La experiencia es algo maravilloso, nos permite reconocer un error
cada vez que lo volvemos a cometer.
FRANKLIN P. JONES, periodista estadounidense.
Decía Benito Pérez Galdós que la experiencia es una llama que no alumbra sino quemando, y debe ser que no nos gusta demasiado el calor ni la lumbre, porque de todos es sabido que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Podríamos encadenar citas y dichos populares durante un rato a favor y en contra del aprendizaje del ser humano a través de la experiencia. Pero hemos de reconocer que somos seres extraños, y una cosa es lo que nos dice la experiencia y otra muy distinta lo que decidimos hacer una vez escuchada esa voz interior y sopesadas todas las variables.
La experiencia es importante en muchos aspectos de la vida. Nos ayuda a madurar. Nos da elementos de juicio para dar respuestas acertadas ante hechos similares a los vividos con menos posibilidades de error. Sin embargo, no siempre vale. El cerebro humano es complicado y muchas veces la experiencia solo nos recuerda que la vez anterior algo salió bien o mal. Son esas las ocasiones en las que otros elementos entran a formar parte importante en la ecuación, de manera que es nuestro diálogo interior el que determina el peso de la experiencia a la hora de tomar las decisiones.
La historia de la humanidad está llena de hechos terribles que la experiencia debería haber evitado que se repitieran. No obstante, muchos de esos hechos tienden a repetirse en el tiempo de manera periódica; la guerra es el ejemplo más claro de todos. Obviamente, cambian los actores, pero, si la experiencia es conocimiento empírico, sabemos cuáles serán los resultados. ¿Qué ocurre entonces?
La clave está en las variables. Si la respuesta a un hecho depende de determinadas variables y esas variables cambian, el hecho en sí cambia igualmente y la experiencia que se tenga de él pierde fuerza. Puede que, a fin de cuentas, las variables no se modifiquen en realidad, o al menos no de manera significativa, sino que sea nuestro cerebro el que nos engañe y nos haga ver que «esta vez no es como la anterior».
Es así como repetimos nuestros propios errores una y otra vez y nos decimos a nosotros mismos que la próxima vez actuaremos de un modo diferente, porque la próxima vez contaremos con el conocimiento necesario para hacerlo. Y, curiosamente, algunas veces funciona. De este modo, no volvemos a beber cuando tenemos que conducir si ya hemos sufrido una mala experiencia con un control de alcoholemia o con un accidente grave; no pisaremos el acelerador más de lo necesario si nos ha llegado una cuantiosa multa por exceso de velocidad y no intentaremos retomar una relación sentimental que fracasó estrepitosamente si consideramos la mala experiencia que tuvimos. ¿O sí?
La respuesta es sí. De hecho, conocemos a personas a las que han pillado en más de una ocasión por conducir en estado de embriaguez, por superar el límite de velocidad permitido o llorando por los rincones porque desea volver con una pareja que no le dio más que disgustos. Incluso podemos conocer a alguien que incluya todos los ejemplos anteriores en su currículum personal.
¿Dónde queda el poder de ese conocimiento empírico en estos ejemplos? ¿Nos permite reconocer el error una vez cometido nuevamente, como dice en su cita Franklin P. Jones? Probablemente sí, pero reconocer un error, aunque es un primer paso, no es garantía de no volver a cometerlo. La experiencia tiene que servir de aprendizaje, y para aprender de ella realmente tenemos que ser honestos con nosotros mismos. Decirnos la verdad. Solo así conseguiremos desarmar los mecanismos de nuestro cerebro y obligarle a ser lo suficientemente sincero como para hacernos ver que el hecho en sí no ha modificado sus variables y que, por lo tanto, el efecto de nuestra acción tendrá las mismas consecuencias indeseables que la vez anterior.
Nuestro paso por la vida es un camino de aprendizaje. Cometamos errores, eso está permitido. Pero aprendamos de ellos. Evolucionemos.
Y sin embargo, misteriosamente, ningún acierto nos puede dar lo que algunos errores… ¡O tal vez haya errores certeros!