No sé qué demonios es una editorial (ni Cristo que lo fundó), pues jamás traté con ninguna; de siempre, he sido un Autor Independiente, e imagino que el procedimiento de trato con tales es cualquier cosa menos ágil, aunque sea mediante la intercesión de una agencia literaria. El libro como Obra de Arte requiere tiempo de dedicación para ser apreciado; la lectura es, en sí, así de lenta, dilatada y comprometida. Otras artes son más ligeras e inmediatas en cuanto a su captación, pero la literatura, sobre todo si es de calidad, requiere de implicación, cualificación, maduración y mucha compostura por parte de los lectores.
Nunca me he imaginado tratando la intimidad de mi trabajo con un aparato tan externo como una agencia literaria o una editorial, por muy cálidas que sean y por mucho que me ofrezcan sus lanzaderas, el oro y el moro, a cambio de mercadear con mi producción o, peor aún, parte de la misma. No concibo mi carrera literaria sin la absolutamente permisiva licencia de poder ir a mi bola en todo grado y siendo plenamente dueño de mis derechos y, más aún, mi persona.
Tampoco me sirve el argumento de que contar con el respaldo de una editorial significa haber transgredido sus filtros (como si tal cosa fuese un refrendo infalible), pues, a tenor de la gran cantidad de títulos menores que salen a la luz, tiendo a desconfiar mucho de sus criterios, entendidos tales como convenidas cortapisas que si tienen un ojo puesto en la obra, el otro lo mantienen desviado hacia los mercados, que son al fin y al cabo los que les dan de comer, y, así como las propias plumas, prestigian; por lo que tampoco me veo amparándola o avalándola con mi nombre, y menos aún a ciegas.
Lo cierto es que no me pensé demasiado la autoedición, al ver cuánto me resolvía esa plataforma por todos conocida, de sencillas de cómo se me ponían las cosas. Se me podría preguntar cuál es mi balance después de más de un lustro, pero, habida cuenta la nulidad de mis esfuerzos por promocionarme, prefiero aparcar mi vacua respuesta. Mis muchos libros están disponibles para su venta en cualquier punto del orbe y, de momento, eso me basta, aunque no se pueda decir que haya vendido más allá de lo anecdótico de unas cuatro docenas y pico de volúmenes.
Yo entiendo que en estos tan autosuficientes tiempos que corren, uno puede ser su pequeña gran editorial (entendida esta como una plataforma de promoción de tu propia obra) si, como yo, goza de tiempo suficiente como para emplearse a su sayo en tales menesteres; fase que justamente voy a inaugurar prontamente, tras haber tratado mis particulares con una decidida agencia de marketing.
Porque mi nombre fue, es y será netamente mío; y nada deberá a terceros, y menos aún en calidad de embajadores, mercenarios o parásitos. A la altura en que redacto estás líneas mi bagaje es muy muy generoso, y mucho más grande (tanto en términos cuantitativos como cualitativos) que el de muchos famosos; por ello no me falla la fe en mí, sino que las dificultades se tornan en estímulos, de manera que estoy contento y hasta me siento dichoso de haber tomado este solícito camino; yo sé que a su tiempo, y no antes ni después, es cuando maduran las brevas y que cuando ponga mi grano en el palomar, palomas no me han de faltar; amén de que me da un tanto igual ser reconocido por mi prójimo, cuando lo verdaderamente importante para mí es el hialino y fidedigno reflejo que mis páginas desprenden; es decir, que yo no como de las opiniones sino de la honestidad de mis muchos méritos, y esa imperturbable gloria no hay Juan que me la quite.
De manera que, sirva de advertencia, si alguna editorial pretendiese abordarme, ya está dejando a un lado sus clichés y contratos-modelo para no ya negociar sino someterse a la que sea mi voluntad, según las consideraciones que me merezca, que yo para escribir (que es por antonomasia mi bandera) solo preciso de mí; por lo que, en aras de esta tan lúcida autosuficiencia, puedo arreglármelas solo.
Finalmente quiero declarar que, aunque admiro, y mucho, ciertas plumas de altura, no envidio a ningún escritor en particular que no sea el Luis Brenia que mis días postreros tengan a bien depararme. Por ello, me centraré en su soberana explotación, en la fe de que es lo mejor de lo mejor que puedo hacer; cuestión por la que agradezco infinitamente estar vivo en este tan portentoso siglo que, a mi madurez, tantas posibilidades me tiende y que confío mucho en saber hace fructificar para mi bien y, más aún, el de los lectores; y en este punto doy por zanjado el presente artículo y paso a liarme con otras cuitas literarias que tengo bailando en el candelero.
¿Qué demonios será una editorial?
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