Ya, con cuanto ha llovido desde entonces, hay que decir que recuerdo que me embarqué en la aventura de escribir para Nuestra Revista Cultural a principios de 2019 y que el hecho de que me alistase se debió en mucho al azar del propio discurrir de las cosas y la vida. Fue a partir de un artículo que ha tiempo había redactado, con la idea de publicarlo en algún medio aún por especificarse, titulado Acerca de mi literatura, una estupenda carta de desembarco, con la que se inició en su día la presente columna y que salió a colación gracias a la oportuna intercesión de cierta colaboradora con quien yo había trabado amistad en la red social, que supo ponernos en contacto al editor y a mí.
Conocí entonces más de cerca el proyecto de sacar el primer número y cuanto nos permitía y ofrecía como Autores en su web, y me gustó. También supe que la revista precisaba de columnistas semanales, y ahí –yo que soy muy dado a dejarme llevar por los hados– vi un suculento filete: si había podido escribir con cierta soltura mi primer artículo literario podría vencer cuantos se me pusiesen por delante. ¡Bueno soy yo cuando me pongo y digo a ello!
Lo más parecido a un artículo literario que yo tenía en mi haber eran mis Meditaciones en torno al oficio de escritor, un muy nutrido compendio de articuladas reflexiones.
Se me antojó una experiencia bonita y provechosa defender una columna semanal, implicarme en la escritura de artículos literarios, cultivar dicha faceta en la que estaba muy virgen; y me ilusioné (cosa de la que al día de hoy me alegro indeciblemente).
El caso es que me puse y en diez días ya tenía en la recámara alojada toda una docena de artículos literarios de calidad, perfectamente resueltos; de manera que concebí Lúcida locura como una estructura que debía respetar un sólido basamento, un tan estilizado como estirado fuste y la corona de un acorde capitel. ¡Así sería mi columna! ¡Corintia, nada menos; barroca, entretenida y abigarrada!
El tema es que, habida cuenta mi nutrido stock, que me curaba por tres meses, le dije al editor que me atrevía a defender una periodicidad semanal, y ahí comenzó todo.
Comenzó la responsabilidad como columnista literario, el deber de tener uno de mis ojos puesto en la sartén en que cocinaba a conciencia mis píldoras mientras que el otro debía fijarse en la voraz gata de Lenguas de Fuego, que cada fin de semana me reclamaba su ración para servírsela en bandeja a los lectores.
Pasé épocas de todo tipo, más creativas y menos; sin embargo, cumplí siempre: cada semana tuvo su rendido homenaje; y yo estoy satifecho con la totalidad de mi producción. Ciertamente, justo antes del parón veraniego, me vi literalmente con el agua al cuello porque se me había agotado la munición y cuando ya me iba a hundir… ¡zas! ¡El mundo se paró! La revista se tomó unas vacaciones y, entretanto, pude recuperar bastantes de mis fuerzas, recabando este y otros artículos.
¡Uf!
Lo pasé mal cuando me vi al límite, cuando vi que el domingo se acercaba y yo no tenía nada en mi haber. ¡Tierra, trágame! No quería tener que andarme así, a salto de mata; no era lo suyo; Lúcida locura era un archidefinido constructo que no admitía cualquier cosa.
Porque no se trataba de cubrir la columna de cualesquiérase de las maneras, sino que, lejos de toda licenciosidad, todo artículo debía de contar con el parejo certificado de calidad, honorabilidad y rigor conque habían sido escritos y refrendados sus predecesores; y ya se sabe que la literatura no es cosa antojadiza sino elaborada y sesudamente sudada.
Escribir para Lenguas de Fuego, como a mí me gusta, por amor al arte, nunca me lo tomé como algo gratuito o baladí sino todo lo más contrario, caro y serio. Se trata de esculpir mi alma, como si fuere un poliedro irregular, con los ladrillos que cada artículo en sí viene a ser, quizás sea por eso por lo que recaigo tanto en tomarme a mí mismo como referencia.
Escribir para Lenguas de Fuego me supone una especial disciplina de trabajo y cierta policía al respecto, en tanto es, o se comporta, como una especie de moderna novela por entregas, un variopinto mosaico. Mi libertad como Autor es plena, no puedo pedir más. Todo el campo todo es orégano. El uso que yo ejerzo de dicha libertad irremisiblemente me define.
Escribir para Lenguas de Fuego es mantener despierto en mí un espíritu de compromiso conmigo mismo a su través.
Con el fluir del tiempo, hice un poco de familia y conocí a otros/as miembros, estableciendo algunas amistades y cruzando diversos guiños. También se me depararon algunos favores o buenos e inesperados detalles, que yo correspondí, y viceversa. Cuando te pones en camino, me dice mi experiencia, suele suceder que te salgan aliados a tu paso. También se reforzó mi complicidad con mi gente, y, fruto de ello, gracias a la sugerencia de cierta amistad, me decidí a subir mis lecturas a You Tube.
Recuerdo que en cierta ocasión alguien me preguntó al caso cuáles eran mis expectativas al respecto de la revista, y mi respuesta fue muy clara: las que yo sepa construirme.
Lenguas de Fuego es para mí, que de siempre he escrito para un baúl, una ventanilla al mundo: mis escritos ven la luz a su través y yo soy leído. En la revista me siento como en casa. ¿Qué más puedo pedir?
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