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Fabulación acerca de mi mecenas ideal

¿Padrinos? ¡No, gracias! ¡Ni en pintura!

¿Un mecenas? ¡Todavía!

Cuando redacto este párrafo, estoy a la espera de que me llegue la biografía de Elon Musk, según Ashlee Vance, que he escogido por muy diversas razones, de las cuales (lo aclaro) ninguna tiene que ver con el sensacionalismo que pueda despertar tan eminente figura de nuestros días, el hombre más rico del planeta, sino por otras de índole más anecdóticas que no me entretendré en pormenorizar y que espero tener más claras una vez me embarque en la correspondiente lectura. Sin embargo, diré que me fascinan los inteligentísimos aforismos que han salido de la boca de este súper dotado, y que, junto con los de otros CEOs de las grandes tecnológicas, he tenido a bien emplear en mi última novela de ciencia-ficción, que data de 2017 y está dedicada a la más famosa red social, y que, para variar, titulé Graceloop Social Net.

A todo esto, diré que cuento con una autobiografía que se ocupa de mis primeros cuarenta y seis años de vida, y cuya estructura obedece (en el primer tomo) a proporcionarle al lector un profundo curso de panificación, que en la novela   imparto a un despabilado adolescente, para, una vez conocidos los entresijos del oficio, pasar en el segundo de los tomos a narrar la que fue mi vida (la de un panadero que escribe) y dar cuenta en el tercer tomo del grueso de mis trabajos literarios, sumando un total del mil setecientas y pico de páginas y once años de trabajo que me llevaron redactarla.

Como ven, una apuesta de órdago, que tuve a bien titular Evangelio confidencial de un obrador bipolar.

Para quienes lo ignoren, y por cuanto importa, diré que también soy autor de varias novelas, muchos relatos y algunos poemas inéditos, amén de cuantos artículos he erigido en esta revista, que son bastantes y todos gozan de mi culto y aprobación.

Asimismo, revelaré que, a pesar de mi vasta producción,  soy un escritor de lo más desconocido e independiente que jamás buscó otros éxitos que no fueran los derivados de mi propia realización personal como literato y el beneplátito de cuantas personas me lean.

La cosa es que hasta ahora apenas si he vendido, gotita a gotita, tres o cuatro docenas de ejemplares; es decir, prácticamente nada. Tampoco es que me haya preocupado demasiado al respecto, ya que mi prioridad, como escritor que soy, lo ha venido siendo y es la propia escritura.

Bien, todo estos prolegómenos en cuanto a mí respecta.

Ahora conviene que nos detengamos en los dos peldaños a que me he referido: la biografía de Elon Musk y mi autobiografía, en tanto ambos trabajos se alzan en torno a la narración de dos vidas, la primera delegada y la segunda propia.

Lo señalo porque, de contar con alguien que se prestase a ser mi mecenas, y de que tal me diese licencia, a cambio yo me comprometería a narrar su vida, poniendo todo mi genio en la empresa, con cuanto ello conllevare; de manera que en lo que me correspondiese yo actuaría, con todas las conse-cuencias, como un mercenario de las letras y la tinta.

Mas… ¡cuidado! Porque hay que tener en cuenta que hay vidas para las que yo no estaría cualificado como biógrafo, y otras sí. Por ejemplo, yo, a falta de conocimientos en sus correspondientes materias, no estoy capacitado para narrar la vida de un banquero o de una fiscal o de un jardinero; en cambio, sí, para otras; y muy especialmente para la de mis colegas panaderos y novelistas.

En razón de ello, recordé la figura de un panadero artesano sevillano (que hoy sé que se llama Francisco Manuel Delgado Rodríguez), concretamente de la localidad de Pilas, a quien hace ya cerca de una década se sabe que le tocó el segundo mayor premio que haya repartido en nuestro país Euromillones, un dineral, y me dije si no estaría bien proponerle la escritura de su biografía, no ya con el ánimo de publicarla sino, más bien, en calidad de documento personal para él y los suyos, en tanto yo, reservándome mi ejemplar, le cedería los derechos.

Levantar una biografía estimo que, al igual que la novela histórica (que es un palo que ni he tocado ni pienso hacerlo), debe suponer un arduo ejercicio que requiere de un gran trabajo de documentación y de familiarización con el protagonista y su entorno, cuando no de sus personales confidencias, observaciones y apuntes.

No quiero imaginarme negociando con Francis los puntos de nuestro acuerdo, en tanto no los tengo ni pensados, sino perfectamente embarcado en la redacción de su biografía una vez tales hubiesen quedado claros, de la mano de nuestras conversaciones (que, para mi comodidad y auxilio, grabaría) y buenos ratos.

Quiero imaginarme a mi mecenas bebiéndose a sorbos su biografía (ya que se la iría trasladando por entregas, es decir, por provisionales capítulos vencidos), paladeándola con rigor y placer (ya que mi alter ego sabría ser literariamente el suyo), apuntando sus siempre clínicas observaciones con respecto a cuanto estimase de mi redacción, entrando casi en disputas conmigo (con quien ya habría florecido cierta amistad) con respecto a detalles que él estimase y cerrando gloriosos acuerdos literarios entrambos.

Quiero imaginarme a mi mecenas dichoso por cuanto yo le sabría humanamente aportar en calidad de biógrafo, ya que le haría reflexionar lo suyo e implicarse desde sus posiciones de agente, protagonista y espectador.

Naturalmente, la narración de su vida se vería dividida en dos grandes etapas por el ecuador del pelotazo: la anterior al mismo (cuando era panadero) y la posterior, como archimillonario. Sin duda alguna, mis puntos fuertes se centrarían en la primera, en tanto que la segunda se me ofrecería quizás demasiado delirante para con mis presupuestos, ya que no he sido rico en dinero jamás, que no en inventiva, entregas y laboriosidades.

Cómo recibiría Francisco Manuel esta propuesta, de trasladársela, yo no lo sé, en tanto no la he cursado y puede que ni me atreva. Lo que sí que es seguro es que, por mis formaciones y valía (tanto como panadero y literato), mi oferta difícilmente encontraría par, ya que lo que yo le ofrecería distaría mucho de ser un reportaje sobre su vida (que sería algo que bien podría levantar un periodista) sino algo bastante más ambicioso y humanamente rico y provechoso: toda una obra literaria de envergadura.

Quiero que se tenga muy en consideración, así como de tener un hijo o plantar un árbol, la importancia de escribir un libro en esta vida. Francisco Manuel, ya tiene un churumbel, según he podido saber por los medios; supongo que, con su fortuna, no habrá plantado un árbol sino cientos; la fascinantísima y de lo más enriquecedora experiencia que yo, y solo yo, le puedo ofrecer a la hora de escribir juntos su libro creo que la debería considerar más que bien, en tanto es única.

¿Saben qué se me acaba de ocurrir? ¡Trasladarle este artículo! Así él estaría al tanto y yo curado de espanto. ¿No les parece? ¡Pues a ver qué pasa!

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