El profundísimo Arte de La Panificación Candeal, mi Gran Escuela de Vida y Arte, me enseñó en todo grado, y de idéntico modo a como si fuese un compositor de la materia misma –la masa panaria–, en calidad de Autor, a concebir su ejercicio trabando una íntima comunión con el substrato en pos del logro de la Gran Forma Final, el pan acabado, mi meta; cuidando a cada segundo del proceso de elaboración y aprendiendo a interpretar y gestionar desde los más mínimos detalles y/o roles a las más grandes casaciones contemplables entre tales. Así diré que la panificación de índole candeal –de masas poco hidratadas y muy refinadas– es, dentro de este amplio campo, la que más culto ofrece a La Forma; sé muy bien lo que me digo. La panificación candeal es la que más pleitesía rinde a la estructura de la malla proteínica, y cuidando esta todo lo demás resulta por pura añadidura, porque primero es el mimoso amasado, en que la masa se somete a muy apretadas constricciones y relajados reposos, luego el refinado, donde lo que predomina es la fricción y los breves reposos, la división de la masa en piezas, el forzoso heñido o boleado que reorganiza la citada malla en una prieta esfera, junto con un nuevo reposo que da paso al formado de las piezas, donde se vuelve a reorganizar la pieza en una centrífuga espiral que, por acción y empuje de la levadura, se expandirá en el reposo de la fermentación y más aún en el horno, para terminar de fijarse con la fase de enfriado o rezumamiento.
De manera que el respeto a la estructura física del amasado, en cada fase del proceso de elaboración, y en pos de conseguir la más perfecta Forma Final posible, es la verdadera piedra angular de la panificación candeal. Mas señalaré que para sostener dicho respeto y conducirlo es imprescindible saber determinar en cada momento el estado del evolutivo amasado, leyendo con el tacto sus propiedades, y teniendo muy presente el carácter irreversible del mutante amasado a través del tiempo cronológico y meteorológico.
Yo siempre digo que el gran secreto de la maestría reside en el mimoso cuidado de los detalles.
Aprender a leer con el tacto los distintos parámetros que caben registrarse en cada contacto táctil no es nada sencillo, también hay que saber apreciar el acorde que juntos conforman, teniendo siempre la mira puesta en la entonces utópica, y no tan utópica, Forma Final como norte y meta.
En cuanto conocía la harina, de suficiente media fuerza, ya la Forma Ideal cobraba cuerpo en mi espíritu como una deidad, y, en cuanto comenzaba a trabajar dicha harina, la Forma Ideal comenzaba a perfilarse como una Forma de Facto, o Patente, que me era dado leer y augurar a través del tacto, y, que de saber guiar magistralmente –héte aquí mi desafío–, coronaría fidedignamente una Perfecta Forma Acorde.
De manera que mi siempre norteada militancia en el obrador, y mi culto a la Forma Ideal, señoreaban mi vida como panadero, la cual consistía en pilotar los intrincados viajes que comprendían ser los delicadísimos procesos de elaboración y lidiar a contrarreloj contra las constantes adversidades que, por exceso o defecto, se opusiesen al óptimo desarrollo del amasado (a las que en mi trilogía titulada Evangelio confidencial de un obrador bipolar llamo los klingons, y me paro a clasificarlos como: cronológicos, físicos, contingentales o mentales.)
Al nivel que yo profesaba la panificación, mi ser consistía en saber estar en el obrador; solo en eso, en saber estar, para saber actuar y gobernar lo mejor posible aquella complejidad de inestables matrices borrosas flotantes. Mi dios era, por todas, Dios.
En mi vida de a pie y mi albedrío, lejos de dejarme llevar por el ocio blando de los sentidos, nunca he dejado de invertir en mi mente, tomada como una capacitadísima maquinaria lingüística, atiborrándola de música culta y muy escogidas letras, en la fe de que su nutrición redunda siempre en la optimización de mi expresividad, luces y alcances.
Yo soy mi voz.
Y mi voz, mi mejor voz, rinde culto a la filosofía y al arte, bebiendo literaria y poéticamente de todas las disciplinas, como tanto me ha hecho ver que es posible la panificación, y la imaginación, pues todo es arcilla. Y mi voz emerge de mi espíritu y se plasma en mis discursos.
Sé por experiencia cuánto interceden, mediante la constancia en el trabajo, Las Musas, Las Hijas de Los Dioses, y sé discenir sus confidencias y sus preguntas; creo en la teopneustia, y aseguro mis experiencias al caso.
Ya les he hablado de mi Séptimo Sentido.
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