Es una cosa bastante repugnante el éxito.
Su falsa semejanza con el mérito engaña a los hombres.
VÍCTOR HUGO, poeta, dramaturgo y novelista francés.
El éxito parece estar directamente ligado a una meta definida previamente. Un listón que alcanzar. Decimos que hemos tenido éxito en esta o aquella empresa cuando conseguimos los objetivos fijados, es decir, cuando obtenemos lo deseado o lo planificado. Sin embargo, no es menos cierto que el éxito siempre tiene una connotación asociada a la fama, al reconocimiento social y público de los objetivos alcanzados, del trabajo realizado.
El mérito, por su parte, implica valor. Tal vez es esta la diferencia sustancial entre los dos conceptos. Alguien puede tener éxito sin haber hecho los méritos suficientes para conseguirlo y viceversa, y ahí radica el rechazo de Víctor Hugo a la falsa semejanza entre ambos significados.
Como solía decir Martina González, un personaje de Yo te maldigo —la novela de un escritor de cuyo nombre no quiero acordarme—, la vida es dura para todos, y el esfuerzo y el mérito no determinan la consecución del éxito, que puede llegar por otros medios en los que la suerte y la ayuda externa tienen un peso determinante.
Tal y como expresa la palabra latina de la que deriva, el éxito se asocia a término, a la conclusión de algo que ha llegado al culmen. Puede entenderse, de esta manera, que cuando se tiene éxito se ha llegado a lo más alto, se ha alcanzado la meta. Todos nos hacemos una imagen mental del atleta en el centro del podio levantando los brazos con una amplia sonrisa petrificada en el rostro, o aquella otra del ejecutivo vestido con un traje caro y maletín negro que cierra el puño en señal de victoria a la salida de un pomposo edificio financiero.
La sociedad moderna habla del éxito a todas horas. Así nos bombardean con mensajes que despiertan en nosotros el deseo —y hasta la necesidad— de seguir los miles de consejos que nos ofrecen los gurús expertos en la materia para conseguir el éxito en todos los aspectos de la vida: cómo ser una persona exitosa, cómo obtener éxito en tu negocio, cómo asegurar tu éxito en el amor, cómo escribir un libro exitoso…
Al considerar el éxito el hecho de alcanzar el objetivo fijado, estamos haciéndolo de manera estática, como una foto fija en la que se ven realizados todos nuestros deseos. Pero sabemos que la vida no es estática. El dinamismo de la acción nos lleva entonces a pensar que el que ha alcanzado el éxito está condenado a luchar por mantenerlo y eso requiere trabajo y esfuerzo (si fue obtenido por méritos propios) o seguir contando con las bondades ajenas al mérito —pero determinantes— que lo hicieron posible.
Decíamos al comienzo de esta columna que el mérito implica valor. En efecto, mérito es la acción o conjunto de acciones que hacen que una persona sea digna de una recompensa o de un castigo. Puedes ser merecedor de los mejor o de lo peor, según hayan sido tus actos y según las reglas y la vara del que te mida. Sin embargo, como también habíamos apuntado, no siempre la acumulación de méritos tiene como resultado la obtención del éxito, por más que nos intenten convencer de lo contrario.
Odin Dupeyron, escritor, actor y director mexicano suele repetir en las entrevistas que, aunque la gente insista en pensar aquello de «pide y se te dará», «propóntelo y lo lograrás», esto no siempre sucede. Y no pasa así porque la vida no es fácil, porque esforzarse y hacer todo el mérito necesario no siempre implica alcanzar el éxito. Porque el éxito que se persigue está adulterado y no viene determinado exclusivamente por el mérito. Ahora bien, si redefinimos el significado del éxito, entonces podremos cambiar el discurso.
Y en este punto del artículo te preguntarás el motivo que me lleva a plantear una redefinición del término que ha abierto el debate. ¿No sería eso algo así como sacar un as de la manga, o peor aún, jugar con las cartas trucadas? Puede ser. Pero lo que quiero plantear es que tanto el significado del éxito como el peso que el mérito tiene en su consecución están socialmente definidos.
