Cuánto tiempo vivimos esperando a que pase el tiempo. Un hecho que no tiene lógica cuando luego nos falta tiempo tras esa espera. Creemos que merece la pena perder parte de él para que llegue el que realmente queremos aprovechar. Y luego lo echaremos de menos. El tiempo perdido, digo.
La frase “El tiempo es oro” no puede estar mejor pensada. Para mí al menos lo es y no hay defecto mayor que todo lo que te lo hace perder sin motivo alguno. Uno de los mayores vicios del ser humano, demasiado extendido, es la falta de puntualidad en todo lo que se organiza. Es algo que me cuesta perdonar pues pienso que si yo puedo ser puntual, incluso presentarme a la cita acordada con antelación, cualquier persona es capaz de hacerlo, y, si no lo hace, es por pura vagancia, lo cual duplica el mal comportamiento a corregir. Reconozco que estar esperando, una vez sobrepasada la hora establecida, me produce tan mala sensación que rara vez escapa de mi reprimenda quién me lo haya hecho perder. Puede haber ocasiones que el retraso esté justificado, pues a todos nos puede pasar cualquier imprevisto ineludible, pero suele ser la laxitud de la norma generalizada la que resta importancia al hecho de que nos estén esperando gratuitamente. De ahí que cuando detecto esa virtud en alguien la impresión sobre su persona suba puntos, independientemente de que luego no quede sólo en eso la afinidad que nos una o pueda aparecer alguna incompatibilidad que nos separe.
El tiempo no se puede perder sin sentido, aunque haya momentos que necesitemos verlo pasar por descanso físico y/o mental. La vida no es tan larga como muchos creen y, en demasiadas ocasiones, hemos visto, oído o nos han contado como no pocos seres vivos darían una fortuna por un poco más de él. Ese rato, ese día, ese minuto, que siempre nos falta para todo se va acumulando y quedando atrás sin darnos cuenta, hasta el final. O si no al final, cuando ya no se puede recuperar la acción perdida. Me hace gracia, maldita gracia, la gente que se lamenta del amor que se escapó, del familiar o amigo al que poca atención prestó, del espectáculo que no volverá, del lugar no visto, de una conversación irremplazable, de un perdón no dado o recibido. Es de imbéciles lamentar un abrazo, besos, un gesto de cariño, un te quiero, una sonrisa o un gesto. Repito, es de imbéciles lamentar todo eso, si se justifica con el tiempo. Hay tiempo para casi todo, pero hay que saber racionarlo.
Necesito tiempo, y lo necesito para aprovecharlo en tantas cosas que tenemos a mano que no puedo perderlo por perderlo. Sí, tal vez soy de esas personas que les gusta “tocar” muchos palos sin llegar a ser virtuoso de nada. Tampoco lo pretendo. Hay tantas cosas que me llaman la atención y tanta actividad en mi cabeza por aquellas que veo que puedo, si no dominar, defenderme con ellas, que siento casi pecado el ignorarlas y no dedicarles eso, mi tiempo. Me gusta el deporte (casi todo, dicen en mi casa) y aunque la edad me va limitando, sigo dando guerra en mi nivel “Veterano D”, como me han calificado en las últimas carreras populares que me he inscrito. Me gusta la guitarra, la escritura, la lectura, el senderismo, la música en directo y la que oigo mientras hago otras cosas en casa, el cine, pasear por Granada, me encanta cocinar, el fútbol en estadio y buscar otros retos.
Una vez leí en algún sitio, de cuyo nombre no puedo acordarme, que “dormir es morir” precisamente por la pérdida de tiempo que supone cuando se hace en exceso. No seamos tontos, dormir es muy necesario para un correcto vivir, para estar lúcidos, saludables, atentos, ágiles mental y físicamente. Obviamente necesita un tiempo en cada cuerpo. Yo, por ejemplo, necesito de unas pocas horas para estar de nuevo activo, dispuesto a casi todo, pero entiendo que hay personas que necesiten muchas más horas para alcanzar el mismo estado. Lo que no es aceptable es meterse en la cama 10, 12 ó 14 horas, si les dejan, sin otro objetivo que “perrear” todo lo que se pueda sin más metas. Digo que no es aceptable desde mi punto de vista, pues supongo a algún lector dando un respingo de desaprobación por ser ese su deseo diario. A lo sumo, un lujo que me permito, es, cuando me desvelo en la cama de madrugada, organizar en mi cabeza problemas, asuntos varios o cuadrar proyectos y horarios para hacer en el día o los días siguientes.
Que no se pierda el tiempo que irremediablemente avanza. Sepamos dosificarlo, mimarlo, usarlo a nuestra conveniencia y disfrute. Aprendamos a valorarlo y hagámoslo ver como el tesoro que habla la frase que es.
No lo perdamos, que nos duela su malgastar, para que luego no lamentemos, mientras lo echamos de menos, lo triste que fue su perder.
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