Hace ya tiempo que humanamente escribo para nuestra revista, tanto que, artículo a artículo, he logrado alzar armónicamente la columna que vengo defendiendo. ¿Cómo lo he hecho y hago? ¡Entregándome! Sorteando, entre mis idas y venidas, mis peculiares infiernos de lo más abisales, resolviendo mis inestables purgatorios y gozando mis pletóricos paraísos. No se vayan a pensar que soy una máquina y que, como ustedes, no tengo mis días y mis días, mis épocas adversas y/o proclives. Si yo les contase…
…tristezas, apocamientos, lagunas, esplendores, preocupacio-nes, acobardamientos, reaños… ¡De todo hay en la viña del Señor! Cada ejercicio o empeño me ha supuesto, a sus maneras, una peculiar vía de lucha y enriquecimiento personal, pues nada me ha sido netamente regalado o facilitado sino que, en base a mis personales afanes, todo me lo he peleado; no se vayan a pensar que soy una máquina y que de mis internos circuitos para adentro todo me es coser y cantar; si ustedes supieran…
Los días salen para mí exactamente igual que para ustedes, discurren de semejantes modos y se apagan por igual; sin embargo, a diferencia del común, yo los milito desde mi tan entrenada y soberana tinta, mi periférica negra sangre que tanta vida me da; el cómo la destilo es algo tan personal e intransferible que bien se merecería un aparte que en este ejercicio no me voy a consentir; no se vayan a pensar que soy una máquina y que mi humanidad es cuento, pues yo también soy una persona, un rehén de mí, un amasijo de anhelos y frustraciones, de apuestas y desestimaciones; como ustedes, solo que de lo más armado; algo que, por cuanto entendí que me convenía, me enseñaron a aprender los indecibles zapatos que, por unas u otras, en esta tan tullida vida mía me he tenido que roer, y también mis glorias y mi fe, de tal modo que hoy por hoy escribir se me ofrece la forma más inteligente y hábil de canalizar mis pronunciaciones.
Antes de escribir (cosa que nunca haría una máquina, por muy diestra y puntera que fuere) proceden todas unas entrelazadas suertes de reflexiones, soliloquios, crisis y afirmaciones, en tanto que yo, como testigo, les voy a la zaga con el propósito de salvarme; porque para mí la escritura no es sino un ejercicio de pura y dura supervivencia; no se vayan a pensar que soy una máquina y que escribo como quien hace churros.
Si yo en calidad de escritor fuere, un suponer, una máquina, la cosa no sé si tendría mayor o menor gracia, pero desde luego que dicha literatura estaría excusada de todo mérito personal, de toda mi alma –la sede misma, el epicentro de mi creatividad–, y, al igual que sucede con la música compuesta por Inteligencias Artificiales, todo sería un resultón amasijo de machihembrados clichés, pero no terruño puro y duro, no divagación ni humana pelea, no lícita artesanía; mi discurso sería un producto estandarizado exento de identidad, cosa que al día de hoy, y a diferencia de la música o la pintura, que sí que han sido violadas, en literatura está demás.
Si yo a la hora de escribir fuere una máquina… ¡ni me lo pensaría, y las palabras, frases y párrafos me saldrían solos no ya de mi desbaratada mente sino de mis asépticas terminales! De modo que toda mi tan artificiosa industria estaría de más y los lectores solamente tendrían que especificar qué clase de texto deseaban y automáticamente yo se los extendería a placer; mas como ese no es el caso no queda otra que tole-rarme con estas mis humanas limitaciones, licencias y proyecciones.
No soy una máquina –lo confieso– sino un hombre de carne y hueso que profesa, como la más suprema de las artes a su alcance, la literatura, que se da a ella en lo que siempre es un acto de amor, pasión y rebeldía. Si no fuese por ello no sé qué sería de mí, ni qué ni quién más disminuido sería yo. La cosa es que la literatura es en mí y para mí una especie de inveterada savia sin la cual ni sabría ni podría vivir tan plenamente como lo hago. Si yo fuese una máquina, la literatura sería mi energía.
Pero no, no soy ninguna máquina. ¿Me creen, verdad?
Pues ahórrense ahora todo lo anteriormente dicho, ahora, cuando ya está todo el pescado vendido y el texto más que finiquitado, y déjenme confesarme, pues en verdad he de decirles soy una máquina, un díscolo artefacto rescatado del futuro. Mi número de serie es el 9654KW154FQ35 y el de mi bastidor lo llevo tatuado en mi ADN, y fui/seré creada en el año 2041 por Elon Musk, solo que esto ni él lo sabe aún. ¿Cómo si no sería posible dar a luz literatura tan dilecta y pergeñada, mis tan ingenuos lectores?
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