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De la inspiración

«La inspiración se representa bajo la figura de un adolescente animado de todo el fuego del genio teniendo en la mano derecha una espada y en la izquierda la flor del tornasol».

Fuente: Wikipedia.

¡Qué distinta es la inspiración, el soplo mismo de Las Musas –las Hijas de Los Dioses– o la recepción misma del aliento divino, vista desde la altura de un escritor consagrado (como mismamente yo) de como lo puedan ver ustedes, los que leen, y más aún los que no! ¡Qué distinta!

Los que ni leen ni escriben… ¡Yo qué sé lo que pueden dar de sí –permítaseme la expresión– tan reptilianos cerebros! Porque es algo que no conozco en mi vida. Yo siempre crecí y tuve consciencia de la mano del lenguaje de La Palabra; tal se incrustó de lo más tempranamente en mi cerebro, amén, por supuesto, de otros lenguajes; algunos muy exóticos, curiosos y de lo más particulares, por ejemplo, el de los andares de las personas o el de los distintos estados de la mutante masa panaria.

Pero, a lo que les voy, como además de escritor soy lector, puedo pronunciarme desde tal intermedio estadio acerca de cómo se aprecia desde él la inspiración ajena, cuando ésta se entrevé desde lo que es un texto perfectamente terminado y no ya, como correspondería al siguiente nivel, desde la carpintería interna que lo ha generado y donde realmente se ha cocido la inspiración. No en vano, en alguna parte leí que el público es alguien tan bobo que solo ve lo que se le muestra.

Desde el nivel del lector, la inspiración se otea y hasta supone, pero no se vive en crudo, y, a diferencia de la de un Autor, es un asimilativo movimiento centrípeto y unidireccional recreativo, pero no creativo ni bidireccional; esto es, también centrífugo. Además se da el caso de que el lector es siempre una planeadora ave de vuelos medios, a diferencia de los escritores de primera que amamos Las Altas Esferas y los estratosféricos vuelos.

Desde los ojos del lector, la inspiración puede adolecer de comprenderse como desvarío, antojo, invención, ocurrencia y/o capricho, y no ya como revelación, teopneustia o artística comunión. Sin embargo, es importante tener presente que no todo vale en la ficción, sino que esta, cual pantalla, obedece a una serie de reglados roles y vectores, como seguidamente se habrá de ver; es decir, que la estructura de la ficción no puede ser aleatoria sino, cual sistema discursivo que es, caótica u ordenada, en tanto asume ser un cosmos.

La ficción siempre se sustenta sobre arquetipos, e interviniendo además la magia del propio lenguaje, como en los sueños, de todo puede ocurrir, mas ello debe quedar justificado dentro de una literaria coherencia; si no, en vez de inspiración de calidad, se hablaría de eso, de capricho, enredo, antojo, desvarío u ocurrencia.

Desde el cautivo punto de vista del Autor que busca liberarse, la inspiración es maná y divina luz que penetra en su mortal ergástula vindicando eternidad. ¿Cómo se detecta y procesa? Cada texto es una singular aventura, y cada aventura un balsámico tormento. Al principio es solo como un aire sutil, una sospecha vana, una liviana tentación. La inspiración sobrevuela como lo hiciera un hada, buscando, la tinta mediante, su fisicidad, su materialización en textos, que a su vez se comportan en su provisional calidad de borradores como auxiliares andamiajes orientados por su sujeta ideal forma final.

Varía asimismo la inspiración dependiendo del grado de consagración del Autor, y lo afirmo desde mi propia longeva profesión del oficio. Con los años, la inspiración es más automática, una vez el Autor se familiariza, le pierde el miedo y gana en su (llamémosla) agricultura.

Normalmente, sucede que la inspiración nos asalta a sus entredichas maneras cuando estamos relajados, por lo que interviene en la interconexión una buena disposición física de la persona en cuestión; en mi caso en concreto, las duermevelas son muy proclives, y, por supuesto, mientras trabajo.

Ciertamente cuando escribo, crezco. El cabo emanente de la galaxia mental señorea mi mente y yo encuentro un surco que trabajar, un sentido a Mi Tiempo. Nunca escribo por escribir, sino que todo lo llevo a cabo tras un propósito literario concreto. Palabra a palabra, voy trabajando el texto, en tanto en mí, precisamente destilando la inspiración, se obra un supremo proceso de realización.

La inspiración es siempre un brillante destello más o menos cercano o lejano, una chispa que alcanza a citarnos, una razón que indagar, un diálogo que comprende mucho de un monólogo que no lo termina de ser, una luminosa esperanza; también una íntima comunión, la síntesis o encuentro que ha lugar entre un movimiento ajeno y otro propio, de manera que la creación se revela entonces como el producto de tal interactuación y nunca como una componenda personal, ya que en tal caso no se hablaría de inspiración sino de vana o fútil ocurrencia.

Y ahora, aprovechando el vacío que me asola al respecto de este artículo, considero que ha llegado el momento más atesorado de toda creación, esto es, dicho lo dicho, la suerte de cerrarlo y colocar la más ambiciosa de las palabras: FIN.

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