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“¿Quién ha sido?” Pasado y presente del whodunnit

            Este año se cumplen nada menos que cien desde la publicación de El misterioso caso de Styles, la primera novela detectivesca de Agatha Christie y piedra fundacional del whodunnit. Pero… ¿qué es eso? Semejante palabro no es más que la contracción (en inglés) de Who has done it?, que equivaldría a “¿Quién lo hizo?” o el más castizo “A ver, ¿quién ha sido?” que precede a una buena regañina o azotaina.

            Agatha Christie no inventó dicho subgénero.

            Es más: antes que ella existieron grandes maestros del suspense como Wilkie Collins, autor de La piedra lunar o la conmovedora La dama de blanco; Edgar Allan Poe y su detective C. Auguste Dupin (el de Los asesinatos de la calle Morgue, para entendernos); G.K. Chesterton y su astuto párroco, apodado “padre Brown”, e incluso Arthur Conan Doyle, contemporáneo de Dame Agatha, pero algo mayor que ella y con una sólida carrera sus espaldas ya en 1920.

            Lo cierto es que, a pesar de no haber inventado el whodunnit, fue A. Christie quien lo llevó a su culmen y aun hoy sigue siendo uno de los autores más traducidos, reeditados y leídos a nivel mundial; solo comparable a la Biblia, Shakespeare y nuestro Cervantes, los únicos capaces de hacerle sombra como superventas de calidad.

            ¿En qué consiste el whodunnit? Fácil de reconocer, pero difícil de determinar…

            A rasgos generales, podríamos decir que dichas novelas se apoyan en una trama bastante complicada, pero que funciona como el mecanismo de un reloj, en el sentido de que todo encaja y tiene una función determinada.

            Todas las pistas están a la vista, los sospechosos son interrogados por el detective de marras “en presencia” del lector y el enigma siempre queda convenientemente aclarado en una gran kermesse final en que el investigador revela la identidad del asesino frente a su inseparable ayudante y el resto de implicados en el caso.

            Otra característica fija que se sobrentiende es que en el whodunnit no se vierte demasiada sangre ni el autor se recrea en detalles morbosos o truculentos.

            A diferencia de los grandes éxitos de la novela negra actual, desde la saga Millenium hasta nuestros días:

  • la primera víctima no es una bellísima joven o adolescente aparentemente modélica que esconde una doble vida licenciosa al estilo Laura Palmer en Twin Peaks (o tantos otros que no cito por no ofender),
  • el investigador no sufre ningún trauma ni tiene problemas de relación con los demás, vive en una casa más o menos normal, se alimenta como es debido -incluso demasiado- y no necesita ponerse cachas en un gimnasio porque curiosamente a ningún asesino se le ocurre jamás atentar contra él,
  • aquí no hay psicópata que valga: los asesinos asesinan por pura necesidad, con propósito de lucro, venganza o rencor acumulado, jamás por retar a alguien ni porque estén obsesionados con algo en particular,
  • la antropología del lugar en que transcurre la acción no pinta nada; no aparecen gigantes, duendes, brujas, hadas ni trasgos; todo es razonable y cotidiano, y no desafía la lógica ni el sentido común.

            ¿Cuáles son entonces las principales virtudes del whodunnit? Pues, aparte de constituir un entretenidísimo desafío para la inteligencia del lector, suelen contener una ambientación que invita a soñar, personajes verosímiles con los que empatizar e identificarse, diálogos vivaces y divertidos, toneladas de ironía tipically british y numerosas alusiones culturales. Tras el estilo aparentemente descuidado de Dame Agatha, por ejemplo, se ocultan un montón de referencias artísticas, literarias o musicales.

            ¿Quiénes son sus dignos herederos? Aparte de la “oficial”, Sophie Hannah, que cuenta con el beneplácito del nieto de la autora para dar continuidad al personaje de Poirot, me gustaría destacar aquí a Donna Leon, una autora estadounidense pero formada en Europa, enamorada de Venecia, de mentalidad crítica y abierta, amante de la buena mesa, poseedora de un estilo envidiable y cuya fina ironía convierte sus ficciones en una auténtica delicia.

            Su comisario Brunetti no solo es encantador, sino que dan ganas de llevárselo a cenar por ahí y que te den las tantas de tertulia con él, cosa que jamás haría con ninguno de los flics obsesivos de Fred Vargas, por citar otra autora de whodunnit a la que admiro bastante.

            ¿Y en nuestro país?

            En nuestro país estoy yo, what a hell, creadora del comisario Caravaggio, una saga que de momento consta de dos títulos: Un acto reflejo y Corazón tan negro, pero cuya tercera y muy querida entrega, que habría de llamarse La muerte en vacaciones, anda cerca de ver la luz.

            Por razones evidentes, no me siento capacitada para analizar mis propias novelas como he hecho con la obra de Donna Leon o el whodunnit tradicional… Solo diré que aspiro a crear algo similar, y por supuesto igual de grande (esperanza vana, ya lo sé), aunque con particularidades muy mías, como que la cultura esté especialmente presente y tenga gran importancia en el desarrollo de la trama. ¿Será porque también es así en mi vida…?

            Ese es el verdadero misterio por resolver. Ahí queda, lectores: Caravaggio os espera.

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