Estimados/as miembros de la Academia Sueca:
Me dirijo a ustedes para vindicar, en honor a mis méritos literarios (que, helos ahí, son cuantiosos, originales, diversos y de lo más dignos), y no a ningunos otros accesorios, mi candidatura al Premio Nobel del año que tengan a bien (no hay prisa); y me permito aclarar que si he especificado lo de «y no a ningunos otros accesorios» es porque –todos lo sabemos– en iteradas ocasiones (no voy a citar nombres ni fechas) han pesado más en sus veredictos los valores extraliterarios que, cual debiere ser, los estrictamente literarios; lo cual, lejos de toda controversia, no ha servido más que para minar rotundamente su prestigio, en tanto han manchado o prostituido la virtud del noble arte de la literatura con agasajos que poco o nada tienen que ver con ella; de manera que el fallo anual se ve suspicaz y mezquinamente teñido de otras tómbolas; mas, ciertamente, muchas otras veces que, contra todos los aventurados pronósticos y quinielas que se alzaron, se han arriesgado lo suyo, y han dado, como debe ser, irrefutables testimonios de seriedad y rigor en sus pronunciaciones.
No piensen de ninguna manera que esta carta pretende allanarme el camino hacia el Olimpo; nada de eso, sino más bien todo lo contrario. Ya cometieron su imperdonable pecado con el Gran Maestro Borges al negarle sus laureles, como para que se permitan errar de nuevo. Yo (y esto es perfectamente demostrable) soy un valor de lo más seguro, y lo seguiré siendo tanto con su espaldarazo como sin él. Siempre seré un literato.
¿Pero quién soy yo? ¿Quién este fulano que tan alto dice volar y que a tan grande reconocimiento aspira?
Yo, fuera ya de mi persona e historia, soy mis obras, las cuales son las que en verdad deben hablar ante ustedes como tribunal. ¡Moléstense en conocerlas pues si no… apaguen y vayámonos! ¡Buenas ganas de escribir y escribir! Pues, como dice el viejo refrán castellano, la citola está demás si el molinero es sordo; y libro cerrado, no hace letrado.
Yo soy un escritor independiente, reflejo de nuestros días, carezco de padrinos y embajadores pero cualitativamente no soy menos que quienes cuentan con tales. ¡Aléjense unos enteros de los entramados editoriales y preocúpense de ver qué se cuece fuera de sus perímetros, donde se da el caso de que la literatura, la buena literatura también existe!
Imagínense premiando a un Autor Independiente. ¡Sería la reoca! La Academia Sueca galardona a un desconocido. ¡Jo, qué pedazo de titular! ¡Qué golpe de efecto! ¡Qué revés!
¿Pero, veamos, qué singularidades literarias se me podrían premiar? ¿Qué distingue a mi literatura y qué a mí como literato?
Podría apelar a mi soberbio empleo de la literatura como eficaz herramienta de programación neurolingüística, a mi delicadísima adjetivación, a la maestría en el género de la novela de ciencia-ficción estrambótica y el cómic, a mi devoción por la subordinación, a la beethoveniana música de mis textos; pero tengo que pensarlo más despacio. Debo hincarme a reflexionarlo mejor, pero imaginemos algo así…
¡Rayos y centellas! ¿Entonces… qué?
¿Qué entonces y qué ahora, desde este preciso 2020?
Ahora se supone que tengo una década de escritura por delante, un tiempo en el que, desde luego, no pensaré quedarme ni un instante de brazos cruzados; quiero decir, que seguiré escribiendo en la medida en que mi mente lo quiera. También es cierto que en número de páginas, o caudales de tinta, ya mi producción sobrepasa la de ciertos galardonados y es toda una fidedigna proyección mía; que por eso no sea. Pero si la vida me lo consiente resolveré ciertos trabajos en curso y afrontaré nuevo retos, que me harán aún mucho más merecedor de la distinción (que en mi ánimo está del todo forzar honestamente con mis literarios méritos para que, se pongan como se pongan, no les quede otro remedio que otorgármela; tal y como en esta narración finalmente sucede).
Luis Brenia. Premio Nobel de Literatura de 2030.
¡Tela!
Entonces, que ya tendré sesenta y siete años, sabré que he llegado a casa porque infinidad de lectores nacidos y por nacer me leerán y se deleitarán con mi primorosa tinta, la cual será traducida a infinidad de lenguas, y yo respiraré de lo más tranquilo porque mi misión ha sido cumplida.
¡Se aceptan apuestas!
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