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Fantasía animada

A lo mejor el quid radica en que, como la inmensa mayoría, yo, que particularmente soy harto creativo, no sea virólogo. Quiero decir, si yo fuese virólogo tal vez le supiese buscar debidamente las vueltas al coronavirus y ponerle coto; pero como no lo soy, se ve que no hay manera; con lo que, un poco, me siento culpable o connivente. ¡Mira que derrochar mi talento en el ejercicio de la escritura literaria…! ¡Oh, cuán desencaminado he estado! ¡Y claro, a estas alturas no me voy a poner a cursar una cátedra de virología! ¡Válgame Dios! ¡Uno carece del don de la ubicuidad, y no podría, a menos que…!

Porque –yo ignoro cómo será en verdad la cosa, pues mi profesión en esta vida no ha sido otra que la de maestro panadero– me imagino la virología, cual yo la ejercería, como una lucha entre una habilitada nave, como La Enterprise, contra otra klingon e invasora. ¡Así!

(Naturalmente, yo, en calidad de galeno, sería de nuevo el Almirante Kirk –quien saldría bien parado después de librar la ardua lucha que a punto estaría de costarme la vida, la nave, la tripulación, el buen nombre y los galones– y, a modo del que fuera mi obrador de panadería, tendría a mi disposición un puntero laboratorio y un selecto equipo humano y tecnológico: La Enterprise.)

Poco se sabía al día de hoy del SARS-CoV-2. El remedio podría tratarse de una sofisticada vacuna al uso, como tanto se pretendía, o quizás no, pues tal vez requiriese de un tratamiento personalizado, una tisana, un jarabe, unas radiaciones o váyase a saber qué.

Ya vería cómo me las maravillaría yo siendo una especie de muy aventajado médico integral del siglo XXI y druida, heredero de todos los saberes de mis anteriores colegas y con un profundo conocimiento de la farmacopea más ancestral.

Imaginaba, en mi animada fantasía, que, de la misma manera que con la escuela de toda una vida de dedicación al oficio, supe coronar hasta el súmmum la maestría como panadero, desarrollando un peculiar don, en calidad de semejante eminencia médica, yo, afrontando la aventura, tendría que encontrar en mí la veta del don que se precisaba para sanar la Covid-19, concediéndole por ende sus impagables favores a la serendipia, el propio empeño, los trances y los astros.

Una vez que el coronavirus se infiltraba en las células usaba las maquinaria de éstas para replicarse mediante la síntesis de su ARN… ¿Cómo evitarlo o neutralizarlo? He ahí la cuestión.

El caso es que, como fuere, daría con el quid, le pararía en seco los pies al coronavirus y, antes de hacerlo público, me aseguraría a la postre de difundir la fórmula por doquier para que nadie en particular y todos en general se beneficiasen del fruto de mi aplicación, no fuera ser que quien fuere se apoderase de ella y pretendiese hacer sucios negocios a mis expensas (que ya nos conocemos).

¡Y colorín, colorado, este cuento aún no ha comenzado!

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