Estrenamos mes nuevo. Octubre nos trae un sabor a otoño, días grises y lluviosos, un manto de hojas cubriendo el suelo y muchos proyectos en mente. Se queda atrás un verano atípico para dar paso a un otoño en la misma línea. Hemos cambiado de estación, pero la incertidumbre y el desconcierto parece ser que se han quedado planeando sobre nuestras cabezas para quedarse. Este es uno de mis meses favoritos por muchos motivos, y uno de ellos son los dulces. Si algo podemos agradecer al confinamiento es que muchos nos hemos lanzado a poner en práctica recetas olvidadas: bizcochos, tartas, rosquillas… Los dulces han sido parte importante en estos meses, nos han servido de distracción y de unión, de rescatar recetas familiares, recuerdos de la infancia, como la tarta de manzana, membrillo y canela de Ramona. Todos los domingos por la mañana mi padre nos llevaba a tomar un delicioso trozo de tarta de manzana a una pequeña pastelería cerca de casa. El local estaba situado al lado de unos apartamentos de lujo, en una de las avenidas principales de la ciudad. La fachada descolorida contrastaba con los lustrosos herrajes de los edificios colindantes.
El sitio no era muy grande, pero era muy acogedor, sobre todo en invierno. Nada más llegar a la esquina se podía percibir el aroma a chocolate caliente y a la masa de la bollería. Ramona era la dueña. Junto a su marido, Miguel Ángel, llevaban atendiendo a la clientela del barrio 30 años. Nada más casarse abrieron la pastelería y, desde entonces, no habían dejado de atender ni un solo día . Todos les teníamos un gran cariño y sentimos mucho la muerte de Miguel Ángel. Era evidente que Ramona sola no podía con todo y el negocio empezó a derrumbarse, al igual que ella. Demacrada, con ojeras y con 15 kilos menos había pasado de ser una mujer alegre y llena de vida a todo lo contrario. Pensó en contratar personal para que la ayudaran, pero el dinero no daba para más, así que recuerdo cómo mi padre, cuando venía de trabajar, ayudaba a repartir la bollería a los bares y restaurantes de los alrededores. Mi madre bajaba por las tardes, junto a otras vecinas del barrio a ayudar a dejar todo preparado para el día siguiente. Ninguna de ellas jamás cobró por eso. Como decía mi madre, el dinero va y viene, pero los amigos, los vecinos, la gente que está ahí cerca es para siempre. Es verdad que eran otros tiempos. Recuerdo a aquella mujer del principio que me daba un achuchón y que me daba una palmera de chocolate para merendar. La recuerdo contando historias mientras nos tomábamos un chocolate caliente. La recuerdo triste y apagándose poco a poco. Ramona cayó enferma. Se marchó a vivir a Gijón con uno de sus hijos y no volvimos a saber de ella hasta que, un tiempo después, el cartero nos trajo un paquete. Al abrirlo, nuestra sorpresa al encontrarnos con un cuaderno escrito a mano y una carta. Era del hijo de Ramona comunicándonos su fallecimiento. En el cuaderno estaban anotadas a mano algunas de sus recetas, aquellas con las que Miguel Ángel y ella habían iniciado su negocio juntos. Ramona había querido que nosotros las tuviéramos. Así fue cómo la receta de la tarta de manzana de Ramona se quedó en nuestra familia, junto a su risa, junto a su amistad y junto a tantos otros momentos, unos buenos y otros no tanto. Así fue cómo la mejor tarta de manzana del mundo nos hará recordar a una de las mejores personas que he conocido.
[En memoria de Miguel y Ramona],
Allí donde las palabras forman historias, allí donde las historias cobran vida.
Hasta la próxima.
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