este tan humilde hombre y tan soberbio artista.

Le deseo lo mejor de lo mejor.

Atentamente:

Luis Brenia.
En Hinojal, a 7 de junio de 2020.

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