El erotismo es el homenaje que la inteligencia rinde a la vulgaridad de la carne.
Enrique Serna, escritor mexicano
Lo erótico se manifiesta en un precario equilibrio entre lo sensual y lo sexual, entre el atrevimiento y la provocación. La originaria referencia al dios Eros relaciona el erotismo con el deseo y con el placer sexual, pero es evidente que el terreno de lo erótico escapa al control de los dioses y se sumerge en la esencia más carnal del ser humano, incitando a la interacción sexual, dando rienda suelta a la imaginación y provocando deseo y pasión.
Desde el punto de vista religioso —con la Iglesia hemos topado—, el erotismo siempre ha sido visto como algo pecaminoso, casi diabólico, que incita a la lujuria y a la inmoralidad. Hasta cierto punto, resulta lógico pensar que el aspecto sacro, divino y espiritual de la vida no puede comulgar con el goce del cuerpo físico, mortal y pecador que alberga el alma del ser humano. De este modo, si se pretende alcanzar la Gracia Divina, debe prescindirse de la llamada de la carne. Una dicotomía que no permite término medio. Así pues, erotismo y penitencia entran en contradicción y se excluyen mutuamente.
Dejando a un lado los dogmas más ortodoxos, el erotismo también está presente en el matrimonio y en el resto de las uniones estables entre parejas, y es visto por muchos expertos en la materia como una sana actividad que combate la rutina y la monotonía. Es de vital importancia saber innovar en los preliminares con el uso de prendas sensuales, aceites, objetos sexuales, gestos sutiles, ambientación y todo tipo de actos eróticos que aumenten el deseo. La conexión erótica resulta siempre más excitante cuando no hay contacto físico. Es lo que alimenta las ganas que pueden ser satisfechas después. El juego preliminar está lleno de sensualidad e imaginación y eso es lo que lo hace atrevido y sugerente.
En cuanto al erotismo implícito en el arte, ya en la Edad de Piedra se realizaban motivos eróticos en pinturas y esculturas. Tras la recuperación de los frescos de Pompeya, la ciudad devastada por la erupción del Vesubio en el año 79, el mundo pudo apreciar un arte que reflejaba la sexualidad de los romanos con mucha claridad; entre todo lo hallado, destacan la imagen del dios Príapo pesando su enorme falo en una báscula y relaciones homosexuales entre hombres y mujeres, además de una infinidad de representaciones fálicas en multitud de objetos.
En Europa, en el siglo XVIII aparecieron las primeras «pinturas indecentes» en Francia, y en Oriente, el Shunga japonés realizaba grabados en madera y en objetos de colección muy populares desde el siglo XVII hasta principios del XX, su periodo más notorio. Hay que decir que todas las ventas de este arte fueron prohibidas a comienzos del siglo XVIII.
Y ya puestos en la materia, y como curiosidad, existe un ranking de las diez obras más escandalosas de la historia del arte. Entre ellas invito a ver especialmente estas: Olympia, de Edouard Manet, que representa a una prostituta de un harén oriental; L´e Origine du monde, de Gustave Courbet, que muestra claramente el sexo de una mujer como centro de la pintura que no puede escapar al ojo del que observa; Sitzende frau mit violetten strümpfen, de Egon Schiele, en el que la modelo se masturba frente al espectador; Honde Niki de Saint Phalle, la escultura de una gigantesca figura de 28 metros acostada boca arriba y con los muslos abiertos que invita al público a entrar por la vagina; o Man in Polyester Suit, de Robert Mapplethorpe, una fotografía que muestra al amante del artista vestido con un traje y mostrando el pene. Tal vez esta última tenga mucho más de pornográfica que de erótica, pero el atrevimiento del artista está fuera de toda duda.
En lo referente a la literatura, el erotismo tiene, si cabe, mayor potencial. Esto es así porque no hay ninguna imagen preconcebida que llegue nítida a la retina del lector. Solo su imaginación alimentada por aquel texto que lee es capaz de despertar en sí el deseo. Y es aquí donde lo menos se hace más, ya que, a menor claridad, mayor imaginación y mayor deseo.
Algunos libros exitosos, como Cincuenta sombras de Grey, de E.L. James, puede confundir a los lectores más jóvenes sobre la perspectiva histórica del erotismo en la literatura, cuyos orígenes se remontan al Antiguo Egipto de donde procede el llamado Papiro de Turín, que podría considerarse más una obra pictórica, por los dibujos que contiene, que un texto literario. Tal vez la primera obra erótica seriamente considerada sea Lisístrata, del griego Aristófanes, donde se plantea una huelga sexual de las mujeres. También El diálogo de las cortesanas, de Luciano, que introdujo además el término lesbianismo para referirse a las relaciones homosexuales entre mujeres. Dignos igualmente de mención son el Kamasutra, considerado un tratado del comportamiento humano, y Las 120 jornadas de Sodoma, del Marqués de Sade.
Muchos señalan Lolita, de Vladimir Nabokov, como el libro más transgresor del siglo XX. Podríamos nombrar muchísimos más: El amante, de Marguerite Duras, Las edades de Lulú, de Almudena Grandes o Pídeme lo que quieras, de Megan Maxwell entre ellos, pero basten estos para constatar la gran proliferación de este tipo de literatura a través de la historia.
Es en la literatura donde el erotismo se empodera. La narración erótica debe huir de los detalles explícitos para hacer fluir la fantasía del lector. Es una promesa de contarlo todo sin contar nada. Es sutileza y sensualidad en estado puro. No es necesaria ninguna imagen que acompañe al texto, porque el texto mismo es la imagen perfecta, o mejor aún, la puerta que se abre para que el lector cree su propia imagen.
Debe entenderse a estas alturas del artículo que el erotismo, como casi todo en la vida —que venga Einstein y lo vea—, es algo relativo, y lo que puede resultar erótico para algunos —la visión de unos pies descalzos, por ejemplo— puede resultar repugnante para otros.
¿Y qué hay de este escritor que coloca negro sobre blanco a una velocidad constante? ¿Qué imagen erótica podría recrear en la mente del lector para terminar con éxito esta columna?
Tal vez la certeza de que estas mismas manos que aporrean el teclado dejarán de hacerlo en algún momento para dedicarse a tareas más placenteras y sutiles. De esas manos, quizás un solo dedo afortunado dedique unos minutos a recorrer suavemente unas colinas gemelas con suaves movimientos en espiral mientras desciende hasta el hondo valle que las separa para desde allí continuar su premeditado viaje al sur, al lugar en el que muchos perdieron la cordura, donde el monte que toma el nombre de la diosa romana del amor le dará la bienvenida y lo invitará a bajar desde su prominente altura con la promesa de encontrar al final del camino zonas más cálidas que las frías teclas de un ordenador.
Me ha encantado. Completísimo el artículo. ¡Felicidades Germán!
Como en «El amante» envejecer en un día puede ser algo sexual, pero más claramente, erótico… Porque lo erótico, sólo puede ser adulto.
Gracias, María José.