Te pondré un ejemplo práctico. Yo soy escritor, pero mis novelas no han tenido éxito, quiero decir, no han vendido miles de ejemplares. Sin embargo, muchos de los lectores que las han leído tienen la opinión de que he hecho los suficientes méritos para obtener ese éxito. Vaya desde aquí mi agradecimiento a tan generosa opinión que tal vez no merezca (otra vez el mérito de acá para allá).
Es un ejemplo que habrás oído en más de una ocasión, porque la mayoría de los escritores sueñan con ver sus novelas publicadas en una gran editorial y vendidas en todo el mundo, traducidas a cuarenta idiomas y convertidas en películas tan exitosas como el libro en el que se basaron. La mayoría se creen con méritos suficientes para lograrlo, y seguro que muchos de ellos lo tienen. Han trabajado duro, han luchado por superarse a sí mismos y han conseguido un producto final del que están orgullosos. Lógicamente, ahora solo puede esperarles el éxito, porque el éxito, querido amigo, se supone que está en función del mérito. Pero todos sabemos que el mundo no funciona así, y mucho menos el literario. La vida es dura para todos, diría Martina.
¿Qué tenemos entonces? Por un lado, la definición de éxito literario que se impone socialmente como aquellos escritos que llegan al mercado y son aceptados y reconocidos por este, vendiendo muchos ejemplares y situándose en las listas de los más vendidosde determinados países. ¿Y qué hay del mérito de los escritores? Probablemente, muchos de esos títulos hayan sido creados por excelentes escritores con mucho talento y una gran capacidad de trabajo. Otros, sin embargo, han obtenido el éxito con la ayuda de aquellos otros factores a los que hacíamos mención en el comienzo de este artículo.
Volviendo al ejemplo, si redefinimos el concepto y aceptamos éxito solo como la finalización del objetivo propuesto, podría afirmar, sin temor a equivocarme, que me considero un escritor de éxito. He creado personajes e historias y he entrado en muchos hogares por la puerta grande. He llegado a la mayoría de los lectores que me leyeron y conseguí entretenerles, hacerles sentir miedo, tenerlos anclados al suspense, identificados con alguno de los personajes, implicados en la historia y ajenos al mundo real durante la lectura. Eso es para mí tener éxito con mis escritos: conseguir la meta que me he propuesto. Y eso no depende de una concepción social. Es un concepto personal, íntimo y ligado a un modo particular de entender el mundo y las cosas importantes. Sé que es solo una opinión, pero si he conseguido que entiendas lo que quiero decir, habré hecho el mérito suficiente para que este artículo tenga al menos un poco de éxito. Y si lo comentas y lo compartes, ayudarás a que tenga aún más éxito del que merece.
Decía el agudo Groucho Marx «La clave del éxito es la honestidad. Si consigues evitarla… ¡está hecho!»
Jajajaja! Genial, Groucho!
Hay que tener valor para escribir sobre el mérito hoy en día. Tiene «ídem» y bemoles, también. Como ya comprendo a Martina, sé valorar lo duro de la vida del exitoso en medio de sus méritos.
La dulce borracha de la suerte alcanza el éxito. La sobria amante va por el mérito y le da mordiscos de esperanza.
Tienes mérito, tienes éxito.
¡Germán molas escribiendo; en largo y en corto y pese a que «la vida es dura para todos», los que te leemos disfrutamos por millones! Ya solo falta hacerte rico… Pero eso, no tiene mérito.
Oh! Muchas gracias, María José. Es muy halagador lo que dices.
Muy buen artículo. Éxito y méritos no siempre van de la mano y en más de una ocasión el éxito justifica las acciones («el fin justifica los medios»), que no siempre son las más decentes, y sin prestar demasiada atención al esfuerzo.
Enhorabuena.
Gracias, Sofía. Abrazote.