El crítico es un cojo que enseña a correr.
CHANNING POLLOCK, mago, ilusionista y actor estadounidense.
Se han puesto de moda las reseñas literarias, sobre todo en Instagram, con el aumento exponencial de bookstagrammers e influencers. Algunas de ellas son dañinas e irrespetuosas, otras son políticamente correctas y convenientemente pactadas, pero la mayoría son nacidas de la voluntad del crítico sin otro afán que el de informar de su opinión al resto de lectores o seguidores (que no siempre significa lo mismo).
Se ha tratado al crítico de arte en general de parásito, de alguien que no sabe hacer aquello que critica. Su labor es vista en ocasiones como la de un entrometido, un estúpido que solo es capaz de hablar de lo que ni él mismo es capaz de entender. Hay muchas referencias de artistas e intelectuales a esta figura intermedia entre el creador y el público. Entre las más cómicas, podemos citar la de Groucho Marx: Estuve tan ocupado en escribir la crítica que nunca pude sentarme a leer el libro. Pero hay otras mucho más ácidas y con menos sentido del humor, como la que encabeza este artículo o esta otra de François Mauriac: Un pésimo escritor puede llegar a ser un buen crítico por la misma razón que un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre.
El crítico literario profesional ejerce de supremo juez de una obra a la que eleva a la gloria o condena al infierno desde un pedestal al que pocos saben cómo ha subido y de qué manera se mantiene sobre él. El alcance y las consecuencias de su crítica dependen de la credibilidad que suscita y del volumen e importancia de su audiencia. La motivación de esa crítica también dependerá del que la realiza y de lo que se juegue con ella.
La intención del crítico debe ser meramente informativa y el contenido de su trabajo objetivo y motivado. Toda crítica que se ajuste a esas condiciones será respetuosa y franca, pero por todo lo expresado anteriormente, el trabajo del profesional arroja sobre la crítica la alargada sombra de la sospecha. Por otro lado, aparte de ese elenco de profesionales de alto nivel, hoy en día la crítica literaria está al alcance de todo el mundo. Cualquiera que lea un libro puede expresar públicamente su opinión sobre él, sin que esta tenga que ser forzosamente experta. Esta realidad es un arma de doble filo. Por una parte, cualquier escritor mediocre puede obtener las ansiadas cinco estrellas en Amazon, aunque su obra no merezca más de dos, a lo sumo. Y del mismo modo, un brillante escritor, reconocido o no, puede recibir una dura crítica proveniente de alguien al que no ha gustado, que no ha entendido lo que ha leído o simplemente que trata de dinamitar una obra que no es de su agrado.
La cuestión es: ¿cuál es la verdadera labor del crítico literario? ¿Es lo mismo reseñar un libro que hacer una crítica de este?
La respuesta es no. El sentido de la crítica literaria es orientar al lector ante el libro que se critica, mostrarles a grandes rasgos los principales elementos de la obra: el estilo, el argumento, el desarrollo de la trama, los personajes… Relacionarlo con el resto de la obra del autor o de otros autores, encuadrarlo en un género concreto, si procede; acompañar sus argumentos con referencias textuales de la obra, etc. Todo ello con el objetivo de aportar criterios de elección a los potenciales lectores.
Por su lado, la mayoría de las reseñas literarias, sobre todo aquellas que abundan en las redes sociales, se limitan a repetir la sinopsis del libro y a mostrar la opinión del responsable de dicha reseña sobre si el libro le ha gustado o no.
Se puede pensar que la opinión de un crítico literario profesional es también personal y, por ende, subjetiva. En este sentido, existe una diferencia sustancial: el crítico profesional ahonda en la bibliografía del autor, así como en muchos aspectos de su obra que requieren una lectura más serena, más fría, si se quiere, que la de cualquier lector, que leerá la misma obra de un modo más distendido, encontrándose con ella en distintas partes y de distinto modo que lo haría un crítico.
Pero como decía Edmund Wilson, otro crítico literario, no hay dos personas que lean el mismo libro, así que deberemos esperar una opinión sustancialmente diferente de cada lector que lea la misma novela.
Entonces, desde el punto de vista del escritor, ¿qué importancia tiene el trabajo de un crítico? Puede que muchos opinen que la respuesta depende de cómo le va al escritor con esas críticas o cuánto las necesita en su carrera, y no estarían muy alejados de la verdad.
En general, siempre que una crítica literaria sea favorable, el escritor se sentirá halagado y agradecido con ella, Aunque muchas de esas críticas quieran expresar más cosas de las que propio autor expresa.
De ello se quejaba García Márquez hablando de Cien años de soledad cuando decía: Los críticos tratan de solemnizar y de encontrarle el pelo al huevo a una novela que dice muchas menos cosas de lo que ellos pretenden. Las claves de Cien años de soledad son simples, yo diría que elementales, con constantes guiños a mis amigos y conocidos, una complicidad que solo ellos pueden entender.
Por otro lado, el trabajo de intermediación de los críticos literarios entre el autor y su público también es criticado por el escritor colombiano en esta cita: Los críticos se han arrogado la tarea de ser intermediarios entre el autor y el lector. Yo siempre he tratado de ser muy claro y preciso cuando escribo: intento llegar directamente al lector sin tener que pasar por el crítico.
Por último, y a colación de lo que decíamos antes en referencia al trabajo de investigación de la bibliografía del autor y de su estilo, García Márquez critica severamente «la teoría previa de todo crítico ante el autor» que lo obliga a encajar en ella, aunque sea a la fuerza: Para mí los críticos son el mayor ejemplo de intelectualismo. En primer lugar, tienen una teoría de lo que debe ser un escritor. Tratan de que el escritor cumpla con ese modelo y, si no lo hace, tratan de meterlo dentro de él por la fuerza.
Visto lo visto, particularmente prefiero las críticas menos profesionales que las de un crítico literario. Me gustan las críticas de los lectores, porque, a fin de cuentas, son los receptores finales de cualquier obra literaria. Son los lectores los que valorarán, comprarán y aconsejarán ese libro, y son ellos los que disfrutarán de su contenido, los que se emocionarán con él, los que se verán reflejados en alguno de sus personajes o en la propia trama.
Prefiero también la crítica de mis colegas: novelistas, poetas, ensayistas, dramaturgos… Son escritores como yo y tienen una óptica distinta a la del lector común y tal vez más desinteresada y menos intelectual que la del crítico profesional. Muchos de esos colegas son amigos y no son buenos críticos, porque solo ven el lado bueno de mi obra. Otros, los más atrevidos, me advierten de cosas, me hacen sugerencias, me ayudan a crecer. Esos son los más valiosos.
También me vale la crítica del editor, por supuesto. Porque se sumerge conmigo en el proyecto. Es cierto que tiene un interés distinto, en cierto sentido, al que tengo yo como escritor cuando escribo el libro, pero no por ello contrario o incompatible con aquel.
De todo lo dicho, lo que me queda claro es que la crítica profesional ha perdido algo de su poder en la actualidad. Los nuevos modos de comunicación han posibilitado que se levanten otras voces, menos expertas, si se quiere, pero con mucha audiencia, capaces de encumbrar una obra y hacer que la profecía se cumpla. Tal vez sea conveniente estar atentos a esas posibilidades o, por el contrario, seguir trabajando con humildad y permanecer sordo, como Machado, al eco de las voces.
Gran crítica a los críticos. La verdad es que no soy una una experta en críticas, pero una buena vale su peso en oro.
De todas maneras, voy teniendo mucha suerte con lo que leo, será porque siempre he sabido leer entre líneas y sin hacer ningún esfuerzo.
Me criticaron mucho por nacer.