…Me invade una mezcla de olores a putrefacción y ungüentos perfumados. Logro entrever algo, si bien el lugar se sume en las sombras. El camino de libros amarillos se torna tétrico ante la súbita aparición de cuerpos desmembrados: cabezas, órganos, restos despedazados y repartidos como trofeos siniestros.
<<¿Dónde estoy?>>, pregunto. <<En la Casa de la Muerte>>, resuena una voz. Y entonces le descubro; sereno, amistoso. <<Tú eres Sinuhé>> le reconozco. <<El que es solitario>> añade él, y me hace una seña para que le siga.
Ya no siento temor. Sinuhé me guía con esa mano que aspiró a la gloria de la guerra antes de aprender que “sin odio los brazos no tienen fuerza para levantar las armas”.
Recorremos la Casa de la Muerte entre grupos de embalsamadores que realizan su trabajo, apenas supervisados por sacerdotes descreídos y ebrios de cerveza.
Sinuhé sonríe con indulgencia. Me cuenta que antes habitó la Casa de la Vida. <<Abandoné aquella Casa al preguntar “¿por qué?” – Explica.- Tampoco en la Casa de la Muerte he obtenido respuesta…>>
Lo sé, Sinuhé; conozco tu historia. Tu búsqueda habrá de llevarte a recorrer el mundo conocido: Tebas, Creta, Siria… ¿POR QUÉ? ¿Alguna vez será respondida esa pregunta punzante y decisiva? Tus ojos me dicen que conoces tu destino, Sinuhé, el que es solitario. Saboreas de antemano la amargura de tu fracaso, y aun así reanudas una y mil veces tu periplo desde la infancia hasta la vejez, pues ese camino es el camino que todo ser humano recorre y que se confunde con el mío propio.
Me señalas un pasadizo entre vasijas con cadáveres inmersos en cocciones hirvientes: debo avanzar por ahí. A mi espalda, me acompaña tu despedida en un murmullo: <<Porque yo, Sinuhé, soy un hombre y como tal he vivido en todos los que han existido antes que yo y viviré en todos los que existan después de mí.>>
El camino de libros amarillos continúa…
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