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Inmanencia

Soy fetichista, y literariamente a tope.

Verán.

Mi primer cubil, que disfruté durante la mayor parte de mi reinado como panadero, estaba ubicado en el interior de un horno moruno, todo redondo por dentro, las paredes lucidas y pintadas de blanco, parecía un búnker; tenía que defenderme con luz artificial todas las santas horas que me pasaba escribiendo o facturando.

Allí estrené esta tan longeva, pero ya demasiado trillada, mesa de despacho que nunca tuvo nombre.

Mi segundo cubil, más doméstico, es aún la leonera de mi habitación, con la mesa de trabajo ubicada en un rincón al que da una ventana por la que se cuela su favorable luz desde el mediodía hasta la media tarde. Aquí es donde he rendido el grueso de mi obra, pasando muy felices momentos, y escribo este texto. Ubiqué mi cubil en mi cuarto porque entonces vivía con mi madre (DEP) y era lo más práctico para todos, amén de que otras posibles dependencias no me brindaban la luminosidad o las condiciones idóneas para poder trabajar a cualquier hora que se me antojase.

Ahora que me he quedado solo, he decidido remodelar la distribución de la casa y mudar mi centro de operaciones a lo que hoy es la cocina (que pronto pienso reubicar), por ser la zona más luminosa de mi hogar, gracias a un amplio ventanal y su inmejorable orientación geográfica, amén de sus alicacatas paredes de los propios azulejos blancos de 15 X 15 cm.

Por un tiempo, despacho y cocina convivirán; y sé que, por ser ésta una disposición efímera, me voy a sentir a gusto allí, donde, ya la he comprado, pero aún no me ha llegado, voy a montarme una amplísima mesa en color acacia oscura y con su credencia y todo. Se llamará Inmanencia, que quiere decir «que goza de la calidad de ser interna a mi ser y no es el resultado de una acción ajena».

Inmanencia, suena bien, como con mucho cuerpo, autoridad, alto standing y contundencia.

Cuando traslade la cocina, más pronto que tarde, Inmanencia señoreará el despacho conmigo y mis cuitas a bordo, y será tan estupendo… Me repondrá tanto las pilas… Escribiré tan alineado… ¡Parece que me estoy viendo! ¡Estoy deseando tanto tenerla…!

Un aspecto que distingue a Inmanencia son sus proporciones: 1,80 X 1 m., lo que le confiere un muy generoso espacio de fondo. No en vano, y al son de la broma, su vendedora me dijo que resultaba ideal en estos tiempos para guardar la debida distancia de seguridad con el interlocutor, que en mi caso, como le advertí al revelarle mi profesión, sería yo mismo.

Ilustración de Miguel Gibello

Porque todo está listo para recibir a Inmanencia; las conexiones eléctricas y telefónicas caerán a su vera, razón por la que la he pedido sin la opción de pasacables que ofrece su fabricante. Acabo de pintar hoy mismo las tostadas puertas de la dependencia de blanco y he mandado pulir sus terrazos, a fin de rodear a Inmanencia del máximo confort visual.

Cuando me la monten, sé que lo primero que haré será dotarla de la inseparable compañía del cenicero y mi lujoso sillón de dirección negro como el carbón y probar su altura de setenta y cuatro centímetros desde la que será mi nueva posición. Luego desplegaré la instalación de Loguszyme, que es como, en honor a uno de mis personajes, se llama mi computadora personal y portátil, y su paralela pantalla de veinticuatro pulgadas que sitúo a mi izquierda, por el simple hecho de que mi ojo derecho es vago.

Creo que ya saben que trabajo con un teclado optomecánico y un trackball inalámbrico, en vez de un ratón al uso.

Después colocaré un teléfono que, porque me hacía falta para aquel lugar, he escogido que sea retro, de disco y color negro, el típico y aparatoso teléfono de oficina de los años sesenta, un peso pesado de teléfono con mucho gancho.

Un micrófono vintage de sobremesa, color champán, a modo de coda y ya, tras iniciar el ordenador y abrir el procesador de textos… ¡Flash!

Al principio era ya el Verbo

y el Verbo era Dios.

Él estaba en principio con Dios.

¡Música, Maestro!

Escogeré… ¡yo qué sé…! ¿La relajante y tan profunda Sinfonía «Los Ángeles» de Arvo Pärt? ¿Las briosas overturas de Coriolan o de Egmond de Gran Ludwig van? ¿Finlandia, de Sibelius? ¿Acaso el Satisfaction de sus satánicas majestades? ¿In a gadda-da-vida y/o el Get ready? Ya veré. Estaré tan contento de estrenar mesa y cubil que me sentiré muy agradecido y, a la par, muy comprometido con mi tan belicosa faceta de escritor.

Y, seguidamente… ¡A escribir! ¡A verter delineados ríos de tinta si por bien es! ¡A dejar que la alianza entre mi imageniería, mi talento y mi ingenio obre sus milagros y Luis Brenia sea!

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