Me quedé callada, observando a Miguel. Su mirada lo decía todo. Sobre sus piernas su regalo de Reyes. Era la imagen más triste que había visto jamás en un niño de nueve años. Era nuestra primera Navidad tras haberle dicho en el colegio que los Reyes Magos no existían, que eran los padres y que no hay magia.
Yo protesté, pero el daño ya estaba hecho.
¿Quién tiene derecho a quebrar de un hachazo la ilusión de un niño?
Habíamos ido juntos a comprarlo, su videoconsola deseada. Lo había visto pagar y envolver para regalo. Fin del encanto, fin de la ilusión. Si no esperamos cada día un milagro, no es una buena vida.
Ahí estábamos los dos, pasando el duelo, secando las lágrimas que le caían… No sé cuánto tiempo pasó. Miguel no se movía ni levantaba la cabeza. Recé al Universo para que me enviase una idea inspirada… ¡Y surgió! Lo abracé tan fuerte como pude y le propuse reiniciar, empezar de cero. Quizá Melchor, Gaspar y Baltasar no vienen la Noche de Reyes con regalos, pero ¿quién nos impedía rebelarnos y creer otra cosa? Tomé sus manos, las froté con las mías y le propuse no abrir el regalo, dejarlo sobre la chimenea… “Quizá los Reyes Magos se lo lleven y te traigan otra cosa… Algo que no esperas, que tú no has comprado ni pagado, algo que ni si quiera sabes que necesitas… Creamos, Miguel, con fe.”
Lo convencí, secó sus lágrimas, dejó su regalo, preparé un chocolate caliente y nos fuimos a dormir, juntos, abrazados bajo el edredón, esperando que volviera a confiar en lo impredecible.
La noche pasó en un suspiro, cálida, amable. Se despertó temprano, contento. Ilusionado, corrió al salón, llegó a la chimenea y ahí estaba el regalo que ya conocía. Pero… ¡Había algo más! Encima del regalo vio un sobre azul con una corona dorada de su Rey Melchor. Lo abrió con prisa mientras me miraba silencioso, y leyó emocionado: “Este es tu verdadero regalo, que vuelvas a recuperar la ilusión, la fe en la sorpresa, en la esperanza de que la magia existe. Este es nuestro presente para ti. Nosotros, los Magos, existimos, pero sólo somos reales para quienes poseen un corazón noble y limpio, como el de un niño. Siempre estamos allá donde alguien piensa en otro y se preocupa por él, deseando su felicidad. Allí siempre será Navidad.”
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