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Gurisa

Te podías dar cuenta de la edad de la gurisa con sólo mirar el largo de su pollera: cortita, negra y de cuero. Ahora que empieza a salir el sol, los rayos le iluminan la cara joven y un poco ojerosa, mientras acompañan el movimiento de su mano llevándose el puchito a la boca. Espera el cole hace rato,pero no tiene mucho más que hacer y sabe que el primero después del baile puede pasar a horario, o tarde, o antes. Paciencia.
Por la calle pasa un autito blanco, con parlantes que hacen llegar la cumbia a los últimos rincones de las casas bien que circundan el baile. Es raro que las pieles se enciendan y se froten y el amor surja, tan fogoso y caliente, cerca de las casas de esos viejos estirados. Es casi del terreno de los sueños que la humilde bailanta se roce los codos con mansiones señoriales.
El auto pasa por la calle, dije, cerca de Gurisa, digo. Van cuatro varones jóvenes y un poco embriagados de vino barato y cumbia, con ganas de seguir la noche, aunque el sol ya les lastime sus ojos de amanecidos. Uno de ellos ve a Gurisa y le silba, mientras que en la mente de ella se repite la frase de su vieja, esa que le machaca desde que es más gurisa:
-Ni los mirés. Hacete la sorda.
El chico insiste: ¡Che Gurisa!
Gurisa mira y reconoce al policía con el que comparten a veces noches de truco y porrón y otras veces comparten besos, pero nada de mayor importancia
-Hola Copito, ¿cómo andás?.
El sobrenombre es pintoresco y da cuenta del afilado humor de la muchachada, ya que bien mirado Copito es un tipo grande y medio gigantón, con enormes manos de uñas comidas y en la cara los rasgos típicos de los gorilas. También es albino y ahí está la gracia del apodo. Copito de Nieve, como el gorila albino del zoológico.
-Bien Gurisa. ¿Te llevamos? Se te va a congelar la pocha esperando el bondi acá.
Ella mira la cara de los otros y la piensa: dos son grandotes y el otro que es el que maneja es flaquito, parece medio enfermo. Paliducho como un convaleciente o un vegano. Vuelve a mirar a Copito que le sonríe con todos los dientes, encías anchas y rojizas incluidas y dice que sí. Copito le da paso y le reclina el asiento para que ella pase y se siente atrás. Saluda con la cabeza a los demás mientras el auto arranca y ella indica cómo llegar a su casa.
En las manos de los chicos viene girando un porrón pero ella ya no quiere tomar más, prefiere ir mirando cómo los árboles desaparecen como corriendo y de paso ignorar que su rodilla desnuda roza con los jeans del rubio que va a su lado: es enorme y blando. Está calzado como a presión entre Gurisa y el otro muchachón, negro y con manos como de albañil, medio blancas de tan resecas y cuarteadas.
En el semáforo se les empareja otro autito parecido, pero de color cremita. El conductor tiene pinta de niño rico, el pelo prolijo, un sweter de color amarillo pastel sobre los hombros, camisa de buen corte. Se le nota que no ha pasado hambre ni frío, que el calor no le aprieta en el verano porque las quintas con pileta de él y sus amigos lo hacen más tolerable y entretenido. Pasa que ahora hace frío y está bastante avanzado el amanecer.
-Te corro puto, te corro. Grita por encima de los aceleres al motor del autito. BrumBrumBruuum
Flacucho lo toma como una provocación imposible de ignorar y acelera, mientras putea a los gritos a Cremita, que lleva el auto cargado con tres amigos también. Los autos se rozan peligrosamente y Cremita baja la velocidad, un poco asustado. Flacucho acelera y se aleja, pero Cremita parece que no va a dejar pasar la afrenta. Acelera nuevamente y al emparejarse con Flacucho lo encierra.
Se bajan Flacucho y Copito que desenvaina lentamente su arma reglamentaria ante la mirada de pánico de Gurisa. Camina un par de pasos y ve que del otro auto se bajan todos con ganas de pelear. Se vuelve y la mira largo a la gurisa
-No te bajes del auto, mi vida-, dice.
A Gurisa le empiezan a caer algunas fichas: lo que dice Copito parece que va en serio, no sólo ésto sino lo de dejar a su novia por más que tenga un pie en el altar, la fecha, el cura y los anillos. Si no tuviese tanto miedo, Gurisa se reiría a carcajadas.
En ese segundo Albañil aprovecha y sale corriendo con destino incierto, pero trote firme. Adentro del autito sólo están Rubio Gigante y Gurisa. Se quedan paralizados mientras escuchan las puteadas, los gritos y por último los tres tiros. Se produce un silencio inquieto en esa calle. Gurisa empieza a correr despacio el asiento para bajarse. Está cerca de su casa, a escasas dos cuadras y estar a salvo no queda tan lejos, no parece tan imposible…
Cuando está a punto de bajar la pierna al cordón, un adoquín se estrella en el vidrio y la imagen de Flacucho repartiendo barretazos a diestra y siniestra se fragmenta y se multiplica como si fuera un caleidoscopio. Rubio Gigante casi no respira del susto mientras dos manos lo agarran de los pelos y lo sacan a tirones del auto. Lloriquea un poco mientras le azotan la cabeza contra el capot primero y contra el piso después. Gurisa mira para todos lados buscando a Copito o a alguien que la ayude a salir de ahí. Rubio Gigante, hecho un bollo en el asfalto, se queja pero ya no lloriquea. Son dos chicos grandes como armarios que le pegan en las costillas, en las piernas, en la cabeza. Patean con fuerza y cierto ritmo: patada-patada-respiro-patada
De repente todo el ruido se convierte en calma. Los del auto Cremita sueltan a Flacucho y a Rubio Gigante y se van. Gurisa se asoma y mira: Flacucho tiene la camisa cortada y ensangrentada, pero sonríe como victorioso o enajenado, no se sabe bien. Rubio Gigante está quietito en el suelo, más blando de lo habitual y una parte de su cabeza se ve rara, como deformada. Un poco hundida. La sangre forma un charco grande, casi una aureola: la corona de un sufriente.
Gurisa retrocede y se vuelve a sentar en el auto. Cierra la puerta y pone cumbia. Del pico del porrón se toma un trago largo y espera. Tal vez si se queda quieta todo va a estar bien, Flacucho y los otros van a volver, van a decir que era una joda, que qué pava es por creérsela y Rubio Gigante se va a levantar del suelo, le va a mostrar que en realidad la sangre es kétchup y lo que está desparramado en el suelo no son sesos. Es cuestión de quedarse quieta nomás, hasta que la joda termine. Eso.
Afuera las sirenas empiezan a multiplicarse y su sonido rompe la mañana apacible.

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