Soy de los que piensan que la asignatura de música está muy infravalorada en general, abandonada por el ministerio de turno y hasta en período de extinción como no reaccione. No son pocos los padres y alumnos que se la toman a chufla, no poniendo el más mínimo interés en incentivar unos, o intentar aprender los otros. Tampoco son muchos los profesores de esta materia que hagan planteamientos de las clases atractivos, en donde este arte, indispensable en nuestras vidas, sea introducido en las mentes jóvenes, propensas al despiste, con métodos más modernos que los tradicionales que sufrimos todos en nuestra época escolar.
Yo era el primero que, durante la hora de la asignatura, hacía de todo menos atender. La descripción soporífera de cada instrumento, con trazos de historia, listados de compositores y sin una certera explicación básica de la comprensión de partituras, suponía un enorme obstáculo para al menos intentar despertar el más mínimo talento entre los alumnos. Con todo y eso, recuerdo con alegría la sorpresa que me supuso escuchar una mañana una pieza tocada con una especie de piano llamado clavicordio, clave o clavicémbalo. Pero no se crea el lector que la cosa pasó de ahí, pues durante bastantes años seguí mi camino musical totalmente autodidacta, con sólo oídos para aquello que me llamaba la atención y/o que marcaba mi relación con mi círculo más próximo de amistades, rock en sus variantes más duras, ignorando el resto de estilos y, por desgracia, no tomando interés por aprender a tocar ningún instrumento.
Esto último, con el paso del tiempo, lo he acabado viendo como un craso error. Siempre tuve la convicción de que extraer una nota de cualquier instrumento, y ya juntar dos seguidas ni os cuento, era, para mí, poco menos que un imposible. Hasta que un día, medio en broma, tomé una guitarra española, me enseñaron cuatro acordes y sentí uno de los grandes placeres que tiene la vida: tocar música. Mejor o peor, con más destreza o ninguna, con más ensayo o menos, pero esa sensación es única. Entiendo que hay personas, como en todo, que tienen un don que les hace más fácil el aprendizaje y/o dominio del instrumento, lo cual, una vez metido en la práctica, causa una envidia sana que estimula aún más si se enfoca como hobby o habilidad y no como competición.
Recuerdo la primera vez que logré reunir unos ahorrillos para poder hacerme con una guitarra eléctrica, que era mi objetivo claro. Hace más de 30 años y todavía la conservo. No es muy buena, pero se le puede sacar bastante partido. Yo era bastante torpe, y hoy lo sigo siendo a pesar de mis muchos progresos, pero la ilusión y mi cabezonería podían con la frustración de todos los desafinados que producía al tocar. Con un amigo que sabía de electrónica, montamos un amplificador con el que casi me echan de casa, la familia y los vecinos, y no precisamente por el volumen al que tocaba si no por la calidad nula de las piezas interpretadas. Pero yo era el tío más feliz del mundo.
Hoy en día, con más posibilidades en cada tipo de instrumento, con más oferta en el mercado a precios algo más asequibles, con internet como escuela popular y estímulo, con mayor difusión de la música por redes sociales y televisión, aparte la radio que tanto nos aportó, el que no se fomente, como en otros países, que todo alumno tenga cierto aprendizaje en tocar alguno de ellos me parece una falta importante en la educación básica, subsanable por el lumbreras de turno que le corresponda desarrollar los planes de estudio. Me da pena saber que hay mucho talento que se puede estar perdiendo en el rechazo general a una asignatura que puede darte mucho apoyo mental además de desarrollo manual y personal.
Deberían los profesores darse cuenta de que hay formas mejores de introducir la música en la rutina de nuestros jóvenes que relatar monótonamente algo poco atractivo. Se les puede hacer llegar a la clásica mezclándola con pop, rock, blues e incluso reggaton, para lo cual ellos, los maestros, también debieran de tener una cultura musical más amplia de estilos. También, entiendo, esto necesitaría más tiempo para implantar esa labor, pero sería un enorme triunfo acercar a los alumnos a los instrumentos y que gozasen de ellos aunque sea como yo, de forma aficionada, a ratos impagables que descargan muchas tensiones y te dan satisfacciones que actúan de terapia sicológica que no te resuelve ningún especialista.
Prueben, prueben a iniciarse en el aprendizaje de un instrumento. Necesitarán constancia, disciplina, paciencia, saber sufrir a ratos (como cuando introduces las cejillas en la guitarra y se tensan los tendones de los brazos), marcarse objetivos cortos y asequibles (nadie comienza siendo Paco de Lucía), sacrificar horas que en muchas ocasiones creeremos que no compensan (días malos los hay con frecuencia y frustran bastante), pero en cuanto consigan lo más mínimo, disfruten de esa sonrisa de gilipollas que suele aflorar y aumenten su ego con un “lo conseguí” que nunca viene mal.
Yo tengo aparcados esperando una jubilación futura, que no sé si me la permitirán alguna vez estos políticos, aunque eso ya es tema de otra columna, una armónica y un teclado que compré con ilusión pero que abandoné por falta de tiempo. Tengo la seguridad de que alguna canción les arrancaré alguna vez aunque tenga que partir de cero. Conviene tener retos que cumplir en la vida, y extraer de un instrumento la música que lleva dentro les puedo asegurar, queridos lectores, que engancha y mucho.
Lo dicho, pon un instrumento en tu vida y ella te lo agradecerá.
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