El mundo ha cambiado. Nada es como antes. Lo que una vez aprendiste ya no sirve de nada. Si quieres hacerte un hueco, olvida lo aprendido y empápate de los nuevos conceptos. Ten un microchip en tu antebrazo para guardar tu dinero y tu información personal. Sumérgete en la nueva televisión, que es toda una impresionante realidad virtual interactiva con olores, texturas y sabores. Observa a los robots realizando las fastidiosas tareas que antes realizábamos nosotros. Los profesores han desaparecido de las aulas al no ser ya necesarios, y las artes están en el filo de su muerte.
¿Qué sentido tiene crear cuando un magnífico programa informático lo hace por ti? Marco, un chico de quince años, se levanta día a día con una frustración que solo él entiende. Debe haber algo más allá, algo esencial, más allá de los cables, de los ordenadores y de las baterías de litio. Debe existir una vida auténtica más allá de esta inmunda vida virtual con la que todos parecen estar felices. Una mañana, descubrirá que no es el único que se siente así. Un anciano indigente se acerca a él a pedirle algo para comer, y eso lo cambiará todo. Los dos juntos comenzarán a dar rienda suelta a su pensamiento, y a sacar a la poesía de la inmunda tumba donde reside hace décadas.
Tras la publicación de su primer poemario, Baghdad, regresa con el primer tomo de una trepidante pentalogía, de nuevo con un lenguaje claro y directo, criticado y alabado a partes iguales por su dureza a la hora de comunicar tras la que al fondo se esconde siempre un rayo de esperanza que el lector inmediatamente sabrá apreciar. Esta vez, en La Mecánica de la Inercia, hará una impecable autopsia del mundo en el que vivimos, y nos aportará como arma el libre pensamiento, que es lo único ahora mismo que nos servirá para batirnos en duelo contra la implacable inercia que nos arrastra. Estar vivo, implique lo que implique, es la cuestión.
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