Todo es arcilla en la vida de un escritor, las vivencias, los recuerdos, los sueños, la imaginación, la serendipia y las casualidades, los chascos y reveses, las expectativas, las confidencias que haya podido recibir o hacer, sus secretos, sus lecturas y elucubraciones, sus alegrías y tristezas, sus disfrazados pecados incluso, sus antojos, sus problemas y soluciones, preguntas y respuestas y sus anécdotas, sus ideas de bombero si proceden, ocurrencias, ucronías y desvaríos; en fin, ya saben, todo cuanto cabe en su vida, e incluso fuera de ella. De manera que, bebiendo de todo ello, un escritor es legítimo hijo de sí y su tiempo; y de todo cuanto vive o ha vivido saca su provecho, en tanto la tinta sabe comportarse como el destilado zumo de su cerebro.
A veces uno escoge el barro y otra es tal quien le señala a uno; la cosa es que, como sostiene de sí Joyce Carol Oates, no existen vacaciones para el escritor de primera, el cuál solo vive plenamente cuando ama y escribe; porque, vean, basta que uno pretenda tomarse un merecido tiempo de asueto para que un deslumbrante relámpago le atraviese el cerebro para iluminárselo todo, lo cual significa su perdición; quiero decir, el pretexto exacto para que Las Musas se entren por sus puertas y pueblen su mente y entonces… ¡ay! ¿Cómo no detenerse a trasladarlo a papel, cómo permitir que se esfume tan preciado tesoro? ¡No! La razón de ser de un escritor –un medium de lo más comprometido y moralmente responsable– es escribir; tal es su sino, su empresa, misión y calvario. ¡A tomar vientos la vida de a pie! ¡Ven acá, folio en blanco, que te voy a pervertir y ordeñar! Y así el escritor, súbitamente secuestrado por la inspiración, se entrega y es y es y es quien debe ser: su recia pluma y su oportuno tintero.
Curiosamente, salvo muy contadas excepciones, en la escritura, a diferencia de en otras artes más livianas, no cabe la precocidad, y ello entiendo que se debe a un cúmulo de factores, entre los que destacaré el poco remanente de arcilla que se tiene de joven o lo confuso que tal se nos ofrece, aparte de la escasa pericia para modelarla; así mi padre (DEP) opinaba –y en esto coincido completamente con él– que una persona no está completamente hecha hasta no haber cumplido los treinta y ocho años.
En estos aspectos, al gozar y padecer yo un de lo más genuino y exaltado desorden bipolar, y oscilar de la mano de mis desmesuradas afectaciones entre completamente extremos estados de ánimo, con cuanto ello comporta, mi lodazal es muy rico y mi tan poliédrica óptica muy diversa. Amen de ello, mis laboriosos miembros no conocen la pereza, y la sed de perfeccionamiento literario es una potente constante en mí; de manera que se me conforma un cóctel de lo más interesante y tentador.
¿Y cúales son los principales elementos de mi greda? Naturalmente de lo que mejor escribe uno es de lo que más sabe: mis protagonistas suelen ser escritores (pues me parecen personas muy ricas y permeables), también bipolares (en tanto que no conozco la cordura); la panificación, mi gran escuela de vida, aparece tratada a las mil y un maneras en mi obra, también la miopia, mi carácter de muy libre y recogido hombre rural, que tanto me permite soñar, y mi gran imageniería, que ha encontrado su salsa en la ciencia-ficción estrambótica.
Sin embargo, aparte de las temáticas en sí, el gran estandarte de mi obra comprende ser el más que elaborado tratamiento de la lingüística y su ingeniería, encaminado a cuidar al máximo el (en aras de encumbrar la calidad de la legibilidad, que tan importantísima considero) arte final de mi alfarería y su carenado; es decir, mi buen hacer como literato, mi de lo más personal pericia, mi sello, mi impronta.
Ya he repetido lo mío que concibo mi literatura, y así la ofrezco, como un resorte de lo más preciso e infalible o una maquinita de programación neurolingüística, y eso son Palabras Mayores.
Cada cual tiene su arcilla y su modo de procesarla. Lo que sí que puedo recomendar, a mi senectud, desde mi personal experiencia, sostenida en mis dos maestrías, es que merece mucho la pena escribir y narrar, aprender a hacerlo hasta saber encontrarse en el espejo que es la propia tinta y a darse a Las Musas. De saber hacer pan, ya ni os cuento.
Merece humanamente mucho la pena porque son innumerables los directos beneficios que nos acarrea y comprende la propia escritura. Yo particularme la entiendo mágica, con cuanto ello conlleva, de manera que para mí escribir es toda una experiencia mística que me salva.
Las Palabras Mágicas, que a veces son relatos y otras certeros párrafos, existen. No son un cuento chino. Las Palabras son la cosa más poderosa que existe en el universo. ¿Cómo no darse cuenta de ello? ¿Cómo no venerarlas? ¡Ay, que sería de nuestra especie sin Las Palabras! ¿Qué, si de pronto, este texto se terminase para dejarle a usted en ascuas con La Palabra en la punta de la lengua?
Todo es arcilla en la vida de un escritor.
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