Hacía un tiempo que no se sentía igual. Ya no disfrutaba de las pequeñas cosas, se aburría, su mente divagaba y fantaseaba con hacer algo grande, distinto; su hogar se le quedaba pequeño y quería explorar cosas nuevas. ¿Sería que había madurado lo suficiente como para embarcarse en una aventura, sin la seguridad que le daba su familia?
La idea le asaltaba en cualquier esquina. Se ponía a hacer cualquier cosa, y ¡zas!, ahí estaba de nuevo ese pensamiento. Elella se pasaba el día en las nubes y las noches en vela, dándole vueltas a lo que parecía un “sinsentido”: ¿cómo iba a dejar su casa? Con sólo pensarlo, le venían millones de dudas y temores, y razones más que suficientes para no irse. Pero, a su vez, sentía un pálpito. Algo en esa idea hacía que le latiera el corazón muy rápido, y que comenzara a imaginarse lugares que visitar, planes por hacer, y muchas cosas que contaría a la vuelta a su familia, que -según seguía fantaseando- se sentiría orgullosa, feliz por sus descubrimientos, y aliviada al saber que pudo realizar lo que ellos un día intentaron, y no pudieron conseguir. Esa idea borraba cualquier atisbo de miedo en Elella.
Pero lo que sí le preocupaba era cómo iba a decírselo a su familia. ¿Lo entenderían? ¿Le apoyarían? ¿Sería capaz de seguir el llamado de su corazón sin su bendición? Elella esperaba el momento adecuado para contárselo a los suyos, mientras cavilaba en silencio sobre su destino. Hasta que un buen día, decidió sincerarse, y los reunió a todos. Sus padres, sus hermanos, primos, tíos, sus abuelos, bisabuelos, y más parientes… incluso sus mejores amigos, estaban allí. Su gran familia. Elella suspiró, y dejó que su corazón hablara:
“Espero que podáis comprenderme. Llevo mucho tiempo pensándolo, y la verdad es que no puedo más, tengo que contároslo, porque lo tengo decidido: siento que ha llegado el momento de irme. ¡Esperad, no digáis nada aún! Ya soy mayor, ¿no? Necesito salir a explorar el mundo, aprender cosas nuevas, tengo muchos, muchos planes… ¿entendéis?, quiero viajar, y viajar en tren, en avión, o en barco, y visitar muchos lugares, y ver culturas diferentes… Y quiero enamorarme, y saber qué se siente. Experimentar. Tener opciones, ¿sabéis?… quizás escribir un libro, o pintar un cuadro… convertirme en alguien, más completo… no sé, puede que un humilde ermitaño. A lo mejor mi viaje os puede venir bien… ¿no necesitáis nada? Además, sabéis que volveré. Y cuando regrese, lo celebraremos juntos y será como si no hubiese pasado el tiempo”. Elella frenó, para ver con asombro que su familia entera sonreía. “No entiendo. ¿Qué pasa?, ¿no estáis molestos?”.
“¿Molestos? ¡No!”, dijo la madre de Elella, “sabíamos que este momento llegaría”. “Eres muy valiente, Elella”, dijo su padre, “estoy muy orgulloso de ti”. “Confía siempre en ti, y sigue tu corazón. Aquí estaremos esperándote”, dijo la abuela. “Si ves que la cosa se complica, tú sigue adelante; persiste, y conseguirás tus sueños”, añadió su hermano mayor. “Y acuérdate”, dijo su mejor amigo, “que hay que tomárselo todo como un juego; ¡no te enredes con los pensamientos, que te conozco! ¡Anda y disfruta!”. Elella no cabía en sí de gozo. Corrió hacia sus seres queridos, y se fundieron en un cálido abrazo, el cual le dio la fuerza y el empuje necesario para concluir, que el momento de partir había llegado.
Elella comprobó que lo llevaba todo consigo –incluso algunas tareas que le habían encomendado-. Miró una vez más a sus familiares, que le observaban radiantes desde el portón, y dijo “adiós” con la mano, sabiendo, para su tranquilidad, que era sólo un “hasta pronto”. Y, seguidamente, se adentró por el túnel luminoso que se abrió ante sus ojos, para volver a nacer en la Tierra, unas veces como él, y otras, como ella.
Buenísimo Renacer. Volver y ser.