Hoy es uno de esos días en los que las ideas campan a sus anchas por una cabeza no demasiado centrada a veces, otras, quizás, demasiado, y algunas, ni siquiera hay cabeza, como el jinete de «Sleepy Hollow».
Cabezota y más terca que una mula, ahora estoy sumergida en una pelea conmigo misma, sentada delante del ordenador. Odio cuando intento terminar de escribir un historia y el piloto automático decide que ya está bien, que se aburre como una ostra y amenaza con cambiar el chip.
—No, por favor, no me hagas esto. Ahora no. Dame uno minutos más—intento terminar lo más deprisa posible para que no se me olvide lo que me traigo entre manos, pero no hay forma.
En ese momento, suena el teléfono. No puede ser más oportuno. Al otro lado, mi interlocutor despliega su verborrea. No, ahora no necesito ningún seguro, ni quiero una tarjeta, ni me quiero cambiar de compañía telefónica, tan sólo quiero ponerle punto y final a la historia.
De vuelta a mi objetivo, me entretengo cogiendo algo para picar, total, ya he quemado las calorías que me sobran huyendo de la «Sacerdotisa del Templo De las Sombras» . Así que, lo menos que me merezco, es un atracón de patatas fritas.
Regreso delante del ordenador, por fin. Mis dedos, ansiosos, acarician las teclas mientras las letras se unen formando palabras. Ya queda menos, una más, ¡hecho!
Libro terminado. El título ya está pensado: «Retos y Relatos para pasar el Rato». Un poco de todo, terror, humor, romántica, fantasía…para leer en espacios cortos de tiempo.
El teléfono suena. Bueno, ahora ya no importa, no tengo otra cosa mejor que hacer.
Contesto, pero no se oye nada al otro lado.
Insisto, esperando a que alguien comience a hablar, pero el silencio hace eco de mi voz. Cansada de esperar, cuelgo. Desde luego, la gente no tiene nada mejor que hacer que llamar y no contestar, vaya entretenimiento.
Regreso de nuevo al ordenador, para rematar los últimos detalles. La pantalla parpadea de forma distinta. Un hombrecillo de color verde asoma por el monitor. Al verme, sale corriendo por el teclado.
Se detiene sobre el «Delete». No, no no, esa tecla no. Mira nervioso hacia los lados, no sabe dónde esconderse. Le doy miedo (normal, yo también me doy miedo a veces, sobre todo cuando un hombrecillo de color verde corre sobre mi teclado poniendo en riesgo el trabajo de tantas horas)
—¡Detente!—alargo mi brazo con la intención de atrapar al inesperado huésped, pero es tarde. Como si de un saltador de trampolín se tratara, se sumerge dentro del «Enter».
No tengo ni la más remota idea de dónde estoy. Mi habitación ya no es mi habitación. Recuerdo a un hombrecillo correteando sobre el teclado y una luz intensa saliendo de la pantalla.
Ahora estoy en una estación de tren. Está vacía. Tendré que buscar la salida. El cartel indica una dirección: Reto 7.
Qué extraño, no recuerdo ninguna estación con ese nombre… Reto 7, reto 7…ahora no caigo. Sigo las indicaciones y llego a un ascensor. Un hombre vestido con un uniforme rojo y un sombrero del mismo color me invita a entrar. Me recuerda al maestro de ceremonias de un circo. Sonríe y le da al botón.
—Su parada—me dice. Salgo del ascensor. Ni rastro del hombrecillo verde.
Ahora mismo me encuentro en la planta tercera de unos grandes almacenes, en la sección de complementos de moda. Un enorme cartel anuncia las rebajas del Black Friday. Pero si estamos en junio…
De pronto, el suelo comienza a temblar. Oh no, un terremoto. Cada vez el temblor es más fuerte. Nada de terremoto. Una avalancha de gente viene hacia mí, deseosa de hacer sus compras a precio de ganga.
Miro hacia los lados. No sé dónde esconderme, tengo miedo. Lo mejor en estos casos es quedarse quieta, con un poco de suerte la gente pasará por encima… O no, no lo tengo muy claro.
Me escondo entre un maniquí y una papelera. Unos ojos diminutos me miran.
—Eh, tú, a ti te estaba buscando—el hombrecillo verde me hace señas. Parece que me quiere decir algo. Tengo que intentar llegar a su lado. Allá voy, una…, dos…, ¡tres! De un salto, logro llegar junto a él, un segundo antes de que una señora con un carro me atropelle.
—Mira en qué lío me has metido—le regaño.
Quiere que le siga.
Llegamos a la sección de libros. Un ejemplar gigante de «Retos y Relatos para pasar el Rato» está allí, delante de nosotros. Ah no, ni hablar. Está loco si piensa que voy a saltar dentro del libro. Yo lo que quiero es estar en mi casa, escribiendo la siguiente historia.
No pienso quedarme atrapada en el «Reto 7», no puede ser peor… A ver, Sofía, recuerda…En el Reto 7 escribiste sobre el Black Friday, pero recuerda que en el Reto 10 la humanidad estaba repartida entre la luna y la tierra para salvar a esta de un eclipse. Aunque en el 5, Cibeles tenía un romance con un jugador de fútbol llamado Poseidón…
Pues venga, que sea lo que sea.
Nos cogemos de las manos. El hombrecillo verde me sonríe. Por lo menos no estoy sola en todo este lío. Vamos allá. Ojalá caigamos en un barco surcando los mares, y un pirata valiente nos lleve de vuelta a casa.
Hasta la próxima.
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